sábado, 22 de febrero de 2025

Cambios

Por aquí pasó un tren hasta los años 60 del siglo pasado. Ahora no están ni las vías. Foto Antonio Clavero.

Con el tiempo, todo cambia. Esto es inevitable. Cambiamos nosotros en un proceso que nos saca del polvo y nos devuelve al polvo (Génesis 3:19). Un proceso que afecta también a los artefactos que construimos, que con los años terminarán convertidos en chatarra. Y a las instituciones que creamos y destruimos. La naturaleza a nuestro alrededor aún parece plegarse a nuestros caprichos, pero con algún zarpazo ocasional, a modo de advertencia, que nos recuerda que estamos aquí de paso, que somos demasiados y que ya no podemos hacer todo lo que se nos antoje. 

Pero, dejando de lado estas consideraciones de orden general, que poco aportan al devenir cotidiano de nuestra civilización, me ha parecido que podría resultar interesante analizar, sin ánimo de ser exhaustivo, algunos de los fenómenos que están teniendo lugar en los últimos años y que bien podrían marcar tendencia hacia un cambio más profundo... y preocupante.

  1. El aumento de la desigualdad económica, reflejado en la creciente concentración de riqueza en un pequeño porcentaje de la población, el debilitamiento de la clase media y la dificultad cada vez mayor de los salarios para cubrir necesidades básicas como la vivienda o la alimentación.

  2. La transformación del empleo, con una progresiva precarización de las condiciones laborales, la desaparición de trabajos tradicionales y su sustitución por empleos más inestables y peor pagados. La automatización y el avance de la inteligencia artificial están acelerando estos cambios, afectando a sectores que hasta hace poco parecían seguros.

  3. El deterioro de algunos servicios esenciales, como la sanidad pública, con problemas de saturación y escasez de profesionales, o la educación, donde las opciones de mayor calidad tienden a ser cada vez más costosas. Infraestructuras clave, como el transporte ferroviario, muestran signos de desgaste por falta de inversión suficiente para su mantenimiento.

  4. La crisis energética y la transición ecológica, un proceso necesario pero complejo, en el que los combustibles fósiles aún sostienen gran parte de la economía mientras las energías renovables avanzan sin la velocidad, y quizá también sin la la capacidad, suficiente para reemplazarlos completamente. Una transición que requiere cambios estructurales profundos que, por el momento, no parecen haberse emprendido.

  5. La creciente inestabilidad política y la pérdida de confianza en las instituciones, en un contexto de conflictos internacionales no resueltos y una rivalidad cada vez más marcada entre las grandes potencias. Esto ha provocado tensiones comerciales, tecnológicas e incluso militares. A nivel interno la ciudadanía muestra una desconfianza creciente hacia la clase política y las instituciones democráticas.

  6. El debilitamiento del tejido social y el aumento del malestar psicológico, con un incremento de la ansiedad y otros problemas de salud mental (datos de la OMS). La polarización política, la fragmentación social y el aislamiento digital contribuyen a que muchas personas perciban su entorno como algo cada vez menos seguro y cohesionado.

  7. La digitalización y automatización omnipresentes, que nos ha llevado a depender de sistemas digitales y de inteligencia artificial cuyo funcionamiento solo unos pocos comprenden en profundidad. Estos avances han mejorado aspectos de la vida cotidiana, aunque con problemas de marginación para una parte de la población, pero también generan vulnerabilidades ante posibles fallos o ataques que podrían afectar a sectores clave de la economía y la sociedad.

  8. El impacto del cambio climático y los fenómenos atmosféricos extremos, con un aumento en la frecuencia e intensidad de inundaciones, incendios, olas de calor y huracanes. Problemas que llevan décadas anunciándose, pero que hace sólo una parecían excepcionales y  ahora ocurren con inquietante regularidad. Habrá que pensar, parece, en nuevas estrategias de adaptación al cambio y mitigación de sus consecuencias.

Cada uno de estos factores, por sí solo, ya representa un desafío. Juntos, configuran un entorno cada vez más complejo y difícil de gestionar. Si bien algunas de estas tendencias pueden ser revertidas o mitigadas con las políticas adecuadas, en otras aún no se observan cambios significativos que sugieran una corrección del rumbo. En cualquier caso, el futuro dependerá de nuestra capacidad de adaptación y respuesta a estos desafíos.

