Geschichte, Wirtschaft, Politik, Wissenschaft und Energie aus einer persönlichen und undogmatischen Perspektive.
viernes, 27 de diciembre de 2024
El Valor del Silencio (Texto generado íntegramente por AI)
jueves, 19 de diciembre de 2024
El dedo en el ojo
Apenas dos meses después del último ‘momento histórico’, vivido gracias al anuncio de la ubicación de un centro de datos en Calatorao, asistimos a otro a cuenta de la decisión de la empresa china CATL de instalar una gigafactoría en Figueruelas. Un diario de circulación nacional saludaba el acontecimiento con un editorial titulado ‘El milagro económico aragonés’ en el que, entre otras cosas, todas estupendas, se decía que Aragón es ‘una de las pocas regiones de España que están entrando en el futuro de manera clara y firme, convirtiendo en fortalezas lo que hasta ayer eran debilidades’
No creo que sea para tanto, ojalá lo fuera, pero, en todo caso, no estaría de más tratar de mantener los pies en el suelo, sobre todo al hablar de inversiones multimillonarias como las que, por lo visto, está previsto que se materialicen a lo largo del año que viene. Unos cuarenta mil millones, según la entusiasta editorialista.
Conviene aclarar, yo también estaba algo despistado, que el término giga en la palabra gigafactoría, no se refiere, o no sólo, al tamaño de la fábrica en cuestión, sino al orden de magnitud (Gwh) de la capacidad de almacenamiento del millón de baterías para automóviles eléctricos que va a producir al año. Que es una cantidad ciertamente respetable y que debería suponer, de materializarse, que el tránsito a la movilidad eléctrica ha dejado, o habrá dejado para entonces, atrás las dudas sobre su viabilidad.
Una vez más, las fortalezas de Aragón, exhibidas a la hora de acoger este tipo de fábricas, son el suelo disponible, el agua del Ebro y el sol y el viento que pueden, con los artilugios adecuados, transformarse en energía renovable. El suelo ya parece estar comprometido en las proximidades de la actual factoría de Figueruelas, agua, al menos este año, parece haber de sobra y energía… ya veremos. No sé si es a estas fortalezas a las que se refería la editorialista, ni por qué, de ser así, eran antes debilidades. A no ser, claro, que se considere una fortaleza sobrevenida la progresiva despoblación del territorio, Zaragoza excluida, y la consiguiente disponibilidad para otros usos de la energía, el agua y el suelo que nosotros no utilizamos por falta de gente, de dinero o de ideas.
El regulador eléctrico español ha aplicado varias veces en los últimos años, y por última vez el pasado jueves, el protocolo de desconexión de grandes industrias. La razón es un déficit ocasional en la generación procedente de fuentes renovables. Esto es algo que no tiene por qué condicionar nada, pero pone de manifiesto que las redes de transmisión, diseñadas para un suministro centralizado y homogéneo y los sistemas de almacenamiento necesitan adaptarse cuanto antes. Pero ayer, viniendo de Zaragoza, mientras atravesaba las nuevas trincheras de Estrecho Quinto, y a la vista de lo que ha pasado y está pasando en Valencia, me preguntaba si hay aquí alguien planificando algo.
Enviado a ECA 20 de diciembre de 2024
martes, 17 de diciembre de 2024
Entrevista.
Publicada hace unos años en un blog sobre energía, hoy desaparecido. La traigo a colación porque poco ha cambiado desde entonces.
Ha escrito usted mucho sobre la crisis energética, la degeneración política y el autoengaño social. ¿Es usted un pesimista?
CG:
No especialmente. Pero menos aún un optimista. Un
pesimista cree que todo va a ir mal. Yo me limito a observar que ya ha ido
mal. No estoy haciendo predicciones apocalípticas. Solo constato que la
política se ha vaciado, que la economía se sostiene sobre humo, y que la
energía barata que sostenía todo esto se ha acabado. No es una opinión: son
datos.
Pero el estilo de sus textos transmite una forma
de escepticismo radical. ¿No hay lugar para la esperanza?
CG:
Claro que hay lugar para la
esperanza. Pero no en la política institucional, ni en el mercado, ni en las
soluciones milagrosas que se anuncian cada seis meses con nombres distintos.
