Ha muerto Francisco Ibáñez, creador de Mortadelo y Filemón y otros personajes para la Editorial Bruguera de los 60, en la que se hizo habitual de revistas como el DDT o Pulgarcito y parte inseparable de los recuerdos infantiles de mucha gente de mi edad e incluso veinte o treinta años más joven. Mortadelo y Filemón, el botones Sacarino o los vecinos del número 13 de la Rue del Percebe reflejaban, mucho mejor que la prensa seria, la sociedad de la segunda mitad del pasado siglo. Ibáñez fue, desde luego, un maestro de la historieta gráfica, cómic, se llama ahora, pero también un fino observador del tiempo que le tocó vivir, que reflejaba magistralmente en sus historias. Historias que, por otra parte, cumplían perfectamente su misión de divertir tanto a los niños como a sus padres, y que siguen haciéndolo en la actualidad, aunque seguramente algunas de ellas estarían fuera de lo que hoy se considera políticamente correcto. Descansa en paz, maestro.
Ya que hablamos de historietas, el
domingo termina, provisionalmente, el sainete este de las elecciones, después
de una campaña interminable, jalonada con elecciones intermedias que, por lo
visto, no resolvieron gran cosa. Las opciones, en estas, se limitan, en la
práctica, a dos candidatos que tampoco parece que vayan a arreglar mucho. Los
dos partidos mayoritarios, perfectamente intercambiables entre sí, pueden verse
obligados a recurrir, como en la legislatura pasada, a grupos más radicales y
con menos que perder y a implementar políticas algo más arriesgadas como repartir
miles de euros entre los nuevos votantes, reducir el horario laboral, derogar
algunas leyes o restringir la emigración o… cualquiera sabe.
Por lo demás, la campaña no ha tenido demasiado
interés. Supongo que se podrían haber discutido, pero no me suena que se
tocaran, asuntos como las consecuencias de la digitalización, la irrupción de
la inteligencia artificial o el previsible final del dinero en efectivo, el
incierto futuro del sistema de pensiones, la desertización de zonas cada vez
más extensas del territorio, el incremento desbocado de los precios o, aquí en
Aragón, la sorprendente aparición de un depósito con miles, o millones, de
toneladas de hidrógeno natural, algo que, hasta no hace mucho, se consideraba
prácticamente inexistente en la Tierra, que, procedente, dicen, de las
profundidades del Pirineo, ha venido a recalar entre Monzón y Barbastro.
Este último tema, por cierto, me parece
merecedor de algo más de atención que una presentación, casi clandestina y algo
confusa, el pasado mes de junio, a cargo del consejero de industria del
gobierno de Aragón y de uno de los dos socios de la empresa que se propone
explotar el yacimiento. Se trata de obtener hidrógeno natural, sin necesidad de
recurrir a los costosos procedimientos actuales y, por tanto, de disponer de
una fuente de energía primaria, alternativa al petróleo y a la puerta de
casa. La empresa, según parece, ya cuenta con una concesión del gobierno,
aunque está pendiente de una modificación legislativa y de encontrar los cientos
de millones que va a costar la cosa de aquí al 2028. Que tampoco veo yo
para qué tantos millones y tantos años de trabajos previos si el hidrógeno,
dicen, está ahí y no se necesita más que un pozo, o los que sean, para
extraerlo. Alguien, hay gente para todo, podría pensar que hay algún parecido
con otra presentación que se hizo, con mucho más ruido, en la sala de la Corona,
en el Pignatelli, en diciembre de 2007. Pero seguro que no hay ninguna relación
entre ambos hitos históricos (sic) y que los informáticos que prepararon
la presentación entonces son distintos de los de ahora. A pesar de las
apariencias.
En fin, que todo sigue más o menos igual.
Empeorando, sí, pero despacio.