domingo, 11 de abril de 2010

El elefante y la civilización (una metáfora)


Aunque no sabríamos construir un elefante, podemos, bajo ciertas condiciones, conducir uno. Me refiero a que hay gente que puede, sentándose encima y con la ayuda de una especie de punzón al extremo de un palo, hacer que vaya en una u otra dirección, avance al paso o al trote, se detenga, se incline, etc, pero no es una tarea sencilla. Es un ente de extraordinaria complejidad, -ya digo que no podríamos construir nada parecido- pero las gentes que pueden manejarlo han aprendido a localizar determinados puntos, donde una aplicación moderada de fuerza, ejercida con las piernas del jinete o con el punzón,  puede hacer que el animal, que puede alcanzar las siete toneladas de peso, actúe de una determinada manera y no de otra. Estos puntos son esenciales para el manejo de sistemas complejos, una pequeña acción ejercida sobre ellos puede provocar un efecto notable sobre todo el conjunto, por lo que su identificación es una tarea de primera importancia en el análisis de sistemas. Esta civilización es un sistema muy complejo, auto sostenido, que tampoco hemos construido, que no podríamos reproducir, o controlar ni con la ayuda de los computadores más sofisticados. Pero sí que podemos, sin duda, identificar algunos de los puntos de apalancamiento del sistema y actuar sobre ellos para intentar que evolucione en el sentido más conveniente o, al menos, para intentar controlar los bucles de realimentación positiva que inevitablemente lo llevarían al colapso. Pero, al igual que ocurre con el elefante, no basta con identificar esos puntos. Hay que saber cómo incidir sobre ellos y en qué dirección y sentido aplicar la presión necesaria para inducir el comportamiento esperado y la experiencia demuestra que, en la mayor parte de los casos, de una correcta identificación de los lugares donde actuar no se sigue, más bien al contrario, la actuación adecuada. Por ejemplo, hay un punto de apalancamiento perfectamente claro y correctamente identificado por los gobiernos de todo el mundo, como la respuesta a la mayoría de los problemas existentes: el crecimiento. El problema es que la acción correcta, que sería ralentizar el crecimiento, pararlo o, en determinados casos, hacerlo negativo, ni siquiera se toma en consideración en ninguna parte del mundo, sino que la acción más generalizada consiste en intentar mantenerlo y si es posible incrementarlo.  Una acción que, en lugar de solucionar los problemas globales, -pobreza, hambre, destrucción del entorno, agotamiento de los recursos, deterioro de las ciudades, desempleo- los agudiza cada vez más.




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