lunes, 21 de diciembre de 2015
De la modificación del sistema electoral
martes, 20 de octubre de 2015
Discurso de apertura del curso 2015/2016. UNED Barbastro
Buenas tardes.
Rector, Presidente, Consejera…
Inaugurar el curso en la Universidad es un acto formal y solemne, rodeado, en ocasiones, de cierta pompa de origen medieval, que pone de manifiesto el apego de la Universidad por la tradición. A mí me parece que eso está bien, aunque la Universidad no es sólo ni principalmente tradición aunque sea un importantísimo repositorio de cultura científica y humanística. También es o debería ser el lugar donde el progreso humano, en todos sus aspectos, se plantea como un objetivo cuasi revolucionario, aunque actualmente la investigación, sobre todo la aplicada, esté quedando en manos de grandes corporaciones farmacéuticas, alimentarias, energéticas o tecnológicas y universidades, no precisamente de segunda fila, como la escuela de negocios de Harvard vendan como progreso la ingeniería financiera que ha iniciado esta crisis y ha convertido la economía en un casino en el que, como pasa en todos los casinos, al final siempre gana la banca.
Pero no hemos venido aquí a debatir sobre la Universidad, aunque nunca está de más, porque eso requiere un tiempo y un espacio que no son estos. Hoy abrimos el curso en el Centro de Barbastro de la UNED, que es una universidad con unos objetivos bastante precisos, en el área docente, que yo creo que alcanza con bastante corrección. De cualquier manera y después de algunos años de reflexión, 33, he llegado a la conclusión de que a esta Universidad no le va muy bien el calificativo de a distancia porque, en realidad, para un alumno de Huesca una Universidad a Distancia sería la de Sevilla y una Universidad a mucha distancia la de Auckland en las antípodas, pero no la UNED que tiene una puerta abierta a pocos kilómetros de cada pueblo y ciudad de España.
Lo de a distancia viene, según cuentan los que estaban por allí en 1973, a que los adjetivos que inicialmente se le atribuyeron, como libre y abierta pero sobre todo libre, no acababan de encajar en la ideología dominante, para la que la Universidad tradicional era un permanente foco de fronda, tolerado a regañadientes y sólo porque un gran número de los que protestaban en la calle eran, para desconcierto de las autoridades de entonces, sus propios hijos que, en aquellos tiempos, demostraban su hartazgo de manera bastante expeditiva. Bautizar a una Universidad con los nombres propuestos no les debió parecer una buena idea .
De manera que se quedó con ‘a distancia’ siguiendo el modelo alemán de la FernUniversität en lugar de abierta, como la Open, británica y yo tengo la sensación de que el nombre ha tenido cierta influencia, ha impregnado de alguna forma las relaciones entre el centro y la periferia, incluso en estos tiempos en los que la tecnología ha venido a anular barreras antes infranqueables de tiempo y distancia.
Clarke, un escritor británico recientemente fallecido, enunció tres leyes que, según él, regulan el progreso científico. De acuerdo con la tercera, cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia y algo de mágico tendría, para los pioneros de esta Universidad, que las tutorías que se imparten en las aulas del centro puedan ser seguidas por el alumno desde su casa y en tiempo real o que ese mismo alumno pudiera debatir con compañeros y profesores situados a cientos de kilómetros de distancia. Pero la magia que se hace en provincias consiste, sobre todo, en hacer desaparecer cosas y aquí lo que desaparece, poco a poco, son los alumnos de las aulas abocándonos a un nuevo modelo que nadie parece haber planeado ni diseñado, al menos conscientemente, pero que pone, una vez más, en cuestión la organización territorial de la UNED al mismo tiempo que sus responsables proclaman y yo estoy completamente de acuerdo con ellos, que este modelo, el formado por la UNED y sus centros, es uno de los principales activos de la Universidad.