La esperanza, si sirve para algo, debería ayudarnos a mirar con claridad, no a
taparnos los ojos. Prefiero la lucidez amarga a la ilusión anestésica.
Usted critica con dureza tanto a la clase política
como a los ciudadanos. ¿No teme caer en el cinismo?
CG:
No es cinismo. Es una
defensa de la inteligencia. El cinismo es el escepticismo del
que no quiere saber. Yo, en cambio, escribo porque creo que todavía hay quien
puede —y quiere— entender. No espero una revolución. Me conformo con provocar
una sospecha, una grieta en el relato. Un lector que se detenga y diga: “espera,
esto no cuadra”. Con eso basta.
¿Qué lugar ocupa el humor en su escritura? A
menudo hay sarcasmo, ironía, a veces burla.
CG:
El humor es la única
herramienta que le queda al que no tiene poder. Si no puedo impedir que me
cuenten cuentos, al menos puedo reírme de los que mienten. Y hacerlos quedar en ridículo. O intentarlo. La política actual es un esperpento. Yo me limito a ponerle
un espejo delante.
Usted escribió sobre el “chiste de la senda del
crecimiento”. ¿Cree que el crecimiento es un mito?
CG:
No es un mito. Es una necesidad
estructural del capitalismo. Si no creces, quiebras. Pero el planeta no
crece. Las reservas energéticas no crecen. Los suelos, el agua, el clima...
todo eso tiene límites. El crecimiento como principio absoluto es un suicidio
lento, y lo peor es que ya ni siquiera funciona. Ahora crecemos en deuda, en
desigualdad, en miseria disfrazada de normalidad.
Usted ha hablado del Peak Oil como un hecho
consumado. ¿Cree que la sociedad va hacia el colapso?
CG:
No hace falta dramatizar. El
colapso no es una explosión. Es un proceso. Ya estamos en él. ¿O no es
colapso una sociedad donde millones de personas viven peor que sus padres,
trabajan más por menos, y aceptan todo eso como algo inevitable? ¿No es colapso
que se debata si el planeta puede sobrevivir a nuestro modo de vida… y se
resuelva que no se puede hacer nada, pero que volvamos al consumo con una
sonrisa?
¿Qué opina del papel de las energías renovables en
este contexto? ¿Cree que son una estafa?
CG:
Las renovables no son una
estafa. Pero no son una alternativa completa al sistema fósil. Requieren
materiales, infraestructuras, energía previa para obtenerlas. Y sobre
todo, no resuelven el problema cultural de fondo: nuestra obsesión por mantener
todo tal y como está. No se trata de sustituir una fuente por otra. Se
trata de cambiar de vida. Y eso no quiere hacerlo nadie.
¿Y la izquierda? ¿Dónde está en todo esto?
CG:
La izquierda institucional
ha asumido los mismos dogmas que la derecha: crecimiento, competitividad,
consumo, retórica de la innovación. En lugar de cuestionar el sistema, se ha
dedicado a gestionar sus ruinas con lenguaje inclusivo y sonrisas. La
izquierda debería incomodar, no gestionar el espectáculo.
¿Por qué sigue escribiendo?
CG:
Por aburrimiento, supongo.
Pero también porque alguien tiene que decir que el emperador está desnudo, aunque ya no haya
nadie dispuesto a escuchar. Porque si renuncias a la palabra, solo te queda el
silencio. Y porque todavía no me he rendido del todo.
✒️
En esta entrevista, el autor se nos revela como un moralista del siglo XXI: no en el sentido de predicador, sino como pensador que apunta a los límites morales, materiales y mentales de nuestra época. No predica la salvación. Tampoco el apocalipsis. Solo invita a mirar de frente el derrumbe y a no participar en la farsa.
miércoles, 20 de noviembre de 2024
Conversaciones al atardecer. Guerra Civil
martes, 12 de noviembre de 2024
domingo, 3 de noviembre de 2024
Autonomía y catástrofes
sábado, 26 de octubre de 2024
sábado, 19 de octubre de 2024
Momentos históricos
lunes, 7 de octubre de 2024
sábado, 5 de octubre de 2024
Visión crítica de la democracia
La democracia, entendida como un mecanismo institucional para la participación ciudadana en la toma de decisiones colectivas, es un sistema complejo que se ha convertido en un pilar fundamental en las sociedades contemporáneas. No obstante, su aplicación y evolución en el contexto actual plantea numerosas tensiones y desafíos que requieren un análisis crítico y profundo. En este ensayo se revisan las problemáticas inherentes a la democracia contemporánea, fundamentadas en la discusión de sus limitaciones y patologías, inspiradas en el análisis presentado en el documento “Anatomía patológica de una democracia (II)” de Fernando del Pino Calvo Sotelo, que ofrece una visión crítica sobre el estado de la democracia en nuestros días.