 

viernes, 14 de febrero de 2025

Transparencia

La costumbre de retransmitir los plenos del Ayuntamiento, y también los de otras instituciones, es ya vieja y no necesariamente mala. Pero tampoco es, como sostenía un exconcejal con el que comentábamos el último pleno, una panacea o la sublimación de la democracia. Así, me decía, los ciudadanos pueden ver lo que hacemos. Creo que no se dio cuenta de las implicaciones de la frase hasta que terminó de hablar. Y no está mal que la gente preste atención a la forma en la que sus representantes desarrollan sus funciones. Porque las formas tienen importancia, desde luego, pero en la gestión de los asuntos públicos, importan sobre todo los resultados.

Yo no suelo ver esas retransmisiones, pero he visto, porque me ha llegado varias veces al móvil, un fragmento del último pleno municipal. Concretamente la parte en la que el alcalde expulsó a una concejala del pleno porque, según él, no se atenía al contenido del punto del orden del día que se estaba tratando. Las formas, en este caso, resultan chocantes por lo llamativas. Si se expulsara, o simplemente se retirara la palabra, a un político cada vez que se va por los cerros de Úbeda, los plenos, y no sólo los del Ayuntamiento, serían incomparablemente más cortos. Y menos aburridos. Aparte de que la ubicación de los mencionados cerros, por lo que respecta al discurso político, es algo opinable. Dicho esto, expulsar a una concejala durante el tiempo que tiene estipulado para intervenir y con la peregrina justificación de que no se atiene al orden del día, es una decisión… arriesgada, que sienta un precedente difícil de gestionar en el futuro.

Por lo que respecta a los resultados de la gestión, la más consolidada de nuestras tradiciones políticas, permítaseme la perogrullada, exige que al gobierno le parezcan óptimos y a la oposición inexistentes o desastrosos. Eso no es una novedad ni tampoco un problema, porque los resultados en la gestión de un Ayuntamiento no deberían ser difíciles de evaluar. Al menos una vez establecidos los requisitos básicos como, por ejemplo, ¿para qué sirve un Ayuntamiento? A priori esta puede parecer una pregunta sencilla, pero no lo es. Hágansela a un ciudadano desprevenido y ya me contarán lo que les contesta. Si es que les contesta.

El estado actual de la ciudad y su comparación con ciudades próximas y de tamaño parecido, puesto de manifiesto la semana pasada en un artículo del foro B21 sobre el presupuesto municipal, permiten abrigar ciertas reservas acerca de la utilidad inmediata de la institución. El ayuntamiento debería servir para proporcionar determinados servicios, para dar facilidades a las empresas que quieran instalarse en la ciudad, para preocuparse del aspecto general, tanto del centro como de la periferia, y para que la ciudad resulte atractiva para vivir y trabajar. Y también para planificar un futuro que será más o menos problemático en función de cómo lleguemos hasta él.

Pero los políticos, incluso los competentes, no suelen prestar atención a nada que vaya a ocurrir después de las próximas elecciones, y los ciudadanos tampoco ven mucho más allá de sus problemas particulares o de sus simpatías y antipatías personales. Todo ello claro con honrosas, pero no demasiadas, excepciones. Esto, una burocracia que se justifica a sí misma y la falta de mecanismos de evaluación y rendición de cuentas distintos del mero espectáculo televisado, hacen que la gestión de la cosa pública sea ahora tan imprevisible como el tiempo atmosférico. Y casi igual de preocupante.

Enviado a ECA 14 de febrero de 2025


 

jueves, 6 de febrero de 2025

Agosto de 1936.

 


Hace casi un mes del fracasado golpe de estado y del comienzo de la guerra civil. La guarnición no ha secundado el golpe y la ciudad se mantiene, por el momento, leal al régimen republicano. Decir que dentro de la legalidad es mucho decir. La legalidad republicana dejó de existir en gran parte del territorio a raíz del golpe de estado. El poder real está en manos de un comité revolucionario que pronto empieza a tomar medidas contra los que considera, en algunos casos con razón, partidarios de los militares golpistas. Uno de los estamentos más afectados es el clero. Los curas de los pueblos son perseguidos y, en muchos casos asesinados en las carreteras. Los pertenecientes a órdenes religiosas presentes en la ciudad, como los claretianos o los escolapios, están encerrados en el salón de actos de estos últimos. El obispo está encarcelado en el Ayuntamiento y muchos ciudadanos, considerados simpatizantes de los rebeldes, en el convento de las Capuchinas.

