martes, 14 de octubre de 2025

Aplausos en el Parlamento

 

El Sr. Núñez Feijoo se dirige a los bancos del PSOE para reprocharles los aplausos a su líder: «Cuanto más indecente es usted —le dice al presidente—, más le aplauden». A continuación, los diputados del PP le aplauden con entusiasmo durante unos minutos.

En otra ocasión, tras anunciarle que tendría que comparecer ante una comisión de control del Senado y que allí tendría que decir la verdad, el presidente, con una amplia pero forzada sonrisa en la cara, contesta: «Ánimo Alberto». Intervención que provoca fuertes carcajadas en los diputados «progresistas» del hemiciclo.

Diga lo que diga el líder, o cualquiera de los portavoces designados por este, la costumbre, en nuestro parlamento, es reírle la gracia —por poca que tenga— y, por supuesto, aplaudirle hasta que alguien con autoridad señale que ya es suficiente.

He oído decir que estas representaciones, a beneficio, supongo, de los espectadores, no son la regla general y que hay ocasiones, o había, en las que los diputados hacen su trabajo lo mejor que pueden y discuten las leyes, proyectos y reglamentos que constituyen la razón de ser de su presencia allí. Mejor que así sea. En mi opinión, los aplausos, las salidas de tono al margen de la materia en discusión y las risas extemporáneas, deberían quedar reservadas a ocasiones especiales, fuera de las cuales la única forma legítima de manifestación de la opinión de los diputados debería ser su palabra y, naturalmente, su voto