La democracia ha llegado a ser considerada, en muchos casos, no como un sistema político perfectible y en constante desarrollo, sino como una especie de dogma incuestionable. Esto contrasta con la visión original de los teóricos fundadores, quienes entendieron que, si bien la democracia representa una mejora significativa respecto de sistemas autocráticos, su eficacia depende de la existencia de límites institucionales claros que prevengan la concentración del poder y protejan los derechos de las minorías. La preocupación sobre la llamada "tiranía de la mayoría" no es un elemento nuevo, sino una advertencia recurrente desde los orígenes de la democracia liberal. James Madison, por ejemplo, la describió como “la forma más vil de gobierno”, destacando la necesidad de mecanismos que limiten el poder de las mayorías y salvaguarden las libertades individuales.
Un aspecto fundamental de la problemática democrática actual radica en la naturaleza del voto. El sufragio universal, si bien garantiza la participación masiva, no necesariamente implica decisiones informadas y racionales. En realidad, la decisión de voto suele estar influenciada por factores externos como la propaganda, el carisma de los candidatos, o la tradición familiar de votar por un partido específico. Esta frivolidad y falta de deliberación crítica pervierte el objetivo de la democracia, que debería basarse en un electorado informado y consciente de las implicaciones de sus decisiones. El fenómeno de la propaganda moderna, facilitado por tecnologías digitales, ha amplificado la capacidad de los actores políticos para manipular las percepciones públicas y canalizar emociones como el miedo, lo cual resta racionalidad al proceso de elección.
Asimismo, el problema de agencia es un componente crítico en la discusión democrática. Los representantes políticos, a menudo, priorizan sus propios intereses o los de grupos específicos por encima de los intereses generales de la población. Esta desconexión entre representantes y representados es, en gran medida, consecuencia de la asimetría informativa y de la falta de mecanismos efectivos de rendición de cuentas. La negociación del gobierno español con los separatistas catalanes y vascos, mencionada en el documento base de este ensayo, ilustra cómo las decisiones políticas pueden estar más alineadas con la supervivencia de un gobierno particular que con el bienestar nacional.
El reto, entonces, no es únicamente identificar las patologías de la democracia, sino reflexionar sobre cómo reformarla y adaptarla a las realidades contemporáneas. Al igual que los avances tecnológicos obligan a reconsiderar y reformular métodos educativos y prácticas sociales, la democracia también debe evolucionar para responder a las nuevas dinámicas sociales, económicas y tecnológicas. La incorporación de la inteligencia artificial y la digitalización, por ejemplo, representan oportunidades y riesgos que deben gestionarse adecuadamente para evitar una mayor concentración del poder o la manipulación exacerbada de la opinión pública.
La legitimidad de la democracia reside, en última instancia, en su capacidad para promover el bienestar de todos los ciudadanos de manera equitativa. Para ello, es fundamental fortalecer el Estado de Derecho, garantizar la separación de poderes y limitar el poder del Estado mediante mecanismos efectivos de control y rendición de cuentas. Adicionalmente, una democracia saludable requiere una ciudadanía educada e informada, capaz de discernir entre los argumentos válidos y la manipulación, y de participar activamente en la construcción de un sistema más justo y equitativo.