En definitiva, creo que no se debería insistir demasiado en la dinámica actual, que como he dicho está poniendo en cuestión algo que funciona por razones exclusivamente instrumentales, sino más bien caminar hacia un modelo descentralizado, no distanciado, que permita hacer un uso mejor y más racional de los recursos de la UNED. De toda la UNED. Un modelo que yo creo que es el que pretenden financiar las administraciones locales que son el principal sostén de la UNED fuera de Madrid y un modelo en cuya definición han de participar, en el caso de Aragón, tanto la UNED como el Gobierno de Aragón
No quiero terminar esta intervención sin manifestar mi satisfacción por haber formado parte de este proyecto durante treinta y tres años ni, por supuesto, sin reconocer, una vez más, el trabajo de los sucesivos patronatos, de los equipos rectorales y de los profesores y personal de la Universidad así como de los profesores tutores y del personal del Centro sin cuyo concurso la tecnología no tendría la menor utilidad y también y no obstante lo anterior el del personal del departamento de informática de este centro que crea, bajo los auspicios de la UNED una buena parte de la magia que la hace funcionar. Y por último y no menos importante a los alumnos que llegan a la Universidad por primera vez y a los que la abandonan tras haber alcanzado sus objetivos, cualesquiera que estos sean.
martes, 12 de mayo de 2015
El verdadero espíritu democrático, revisitado.
Estamos a poco menos de
dos semanas de las elecciones municipales y regionales —o autonómicas, que
viene a ser lo mismo—. Lo que más se oye, y se lee, es a gente que se lamenta
de que, en tal o cual municipio o región, vaya a salir elegido, de nuevo, tal o
cual partido o candidato, a pesar de las abrumadoras evidencias en su contra y
de la más que cuestionable ética, y nula estética, de su comportamiento. A mí
estos lamentos me hacen cierta gracia, porque suelen venir acompañados de
protestas en favor de la democracia como remedio a todos los males que nos
aquejan. Más democracia, suelen decir, y algunos claman también por más
política, más Europa o más de cualquier otra cosa que parezca tener virtudes
terapéuticas.
Pues bien, la democracia
consiste, precisamente, en respetar escrupulosamente la voluntad popular en la
forma en que se manifiesta en lo que llamamos elecciones. Y esto parece que lo
hagamos más por imperativo legal y por falta de recursos para hacer lo contrario
que por verdadera convicción democrática. Y si no nos gusta la alcaldesa de
Valencia, por ejemplo, o la candidata —frustrada, por ahora— a presidir
Andalucía, o estamos hartos de ver siempre las mismas caras aquí y allá, pues
estaremos equivocados, porque resulta que eso, y no otra cosa, es lo que quiere
la mayoría. Y punto.
Y la política —que no
tiene mucho que ver con la democracia, ni tampoco con los más desfavorecidos,
uno de los mantras de moda, o con lo que realmente necesitan los españoles
(algo que todos los políticos creen saber)— consiste en resolver un problema irrelevante
en la situación actual del ecosistema terrestre, pero, para los afectados,
capital. Se trata, claro, de decidir cuál de los distintos partidos en liza va
a disfrutar de los privilegios del poder durante los próximos años, y de tal
manera que parezca que eso lo decidimos entre todos, votando. Ese, y no otro,
es el objetivo de las elecciones, en las que, en realidad, hacemos poco más que
ratificar lo ya elegido por las cúpulas de los distintos partidos.
Cada cuatro años, más o
menos, somos llamados a lo que los más cursis llaman "la fiesta de la
democracia", e invitados a escoger, de entre unas cuantas, una papeleta
con un conjunto inalterable de nombres y depositarla en una urna. Nombres entre
los que, de acuerdo con un algoritmo previamente pactado, se repartirán los
puestos disponibles. Hecho esto —poner la papeleta en la urna— nuestra
participación, que será convenientemente destacada como muestra inequívoca de
espíritu democrático, habrá dejado de ser necesaria y, desde luego,
conveniente. Podremos, eso sí, jalear o criticar al poder en tertulias
debidamente controladas y en tabernas, lo que tendrá el efecto de reducir la
presión cuando esta devenga excesiva, pero sin pretender nada más, y mucho menos
ningún tipo de participación ulterior en las decisiones que hayan de tomarse
por nuestro bien.