En la margen izquierda del río, cerca de la extensa huerta de la ciudad, hay un pequeño convento de monjas que se ganan la vida atendiendo enfermos y prestando pequeños servicios a la comunidad. El convento pasa, en los primeros momentos, desapercibido. Los vecinos de la calle llevan años conviviendo con las monjas que no tienen, ni han tenido, otra actividad que la asistencial, de la que viven. En la planta baja del convento hay una pequeña iglesia en la que dice, decía, misa todos los días un cura de los escolapios o de la vecina parroquia de San Francisco.

Unas puertas más abajo viven José y Carmen, en un caserón grande, destartalado y, visto desde la calle, algo inhóspito. La puerta y todos los balcones, ventanas y ventanucos de la parte delantera dan al rio Vero que, en verano, baja prácticamente seco y cuyo cauce está al otro lado de la calle, más allá de las dos fuentes que hay frente a la casa. Un portalón de madera que ajusta mal, dos balcones, uno por piso, en los dos primeros y dos pequeñas ventanas en el tercero. El balcón del primer piso es algo más grande que el del segundo y la barandilla algo más elaborada. Ninguno de los balcones tiene persianas, pero en el primero hay una tela blanca para proteger el interior del Sol que da allí prácticamente todo el día, gracias a la orientación Sur de las casas de este lado de la calle. El patio, nada más cruzar el portón, es grande, con suelo de tierra compactada y en él hay un pesebre para las caballerías, que ocupa toda la pared a la izquierda de la entrada, y dos puertas en el lado opuesto, que dan acceso a una cuadra y a una bodega, además del arranque de la escalera que da acceso a los pisos superiores. 

Subiendo la escalera y antes de llegar al primer piso, que sirve de dormitorio, hay un espacio dedicado a pisar la uva y, un poco más arriba, un pasillo a la derecha que conduce a la parte trasera de la casa donde hay una cocina, con fuego bajo de leña, bastante grande, un comedor, una antecocina y una serie de cuartos utilizados para guardar la parte de la cosecha dedicada al consumo familiar. A la entrada del comedor está el único váter de la casa y justo enfrente otra escalera que conduce a un piso algo más pequeño y a un tendedor, el terrado, que da a las huertas y al campo. El primer piso es grande, con habitaciones de techos altos. Sin posibilidad de calentarlas en invierno, y que sólo se utilizan para dormir. Son muy calurosas en verano las de la parte frontal, la que da al Sur, y más frescas, en los tres pisos, las que dan al norte, a las huertas. No hay agua corriente, pero la fuente está casi enfrente de la casa y da agua todo el año, siempre a la temperatura justa. José, que ya tiene cerca de los 60 años, baja a lavarse a la fuente como el resto de los hombres de la calle. Las mujeres se lavan en casa.

José es un pequeño agricultor. Combatió en Cuba y perdió. Con la gripe del 18 volvió a perder, esta vez a los dos hijos de su primer matrimonio. Esta guerra de ahora, él aún no lo sabe, también la va a perder sin necesidad de combatir. Ni él ni Carmen, su segunda mujer, tienen ninguna razón para simpatizar con el golpe militar, pero tampoco les entusiasman los revolucionarios que están alterando su, hasta entonces, pacífica vida de arrabal. Los dos hermanos mayores de Carmen, que están afiliados a la UGT y que van por la casa de cuando en cuando, son claramente beligerantes contra los militares rebeldes. José asiente distraído cuando alguno de ellos, sobre todo Félix, le coloca alguna larga perorata revolucionaria. Alguna vez, después del golpe, les ha dicho que, probablemente, la guerra la ganarían antes en el frente que hostigando a civiles desarmados en la retaguardia, pero las cosas no han ido más lejos. En el fondo se quieren, o, al menos, se respetan. Carmen no interviene en las discusiones, pero cree, y así se lo dice a su marido alguna vez, que sus hermanos acabarán mal. Las noticias que llegan de la zona ocupada, donde la represión contra la gente de izquierdas o contra meros simpatizantes de la república está siendo durísima, y lo que están viendo todos los días en su propia zona no permiten albergar muchas esperanzas.