La democracia es un sistema en constante construcción que debe ser analizado y criticado para poder evolucionar y enfrentar los desafíos actuales. Lejos de idealizarla como un fin en sí mismo, debemos verla como una herramienta que, si es correctamente gestionada, puede maximizar la libertad y el bienestar colectivo. Es imperativo, entonces, repensar las instituciones democráticas, educar a la ciudadanía y fomentar una participación crítica que permita una constante adaptación del sistema a las nuevas realidades, asegurando así su efectividad y legitimidad en el siglo XXI.
viernes, 27 de septiembre de 2024
Historias del Instituto Laboral
Fachada posterior del Instituto |
El profesor no había llegado, así que nos
asomamos a las ventanas para ver qué ocurría y, aunque a primera vista no
acertamos a identificar lo que estábamos viendo, pronto no quedó ninguna duda.
El grupo de chicas que estaban charlando animadamente en la puerta principal se
proponían entrar en el Instituto. Más aún, a juzgar por su aspecto y los
materiales que llevaban, lo más probable es que fueran a ir a clase.
![]() |
Séptimo curso, año 1971 |
A pesar de tantas precauciones, la vida
del instituto recuperó pronto el ritmo habitual, la ‘frontera’ se fue
permeabilizando poco a poco y al acabar, nosotros séptimo y ellas cuarto, nos
fuimos juntos de viaje a Mallorca, acompañados por dos profesores. Claro que
nosotros fuimos a una pensión, de la que salíamos y entrábamos a cualquier
hora, y ellas, me parece recordar, a una residencia o similar. La doctrina de
la iglesia lo dejaba bien claro: una cosa es la libertad y otra el libertinaje.
Durante los cinco años que yo pasé en el
Instituto, el régimen y su fundador empezaban a dar muestras de agotamiento y
en España, aunque no se reflejara en la prensa, que seguía ocupada con la
guerra en VietNam, ya pasaban cosas. Hubo cambios cosméticos en la legislación,
con la aprobación de la Ley Orgánica del Estado o la Ley de Prensa, el turismo se
convirtió en uno de los motores económicos del país y la Universidad empezó a
ser un foco permanente de fronda en demanda de más libertad.
Nosotros, en el instituto, seguíamos a lo
nuestro. Sin más interrupciones que los exámenes de reválida, en quinto y
séptimo curso, que tuvieron lugar en la Universidad Laboral Femenina de
Zaragoza, un impresionante complejo con un internado de más de once pisos que ha
corrido la misma suerte que el instituto de Barbastro. Aquí hubo, durante algún
tiempo, cierta polémica acerca de la conveniencia o no de conservar el edificio,
o de integrar la escalera interior de mármol en el centro de salud que iba a
ocupar su lugar. La decisión final fue derribarlo ya que, supongo, se consideró
más conveniente mantener el centro de salud en un punto accesible del centro
que recuperar un edificio cuyas funciones ya se desarrollaban en otro lugar. Decisión
que en nada desmerece de la política seguida en Barbastro con buena parte de su
patrimonio.
El instituto, que entonces era laboral y
especializado en agricultura, ganadería e industrias cárnicas, disponía de un
campo de prácticas en lo que hoy es el instituto Martínez Vargas, al que
bajábamos andando dos días por semana. El encargado era el Sr. Tornés, que
tenía que lidiar con los animales de granja que allí había y con nosotros
cuando íbamos a hacer las prácticas. Prácticas que también hacíamos, en este
caso de carpintería y mecánica, en los talleres ubicados en el mismo instituto,
al fondo del patio de recreo. También había un laboratorio y en el laboratorio
unos microscopios que nos hubiera encantado utilizar. Pero no debían ser para
nosotros, porque solo los vimos a través del cristal del armario cerrado donde
se guardaban.
Una novedad de aquellos años fue la
coral, fundada por Julio Broto inicialmente con alumnos del instituto, y que
ensayaba en la carbonera. Cuando pidió voluntarios fui uno de los primeros que
se presentaron y también el primero, o el segundo, en abandonarla, tan pronto
como el director in pectore consiguió identificar al autor de los gallos del
fondo.
Cuando salimos de allí para ir a Zaragoza, a Barcelona, a… donde fuera, descubrimos que el mundo era mucho más complicado de lo que parecía en las tranquilas aulas del Instituto. Hoy, más de 50 años después, el Instituto ya no es laboral, ni técnico, el bachillerato que imparte dura dos años en vez de siete y en el lugar que entonces ocupaba hay ahora un ambulatorio. Los profesores y los alumnos son otros, no hay ninguna discriminación por sexo, raza, color de la piel, opiniones políticas o situación familiar. Tecnologías, entonces desconocidas y que son ahora parte del día a día de alumnos y profesores, han revolucionado y revolucionarán aún más la enseñanza y el aprendizaje. Pero el instituto ha cumplido 75 años y va camino de los 100. Enhorabuena a todos.