El poder será ejercido
—en nuestro nombre, por supuesto— por los elegidos, que dispondrán, durante
años, si lo hacen con la debida discreción y procurando no meter mucho la pata
ni llamar excesivamente la atención, de los recursos comunes en su propio beneficio
y en el de los que ellos consideren conveniente. Eventualmente, algunos se
pasarán de la raya y tratarán de acaparar más de lo que un entorno de recursos
limitados y las tragaderas del común permiten. Como consecuencia, el sistema
entrará en crisis de cuando en cuando, y la gente se sorprenderá —o fingirá que
se sorprende— al descubrir sus perversiones. El sistema, a su vez, aparentará
estar compungido y arrepentido, se purgará, pero poco, de los más notorios
descarriados, y todo volverá, al cabo de poco tiempo, a ser lo que era. Y así,
hasta que la burra ya no dé suficiente leche y haya que resolver las cosas de
otra manera.
Pero —como no dejarán de
recordarnos en otra de esas impagables frases hechas, como esta atribuida a W. Churchill— la democracia es el peor
de los sistemas, descartados todos los demás. Chúpate esa.
miércoles, 4 de febrero de 2015
PSOE o no PSOE. Esta no es la cuestión, pero podría serlo.
lunes, 2 de febrero de 2015
Diálogos para besugos III
- Muy buenas
- ¿Qué le parece nuestro partido?
- El nombre me parece una traducción pasable del Yes, we can de Obama, pero la letra y la música me parecen un poco estridentes. Será cosa de la juventud. ¿Y a usted?
- A mí me parece que ya era hora.
- Ya era hora ¿de qué?
- De que viniera alguien a poner orden.
- Ah, ¿vienen ustedes a poner orden? Creí que iban a presentarse a las elecciones.
- Desde luego que vamos a presentarnos a las elecciones. Después podremos orden.
- ¿Después de las elecciones?
- Después de ganar las elecciones.
- Pero el orden ¿no lo ponían los del PP? Yo creía que ustedes traían libertad y aire fresco.
- ¿Los del PP? ¿Orden? ¿Está de broma? ¿No ha oído hablar de la trama Gurtel? ¿La púnica? ¿Bankia? ¿Los ERES? Bueno, los ERES son otros, pero es igual.
- Ah, bueno. Quiere decir que van a acabar con la corrupción.
- Desde luego.... También eso.
- Y después de acabar con la corrupción y con lo que sea que vayan a acabar ¿traerán libertad y aire fresco?
- Que sí, claro. Se acabó la izquierda y la derecha que es cosa antigua y de trileros. ¿Le parece poca libertad? Y vamos a por la casta. Su odio nuestra sonrisa. Renovación y aire fresco.
- Ah, ya. La casta. Los políticos, quiere usted decir.
- Claro. PP, PSOE, IU, bueno, una parte de IU y todos los demás son casta. Pero no sólo ellos. Los banqueros también, salvo Patricia. Y algunos empresarios. En fin, los de arriba, que han estado viviendo a costa de los de abajo.
- Ya. Y ustedes aspiran a sustituirlos. ¿Se quedarán abajo o subirán arriba?
- Nadie estará abajo. Ni arriba. Nadie explotará a nadie. Cada uno trabajará de lo que sepa y recibirá lo que necesite.
- Bueno, eso no es lo que dicen pero me suena. Es curioso pero casi todo lo que dicen ustedes me suena mucho. Y no es que me parezca mal, pero habrá que ver, en la práctica, quién es el que decide lo que cada uno sabe y necesita. De momento parecen haber suavizado bastante sus ideas sobre la renta básica, el rechazo de la deuda, la revisión de la monarquía, etc. A ver cuando hacen un programa más concreto. Y más estable.
- Usted parece un poco fascista. No sé si eso le parece bastante concreto.
- Bastante. Gracias.
- De nada. Ah, y no se preocupe. Todos los votos son bienvenidos. El suyo también.