Entre tanto y procedentes de Barcelona, llegan a la ciudad grupos heterogéneos de gente armada, entre ellos anarquistas y otros militantes de partidos de izquierda, junto con gente sin adscripción política, muchos recién salidos de las cárceles catalanas gracias a una suerte de amnistía decretada allí por las autoridades de facto. La presión de estos grupos termina con la relativa moderación del comité local que se ha impuesto o a las autoridades republicanas y fuerza el inicio de las detenciones masivas y ejecuciones sin juicio. Un grupo de milicianos anarquistas ha tomado nota de la existencia del convento y ha amenazado a sus ya aterrorizadas ocupantes pero, de momento, las cosas no han pasado de ahí. Félix ha advertido a su hermana de que las cosas pueden ponerse muy feas para las monjas y que no estaría de más que abandonaran el convento y si pueden la ciudad, antes de la noche.

Pero la noche cae y las monjas siguen allí. El tumulto en el pueblo aumenta al oscurecer y los partidarios, reales o supuestos, del golpe militar se esfuerzan por pasar desapercibidos. Algunos se van de sus casas y se esconden en las de los vecinos o amigos menos sospechosos de connivencia con los rebeldes. Por la tarde se asalta un convento de claretianos y se detiene a los presentes, algunos curas y varios seminaristas muy jóvenes, que son conducidos al colegio de los escolapios donde van a pasar la noche. El el coronel Villalba, al mando de la guarnición, que no ha secundado la rebelión, intenta calmar los ánimos, pero poco puede hacer. Algunos derechistas significados, que no han tenido la ‘suerte, de ir a parar a la prisión de las capuchinas, han sido asesinados in situ por elementos descontrolados.

En la casa de Carmen y José nadie duerme. Las tres hijas del matrimonio están aterrorizadas y José intenta evaluar la situación. No cree que él y su familia tengan nada que temer de los revoltosos, pero sabe que en una guerra a los civiles puede pasarles cualquier cosa sin necesidad de que haya ninguna razón para ello. En su calle, habitada sobre todo por pequeños agricultores, no hay nadie, que él sepa, que pueda atraer la atención de los revolucionarios, aunque por la mañana ha oído hablar de varios casos de detenciones arbitrarias sin otra razón que la inquina de algún miembro del comité. Por otra parte, está el convento de las monjas, a cuatro puertas de su casa, y, después de lo que ha ocurrido con los claretianos, no sería de extrañar que intentaran algo contra ellas. Por la calle no se ve a nadie. Alguna sombra furtiva se mueve de una casa a otra, pero nada más. De momento parece que todo el alboroto tiene lugar al otro lado del río, sobre todo en las proximidades del ayuntamiento.

Pasada la medianoche José, que estaba sentado con la luz apagada en una silla de la sala que daba acceso a las dos alcobas del primer piso, oye abrirse la puerta del patio, que no se cerraba nunca con llave, pero cuyas bisagras, faltas de aceite, delataban y más en el silencio de la noche y con la ventana abierta, cualquier intento de apertura. Se levantó y se dirigió hacia la escalera, no sin antes advertir a su mujer y sus hijas, que estaban en las alcobas sin decir palabra, que guardaran silencio. Antes de llegar se hizo con una gruesa rama de olivera que tenía en cuarto situado al final del largo pasillo que llevaba desde las alcobas al rellano. Allí se detuvo un momento, intentando ver u oír algo en la oscuridad. Al cabo de unos minutos advirtió que quienquiera que hubiera entrado en la casa intentaba cerrar la puerta haciendo menos ruido que al abrirla, pero sin poder evitar el chirrido de las viejas bisagras. Después de eso y tras unos momentos de silencio, oyó a alguien que se movía sigilosamente en el patio y una voz de mujer con acento apagado, posiblemente angustiado. 

- ¡Carmen! ¡Carmen!

José, algo más tranquilo, baja las escaleras hasta el primer rellano y, todavía sin ver de quien se trataba, pregunta.