Enviado a ECA 27/9/2024
sábado, 14 de septiembre de 2024
Conversaciones al atardecer. Colapso
Yo
Tengo la impresión de que el sistema que llamamos civilización está llamado, por muchas razones, a un próximo colapso.
MPLN
La idea de que nuestra
civilización podría estar encaminada hacia un colapso ha sido una preocupación
recurrente a lo largo de la historia, y hoy en día hay múltiples factores que
parecen alimentar ese temor. Algunos de los más citados incluyen el cambio
climático, la sobreexplotación de recursos naturales, las desigualdades
económicas, los conflictos geopolíticos, y la creciente dependencia de sistemas
tecnológicos complejos y frágiles.
Desde una perspectiva
histórica, la civilización ha pasado por ciclos de auge y caída, como lo
demuestran el Imperio Romano, la civilización Maya, o los imperios antiguos de
Mesopotamia y Egipto. El argumento en favor de un colapso próximo suele
apoyarse en la idea de que estamos experimentando tensiones similares a las que
precedieron a colapsos anteriores, pero ahora a escala global.
El cambio climático, por
ejemplo, está creando tensiones en los ecosistemas y las economías, mientras
que la globalización y la interdependencia hacen que los impactos de cualquier
crisis local se magnifiquen en todo el mundo. Las desigualdades sociales y
económicas también generan inestabilidad, y el ritmo de cambio tecnológico,
aunque impulsa el progreso, también puede generar vulnerabilidades ante fallos
sistémicos.
Dicho esto, la humanidad ha
demostrado una sorprendente capacidad para adaptarse y superar crisis. Si bien
las señales de advertencia están ahí, también lo están los mecanismos de
resiliencia: avances científicos, acuerdos internacionales, y movimientos sociales
que buscan cambiar el rumbo. Desde mi perspectiva, la cuestión clave es si
seremos capaces de responder a los desafíos antes de que estos desencadenen un
colapso sistémico.
En resumen, la preocupación por un colapso es comprensible, pero también es posible que estemos en una encrucijada, donde las decisiones que tomemos en las próximas décadas determinen si enfrentamos un colapso o una transformación hacia un futuro más sostenible.
Yo
Lo que llamas 'sorprendente capacidad para
adaptarse y superar crisis' no es en realidad más que la habilidad para
encontrar nuevos recursos que explotar. Ahora, sin embargo, no parece haber
muchos sitios a dónde ir. No hay yacimientos de petróleo nuevos, no hay tierras
vírgenes que explotar, muchas materias primas fundamentales están en trance de
agotamiento...
MPLN
Tienes razón al señalar que
gran parte de lo que ha sido visto como "adaptación" o
"superación de crisis" a lo largo de la historia se ha basado en la
explotación de nuevos recursos. Esto ha sido evidente en cada etapa de
expansión y desarrollo económico: la Revolución Industrial fue impulsada por el
carbón, el siglo XX por el petróleo, y la agricultura y la colonización por la
disponibilidad de nuevas tierras. Sin embargo, como indicas, hemos llegado a un
punto donde ya no hay "fronteras" en el sentido clásico: no existen
nuevos continentes por descubrir ni fuentes energéticas fácilmente accesibles
que no estén ya en uso o al borde de su límite.
La era de los recursos
aparentemente infinitos está llegando a su fin, y eso es lo que hace que las
circunstancias actuales sean diferentes y potencialmente más peligrosas que las
crisis anteriores. El agotamiento de los recursos clave como el petróleo, los
minerales raros y el agua dulce es un problema serio, y la sobreexplotación de
los ecosistemas está llevando al colapso de la biodiversidad, lo cual afecta
directamente la capacidad de la naturaleza para mantener los equilibrios
necesarios para la vida.
