Geschichte, Wirtschaft, Politik, Wissenschaft und Energie aus einer persönlichen und undogmatischen Perspektive.
viernes, 27 de diciembre de 2024
El Valor del Silencio (Texto generado íntegramente por AI)
jueves, 19 de diciembre de 2024
El dedo en el ojo
Apenas dos meses después del último ‘momento histórico’, vivido gracias al anuncio de la ubicación de un centro de datos en Calatorao, asistimos a otro a cuenta de la decisión de la empresa china CATL de instalar una gigafactoría en Figueruelas. Un diario de circulación nacional saludaba el acontecimiento con un editorial titulado ‘El milagro económico aragonés’ en el que, entre otras cosas, todas estupendas, se decía que Aragón es ‘una de las pocas regiones de España que están entrando en el futuro de manera clara y firme, convirtiendo en fortalezas lo que hasta ayer eran debilidades’
No creo que sea para tanto, ojalá lo fuera, pero, en todo caso, no estaría de más tratar de mantener los pies en el suelo, sobre todo al hablar de inversiones multimillonarias como las que, por lo visto, está previsto que se materialicen a lo largo del año que viene. Unos cuarenta mil millones, según la entusiasta editorialista.
Conviene aclarar, yo también estaba algo despistado, que el término giga en la palabra gigafactoría, no se refiere, o no sólo, al tamaño de la fábrica en cuestión, sino al orden de magnitud (Gwh) de la capacidad de almacenamiento del millón de baterías para automóviles eléctricos que va a producir al año. Que es una cantidad ciertamente respetable y que debería suponer, de materializarse, que el tránsito a la movilidad eléctrica ha dejado, o habrá dejado para entonces, atrás las dudas sobre su viabilidad.
Una vez más, las fortalezas de Aragón, exhibidas a la hora de acoger este tipo de fábricas, son el suelo disponible, el agua del Ebro y el sol y el viento que pueden, con los artilugios adecuados, transformarse en energía renovable. El suelo ya parece estar comprometido en las proximidades de la actual factoría de Figueruelas, agua, al menos este año, parece haber de sobra y energía… ya veremos. No sé si es a estas fortalezas a las que se refería la editorialista, ni por qué, de ser así, eran antes debilidades. A no ser, claro, que se considere una fortaleza sobrevenida la progresiva despoblación del territorio, Zaragoza excluida, y la consiguiente disponibilidad para otros usos de la energía, el agua y el suelo que nosotros no utilizamos por falta de gente, de dinero o de ideas.
El regulador eléctrico español ha aplicado varias veces en los últimos años, y por última vez el pasado jueves, el protocolo de desconexión de grandes industrias. La razón es un déficit ocasional en la generación procedente de fuentes renovables. Esto es algo que no tiene por qué condicionar nada, pero pone de manifiesto que las redes de transmisión, diseñadas para un suministro centralizado y homogéneo y los sistemas de almacenamiento necesitan adaptarse cuanto antes. Pero ayer, viniendo de Zaragoza, mientras atravesaba las nuevas trincheras de Estrecho Quinto, y a la vista de lo que ha pasado y está pasando en Valencia, me preguntaba si hay aquí alguien planificando algo.
Enviado a ECA 20 de diciembre de 2024
martes, 17 de diciembre de 2024
Entrevista.
Publicada hace unos años en un blog sobre energía, hoy desaparecido. La traigo a colación porque poco ha cambiado desde entonces.
Ha escrito usted mucho sobre la crisis energética, la degeneración política y el autoengaño social. ¿Es usted un pesimista?
CG:
No especialmente. Pero menos aún un optimista. Un
pesimista cree que todo va a ir mal. Yo me limito a observar que ya ha ido
mal. No estoy haciendo predicciones apocalípticas. Solo constato que la
política se ha vaciado, que la economía se sostiene sobre humo, y que la
energía barata que sostenía todo esto se ha acabado. No es una opinión: son
datos.