- ¿Quién es? ¿Qué pasa?

- Soy Sor María, la superiora del convento, vengo con tres hermanas. Ha venido el sacristán de la parroquia y nos ha dicho que es mejor que no nos quedemos allí esta noche.

- ¿Sor María? ¿Y qué quiere que hagamos nosotros? Pero suban, suban…

Les hace pasar al lagar donde se pisa la uva y cierra la puerta tras ellas. En una repisa hay una palmatoria con un cabo de vela y unas cerillas con las que consigue algo de luz. Las cuatro monjas, vestidas aún con sus hábitos, están temblando a pesar del calor. El sacristán les ha dicho lo que está pasando con los escolapios y los claretianos y las monjas están aterrorizadas. José no sabe que decir. Él mismo está muy asustado. Su mujer y sus hijas están en la casa y no sabe, aunque puede intuirlo, las consecuencias que puede tener el acoger a las monjas.

La puerta del lagar se abre y entra Carmen que rápidamente pone las cosas en su sitio y despeja las dudas de su marido. Que tampoco eran muchas. Las monjas se quedan en casa esa noche y hasta que puedan marcharse a un lugar seguro. El pequeño piso de la parte de atrás, la que da a las huertas, en el que hay un par de alcobas y un conejar y desde el que se accede a un terrado que bien podría servir como vía de escape, será su refugio provisional.

Después de darles algo de ropa de cama, deja descansar a las monjas y vuelve con su marido a la sala del piso principal de la casa, donde siguen sus hijas ya sin ninguna posibilidad de conciliar el sueño. José sigue preocupado.

- Si vienen a por ellas y no las encuentran en el convento, las buscarán por la calle. No tardarán en venir aquí.

- Bueno, pues nosotros no sabemos nada. Aquí no están.

- Puede que se lo crean y puede que no. Puede que registren la casa. Puede que algún vecino las haya visto entrar y nos delate.

- No lo creo. Seguro que también hay monjas en alguna otra casa. Eran más de diez y aquí sólo han venido cuatro.

Son casi las tres de la mañana cuando se oye un fuerte alboroto en la calle. El ruido proviene del convento, dónde un grupo de hombres muy alterados parece haber irrumpido violentamente. Algunos de ellos deben estar ya dentro y fuera hay un grupo, unos cinco o seis, gesticulando y gritando. Parecen estar borrachos. Los que estaban dentro gritan algo a través de las ventanas de uno de los pisos y los que estaban abajo entran en la iglesia. Sacan algunas imágenes a la calle donde ya hay una hoguera encendida y las echan al fuego. Después preguntan, a voz en grito, que dónde están las monjas. Por el momento no se atreven a entrar en ninguna casa, pero aporrean puertas con las culatas de sus fusiles. Algunos vecinos, también José, se asoman a los balcones. Las casas más próximas al convento son objeto pronto de una atención especial. Los alborotadores se dirigen a sus habitantes y les conminan a entregar a las monjas bajo la amenaza de quemar el convento y toda la calle si es necesario.

Un grupo de vecinos ha bajado a la calle y se concentra en la calzada que separa la calle del cauce del río. Son bastantes y por un momento parecen suficientes para que el griterío de los asaltantes del convente se amortigüe un poco. Pero estos últimos van armados, y los vecinos que están con las manos vacías, son conminados a volver a sus casas bajo la amenaza de los fusiles. Los gritos se recrudecen y un grupo entra en una casa vecina al convento. Tras una tensa conversación con sus ocupantes, tiene lugar un registro infructuoso. En la casa no hay ninguna monja o no la han sabido encontrar. Empiezan entonces un registro sistemático, casa por casa, empezando por la parte de la calle más próxima a la parroquia.