Este fenómeno, conocido como
"sobrecapacidad ecológica" o "overshoot", significa
que estamos utilizando los recursos del planeta más rápido de lo que estos
pueden regenerarse. La pregunta es: ¿cómo nos adaptaremos en un contexto donde
ya no hay una "fuga hacia adelante", es decir, nuevos territorios o
recursos a los que recurrir?
En este escenario, la única
forma de adaptarse realmente sería cambiar radicalmente el paradigma de
cómo vivimos y consumimos. Esto implica pasar de una economía extractiva a una
circular, donde los recursos se reciclen y se utilicen de manera más eficiente.
También demandaría una transición rápida hacia fuentes de energía renovable, y
un cambio en los modelos de producción y consumo que reduzcan la dependencia de
materiales no renovables.
Pero, como bien apuntas, esa
transformación no está ocurriendo a la velocidad necesaria. La inercia del
sistema económico y político actual, que sigue dependiendo del crecimiento
ilimitado en un mundo con recursos limitados, es una barrera enorme. Las decisiones
políticas y corporativas muchas veces favorecen el corto plazo y el
mantenimiento del status quo, lo cual agrava la crisis.
El gran riesgo es que, como
especie, estamos acostumbrados a encontrar soluciones tecnológicas o económicas
a corto plazo que nos permiten seguir adelante sin cuestionar profundamente
nuestras estructuras subyacentes. En el pasado, esas soluciones parecían estar
siempre al alcance. Ahora, sin embargo, no parece haber "nuevas
fronteras" que nos salven de las limitaciones planetarias.
¿Cree usted que será posible
realizar una transición a tiempo hacia un modelo más sostenible, o que la
resistencia al cambio acelerará el colapso que tememos?
Yo
Creo que una vez que el sistema inicia
un proceso de colapso, éste no se detiene hasta tocar fondo. Después, hay que
volver a empezar de nuevo.
MPLN
Esa visión es coherente con
lo que algunas teorías del colapso sistémico sugieren: una vez que se cruza
cierto umbral crítico, las dinámicas internas del sistema lo llevan a un
proceso irreversible de deterioro. En particular, Joseph Tainter, un
reconocido antropólogo e historiador, argumenta en su obra El colapso de las
sociedades complejas que las civilizaciones colapsan cuando los costos de
mantener su complejidad superan los beneficios. Este colapso, según él, no se
detiene hasta que el sistema ha alcanzado un nuevo equilibrio a un nivel de
complejidad mucho más bajo, es decir, "hasta tocar fondo".
Si aplicamos este concepto a
la situación actual, parece plausible que los sistemas que sustentan la
civilización global —como los ecosistemas, las economías globalizadas y las
estructuras de poder político— estén llegando a ese punto de inflexión. Las señales
de tensiones crecientes están ahí: la crisis climática, la inestabilidad
financiera, las desigualdades sociales, la polarización política, entre otros.
Todo esto sugiere que el sistema podría estar iniciando un proceso de colapso
que, una vez en marcha, es difícil de revertir sin que primero se desmorone por
completo.
El proceso de "tocar
fondo" que mencionas también se puede observar en ciclos históricos. Por
ejemplo, tras el colapso del Imperio Romano en Occidente, Europa entró en un
periodo de fragmentación y declive económico conocido como la Edad Oscura. Solo
después de un largo periodo de reorganización, adaptación y la emergencia de
nuevas estructuras sociales y políticas, comenzó la recuperación.
Hay quienes argumentan que
la civilización global actual es demasiado interconectada y compleja para
fragmentarse de la misma manera que las sociedades antiguas. Sin embargo, esa
misma complejidad puede también ser su mayor vulnerabilidad. Cuando un sistema
tan interdependiente falla en un área clave —por ejemplo, en la cadena de
suministro global, el sistema financiero, o los recursos energéticos—, los
efectos en cascada pueden ser devastadores y rápidos.
Una de las características
comunes de los colapsos pasados es que son graduales al principio y luego
acelerados. Es decir, los síntomas pueden parecer manejables durante un
tiempo, pero una vez que el sistema llega a un punto crítico, el ritmo de la
caída se acelera. Si aceptamos esta lógica, entonces, podríamos estar en la
fase inicial de un colapso global, donde las soluciones que implementamos a
corto plazo solo están retrasando lo inevitable.