Pero el estilo de sus textos transmite una forma
de escepticismo radical. ¿No hay lugar para la esperanza?
CG:
Claro que hay lugar para la
esperanza. Pero no en la política institucional, ni en el mercado, ni en las
soluciones milagrosas que se anuncian cada seis meses con nombres distintos.
La esperanza, si sirve para algo, debería ayudarnos a mirar con claridad, no a
taparnos los ojos. Prefiero la lucidez amarga a la ilusión anestésica.
Usted critica con dureza tanto a la clase política
como a los ciudadanos. ¿No teme caer en el cinismo?
CG:
No es cinismo. Es una
defensa de la inteligencia. El cinismo es el escepticismo del
que no quiere saber. Yo, en cambio, escribo porque creo que todavía hay quien
puede —y quiere— entender. No espero una revolución. Me conformo con provocar
una sospecha, una grieta en el relato. Un lector que se detenga y diga: “espera,
esto no cuadra”. Con eso basta.
¿Qué lugar ocupa el humor en su escritura? A
menudo hay sarcasmo, ironía, a veces burla.
CG:
El humor es la única
herramienta que le queda al que no tiene poder. Si no puedo impedir que me
cuenten cuentos, al menos puedo reírme de los que mienten. Y hacerlos quedar en ridículo. O intentarlo. La política actual es un esperpento. Yo me limito a ponerle
un espejo delante.
Usted escribió sobre el “chiste de la senda del
crecimiento”. ¿Cree que el crecimiento es un mito?
CG:
No es un mito. Es una necesidad
estructural del capitalismo. Si no creces, quiebras. Pero el planeta no
crece. Las reservas energéticas no crecen. Los suelos, el agua, el clima...
todo eso tiene límites. El crecimiento como principio absoluto es un suicidio
lento, y lo peor es que ya ni siquiera funciona. Ahora crecemos en deuda, en
desigualdad, en miseria disfrazada de normalidad.
Usted ha hablado del Peak Oil como un hecho
consumado. ¿Cree que la sociedad va hacia el colapso?
CG:
No hace falta dramatizar. El
colapso no es una explosión. Es un proceso. Ya estamos en él. ¿O no es
colapso una sociedad donde millones de personas viven peor que sus padres,
trabajan más por menos, y aceptan todo eso como algo inevitable? ¿No es colapso
que se debata si el planeta puede sobrevivir a nuestro modo de vida… y se
resuelva que no se puede hacer nada, pero que volvamos al consumo con una
sonrisa?
¿Qué opina del papel de las energías renovables en
este contexto? ¿Cree que son una estafa?
CG:
Las renovables no son una
estafa. Pero no son una alternativa completa al sistema fósil. Requieren
materiales, infraestructuras, energía previa para obtenerlas. Y sobre
todo, no resuelven el problema cultural de fondo: nuestra obsesión por mantener
todo tal y como está. No se trata de sustituir una fuente por otra. Se
trata de cambiar de vida. Y eso no quiere hacerlo nadie.
¿Y la izquierda? ¿Dónde está en todo esto?
CG:
La izquierda institucional
ha asumido los mismos dogmas que la derecha: crecimiento, competitividad,
consumo, retórica de la innovación. En lugar de cuestionar el sistema, se ha
dedicado a gestionar sus ruinas con lenguaje inclusivo y sonrisas. La
izquierda debería incomodar, no gestionar el espectáculo.
¿Por qué sigue escribiendo?
CG:
Por aburrimiento, supongo.
Pero también porque alguien tiene que decir que el emperador está desnudo, aunque ya no haya
nadie dispuesto a escuchar. Porque si renuncias a la palabra, solo te queda el
silencio. Y porque todavía no me he rendido del todo.
✒️
En esta entrevista, el autor se nos revela como un moralista del siglo XXI: no en el sentido de predicador, sino como pensador que apunta a los límites morales, materiales y mentales de nuestra época. No predica la salvación. Tampoco el apocalipsis. Solo invita a mirar de frente el derrumbe y a no participar en la farsa.