Mientras tanto, las imágenes y los bancos de la pequeña iglesia del convento siguen ardiendo en la calle, en una hoguera alimentada por dos individuos armados que, de vez en cuando, hacen disparos al aire para amedrentar a los que se atreven a asomarse, impidiendo cualquier posibilidad de resistencia coordinada por parte de los vecinos. Pero el ruido está atrayendo a gente de la ciudad, no mucha, a los puentes sobre el río, sobre todo al de San Francisco, el más próximo al convento y a la iglesia del mismo nombre. El que parece ser el cabecilla de los asaltantes se dirige a los nuevos testigos para informarles de lo que está pasando allí y de lo que, según él, están haciendo los militares y los curas en los lugares en los que el golpe ha triunfado. Alguien pregunta que qué tienen que ver las monjas y los vecinos de la calle, una calle de obreros y campesinos, según el interpelante, con los militares y los curas rebeldes, pero no obtiene respuesta. No obstante, los asaltantes no parecen tan seguros, ante la pequeña concentración, y, después de proferir algunos gritos a favor de la república, de la anarquía y de la FAI, contra los militares, los banqueros, los terratenientes y los curas, y de amenazar a cualquiera que se confabule con los que ellos llaman enemigos del pueblo, deciden dejar las cosas como están y retirarse. Son más de las seis de la mañana y el Sol naciente ya ilumina la torre de la iglesia.

Con el nuevo día, las cosas parecen algo más calmadas, aunque circula el rumor de que por la noche se han producido algunas detenciones e incluso asesinatos de religiosos de los que estaban en los escolapios y también de las parroquias de los alrededores. Por otra parte, la prensa republicana y sobre todo los pasquines de partido destacan la brutalidad con que los militares rebeldes extirpaban el ‘cáncer rojo’ de las zonas que cayeron inicialmente y van cayendo en su poder. En la ciudad de Huesca, sin ir más lejos, son numerosas las ejecuciones por simples sospechas de falta de entusiasmo con la sublevación. Algunos vecinos de la calle son llamados a declarar ante el comité local a propósito de los acontecimientos de la noche anterior y aunque algunos se quejan del asalto al convento y las amenazas proferidas por los asaltantes, el comité parece más interesado en el paradero de las monjas que en mantener el orden. No obstante, el comité se abstiene de presionar ni de amenazar y los vecinos vuelven a sus casas relativamente tranquilos.

En la casa de Carmen y José, la mañana es también tranquila. Aprovechan para dormir un poco y también para comer. Las cuatro monjas lo hacen en su refugio provisional y parecen haber recobrado un poco de serenidad. Le dicen a Carmen que creen que algunas hermanas salieron al campo por la parte de atrás y otras fueron a refugiarse en la ciudad. Ellas salieron las últimas y no se atrevieron a ir más lejos. José dice que la calle está vigilada y que es posible que esta noche vuelvan a reproducirse los alborotos y que ser ellos los únicos que han acogido a las monjas fugitivas, no les va a ayudar si las encuentran.

Con la noche llega de nuevo la oscuridad. La calle, que ya está mal iluminada en condiciones normales, no tiene ahora ningún punto de luz. En la casa nadie duerme. Carmen y sus hijas han subido por la tarde al terrado de la parte de atrás con algo de ropa para las monjas, incluyendo unos pañuelos improvisados para la cabeza. Después han quemado los hábitos en el fuego de la cocina y se han sentado a esperar. Por el momento parece demasiado arriesgado que abandonen la casa. Unas voces destempladas rompen el silencio de la calle y unos fuertes golpes en la puerta sobresaltan a los aterrorizados habitantes de la casa. José se asoma al balcón del primer piso.

- ¿Quién es? ¿qué pasa?

- Obre la porta. Sabem que amagueu feixistes a la casa..

- ¿Fascistas?, ¿Qué fascistas? Sólo estamos mi familia y yo.

- I les monges del convent. No et molestis a negar-ho. Val més que surtin per les bones o entrarem a per elles.

- Esta es mi casa. Aquí no podéis entrar.

Desde abajo le amenazan con los fusiles y un disparo impacta en la pared de la casa, por encima pero no a mucha distancia de su cabeza. José retrocede y corre por el pasillo hacia la puerta del piso y la escalera. Cuando llega al rellano oye las voces de los milicianos, ya dentro del patio y subiendo por la escalera. Algunos de ellos están bajo los efectos del alcohol, y el que parece ser el cabecilla se dirige a él en tono destemplado y agresivo.

- On son?

- ¿Qué vais a hacer? ¿Qué os han hecho esas mujeres?

- Això a tu no et fa res. Els capellans i les monges són enemics del poble i estan a favor dels militars que han traït la república 

- Estás monjas no está a favor ni en contra de nada. No han hecho mal a nadie. Id a combatir a los fascistas al frente y dejadnos en paz.