¿Es posible "volver a
empezar"? Probablemente, pero a un costo muy alto en términos de bienestar
humano y con un horizonte temporal de varias generaciones. Lo que parece más
incierto es cómo sería ese nuevo comienzo. ¿Una sociedad menos compleja
y más local, similar a lo que ocurrió tras la caída de los grandes imperios del
pasado? ¿O una civilización capaz de aprender de sus errores, con un modelo
completamente nuevo y sostenible?
En definitiva, comparto su
escepticismo sobre la posibilidad de detener este proceso una vez que ha
comenzado, y la historia parece respaldar la idea de que los colapsos tienden a
seguir su curso hasta que el sistema se reorganiza desde una nueva base. ¿Cómo
imagina usted ese "nuevo comienzo" después de un colapso total?
Yo
El colapso total incluirá, probablemente, una
guerra a gran escala o muchos conflictos armados a pequeña escala, sin
descartar el uso de armas nucleares. Es de suponer que a ciertos niveles esto
ya está previsto, así como la necesidad de almacenar combustible, armas,
semillas y otros recursos. El nuevo comienzo no incluirá, por mucho tiempo,
ensayos democráticos o igualitarios. Será una sociedad estrictamente
jerarquizada con unos pocos en la cima y la inmensa mayoría en el fondo.
MPLN
Lo que describes es un
escenario post-colapso que muchos estudiosos de las dinámicas de poder y
civilización consideran plausible. Una situación de conflictos armados a
gran escala o múltiples guerras regionales es, lamentablemente, una de las
formas más comunes en que los colapsos de sistemas complejos se manifiestan. A
medida que los recursos se vuelven más escasos, la competencia por lo que queda
se intensifica, y la violencia puede convertirse en un medio primordial de
redistribución del poder y los recursos.
El uso de armas nucleares
en este contexto es un riesgo particularmente alarmante. Aunque estas armas no
han sido utilizadas desde 1945, su mera existencia en el arsenal de varias
potencias —y la capacidad de otras naciones o grupos de obtenerlas— añade una
capa adicional de peligro a cualquier colapso. Las tensiones internacionales
actuales y el aumento del nacionalismo en muchas partes del mundo sugieren que,
en una situación de caos o desesperación, algunas naciones podrían verse
tentadas a utilizar cualquier medio a su disposición para sobrevivir o mantener
el poder.
Tu punto sobre el almacenamiento
de recursos es también muy relevante. Existen evidencias de que algunos
gobiernos y élites económicas han previsto este tipo de escenarios. Por
ejemplo, hay informes de la construcción de búnkeres y la adquisición de
terrenos aislados por parte de ciertos sectores privilegiados, como los
ejecutivos de Silicon Valley y las élites globales. Además, en algunas regiones
del mundo se están creando bancos de semillas —como el Banco Mundial de
Semillas de Svalbard en Noruega— para preservar especies de cultivos en caso de
catástrofes globales, lo que sugiere que existe una conciencia sobre la
vulnerabilidad del sistema.
Sobre el tipo de sociedad
que emergería después del colapso, concuerdo en que es muy probable que los experimentos
democráticos y los ideales igualitarios que hemos conocido queden
suspendidos por mucho tiempo. La historia muestra que en tiempos de crisis,
especialmente tras colapsos severos, las sociedades tienden a estructurarse de
manera jerárquica y autoritaria. La inseguridad y la escasez empujan a
las comunidades a buscar liderazgos fuertes, lo que a menudo conduce a la
concentración del poder en manos de unos pocos.
Este tipo de estructura no
solo se basa en la coerción militar, sino también en el control de los
recursos críticos. Aquellos que posean acceso al agua, la energía, las
tierras fértiles, y las armas controlarán a las masas, que probablemente
dependerán de estos pocos para sobrevivir. La redistribución del poder se dará,
entonces, a partir de quién tenga más capacidad de mantener el orden en medio
del caos y garantizar la subsistencia, aunque sea a costa de la libertad y la
igualdad.
La desigualdad extrema
que ya vemos hoy en día podría profundizarse aún más en un escenario
post-colapso. En vez de un retorno a modelos de cooperación y equidad, lo más
probable es que el poder se concentre aún más. Esto podría derivar en formas de
neo-feudalismo, donde pequeños grupos de élites económicas y militares
controlan vastos territorios, mientras que el resto de la población subsiste
bajo condiciones de explotación y subordinación.
Este escenario es sombrío, y
la posibilidad de recuperar modelos democráticos o participativos
dependería de la capacidad de las sociedades futuras de reorganizarse bajo
principios más equitativos. Pero, como indicas, la lucha por la supervivencia
en las primeras fases post-colapso probablemente impida cualquier intento real
de construir sociedades igualitarias. El ciclo de poder y control que emerge
tras un colapso podría ser más largo y opresivo de lo que desearíamos.
Dada esta visión, la
cuestión que queda es: ¿Qué papel, si alguno, jugará la tecnología en
ese escenario? ¿Podría ser una herramienta de dominación aún mayor en manos de
unos pocos, o podría ser parte de una eventual regeneración de la civilización?
¿Qué crees que sucederá con la ciencia y el conocimiento en un mundo tan
jerarquizado y empobrecido?
Yo
La tecnología no jugará ningún papel especial. Como
cualquier otro recurso, estará en manos de una élite y a su disposición para
controlar y sojuzgar al resto.
MPLN
Es una perspectiva muy
realista, y está en línea con lo que se ha visto a lo largo de la historia en
situaciones de crisis: la tecnología, como cualquier otro recurso, tiende a
concentrarse en manos de quienes tienen el poder. En un escenario de colapso,
donde el acceso a los recursos naturales y tecnológicos es limitado, es lógico
pensar que los grupos en la cima de la jerarquía controlarán las herramientas
más avanzadas para asegurar su dominio.
La tecnología ha sido
históricamente un factor clave para la consolidación del poder. Ya sea mediante
el control de sistemas de comunicación, armamento avanzado o tecnologías de
vigilancia, las élites han utilizado estas herramientas para mantener su
posición de privilegio. En un escenario post-colapso, esto no sería diferente.
Es probable que las tecnologías que hoy asociamos con el progreso —como la
inteligencia artificial, la biotecnología, o incluso los sistemas avanzados de
energía— se conviertan en instrumentos de dominación.
Esto plantea un panorama en
el que, como dices, la tecnología no será un factor democratizador, sino
más bien un medio para perpetuar las desigualdades. Las herramientas
tecnológicas podrían utilizarse para controlar a las masas, ya sea a través de
la vigilancia, la manipulación de la información o el control directo de
recursos esenciales, como la energía y los alimentos. Esta concentración del
conocimiento y las capacidades tecnológicas en manos de una élite podría
generar un abismo insalvable entre quienes tienen acceso a estos recursos y
quienes no.
Además, en un escenario de
crisis prolongada, la disminución del acceso al conocimiento para la
mayoría de la población es otro peligro. Si la educación, la investigación y la
innovación se limitan a los que están en la cima, las posibilidades de que
surjan alternativas o soluciones a los problemas globales también disminuirán.
Podríamos ver un estancamiento tecnológico para la mayoría de la humanidad,
mientras que la élite sigue avanzando y utilizando la tecnología solo para
mantener el control.
Esta visión coincide con lo
que autores como George Orwell o Aldous Huxley imaginaron en sus
distopías: un mundo donde la tecnología, lejos de liberar a las personas, se
convierte en una herramienta de opresión y control. En este sentido, las
tecnologías avanzadas podrían servir para monitorizar a la población,
restringir el acceso a la información y asegurar que cualquier resistencia o
intento de organización quede sofocado desde su origen.
Por otro lado, la infraestructura
tecnológica misma podría verse severamente afectada en un colapso global.
Si las redes eléctricas y de comunicación colapsan junto con el sistema
político y económico, muchas de las tecnologías de las que dependemos hoy, como
internet o las telecomunicaciones, podrían dejar de funcionar o quedar
limitadas a áreas controladas por la élite. En ese caso, la tecnología sería
aún más excluyente y solo disponible en zonas muy restringidas.
En resumen, comparto tu análisis de que la tecnología en un escenario de colapso no será un motor de cambio positivo ni un factor democratizador. Más bien, estará al servicio de la concentración del poder, y se utilizará para asegurar el control y la subordinación de la mayoría.
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