Estas palabras están a punto de costarle muy caro. Dos de los milicianos, a un gesto del cabecilla suben hacia José con los fusiles empuñados. José retrocede, dispuesto a defender como pueda el acceso al resto de la casa, pero en ese momento se oyen fuertes voces y algunos disparos en la calle. Tras un breve tumulto en el patio se ve subir por la escalera a un nuevo grupo de hombres armados y con una escarapela de la UGT en el brazo, que apuntan con sus fusiles a los que ya estaban dentro. Estos a su vez se encaran con los recién llegados sin saber muy bien a qué atenerse. Detrás sube Félix, el hermano de Carmen, que empuña una pistola, flanqueado por dos hombres con fusiles. 

Con la escalera abarrotada de hombres armados, la situación deviene potencialmente explosiva. En el piso donde están refugiadas las monjas y la familia de José están todas aterrorizadas por los gritos. Aunque han descartado una posible huida por el terrado, por estar demasiado alto, las monjas parecen dispuestas a cualquier cosa antes que caer en manos de los revolucionarios. 

Félix se dirige al jefe de los que han asaltado la casa

- ¿Qué pasa aquí? ¿Quiénes sois vosotros y qué queréis?

- Salud camarada. Hem de fer un registre. En esta casa hay enemigos del pueblo.

- Salud. Esta casa está bajo la protección de la UGT y no vais a hacer ningún registro. Y te repito la pregunta ¿quiénes sois?

- Somos de las milicias de retaguardia. Hemos venido desde Barcelona para combatir al fascismo. Y yo te repito que aquí hay fascistas escondidos.

Félix amartilla su pistola y los que vienen con el bajan los cañones de sus fusiles, apuntando a los milicianos.

- Aquí no hay ningún fascista. Marchaos de una vez y ya resolveremos esto mañana en el comité. Abajo hay gente suficiente para acabar con esta discusión por las malas.

-  Esto no acaba aquí. Nos veremos en el comité.

- Puedes estar seguro. Pero si volvemos a encontraros en esta calle lo resolveremos a tiros. Salud.

- Vés-te'n a l'infern. Demà arreglarem comptes.

Epílogo: Los alborotadores se retiraron, los milicianos de UGT bajaron a la calle y se acomodaron a fumar o mascar tabaco en silencio, en un pretil de mampostería que hay enfrente de la casa, sobre las escaleras de acceso a una de las fuentes. Félix intentó tranquilizar a su cuñado, pero lo consiguió sólo a medias. A partir de entonces ni siquiera la salida de las monjas sería una garantía para los habitantes de la casa, pero no obstante convinieron en que había que llevarlas a algún lugar seguro o pasarlas a la zona controlada por los rebeldes. Aunque esto último a Félix le pareció una herejía. Creía que bastaría con que fueran hacia Cataluña, con ropas civiles, y buscaran ayuda en alguna población grande. Ellos no podían hacer nada más, aunque seguirían vigilando la casa durante unos días. La presión de los milicianos sobre la ciudad fue disminuyendo como consecuendia de las demandas de la guerra de verdad. La que se libraba en los frentes. Las monjas salieron de la casa y pasaron a territorio controlado por los militares rebeldes. Allí también se fusilaba sin demasiadas formalidades, pero no a las monjas.

Las monjas, algunas de ellas, volvieron al convento una vez acabada la guerra. José y su familia también salieron de la ciudad cuando se anunció la llegada de las tropas sublevadas, ante el temor de que vinieran encabezadas por regulares africanos. Félix sobrevivió a la guerra y murió en Estada en los años 70. Uno de sus hermanos, Ángel, murió fusilado en Zaragoza en 1942. La familia siguió viviendo en la vieja casa hasta mediados de los años 60. Carmen murió en 1971 y José había muerto de cáncer en 1957.


lunes, 3 de febrero de 2025

Pesadillas


Imagen generada por Dalle E

No suelo tener demasiadas pesadillas, o no las recuerdo, con una pintoresca excepción que viene repitiéndose con cierta frecuencia en los últimos meses. Estoy metido en algún problema o situación complicada. Me he perdido o he perdido a alguien en alguna ciudad desconocida, el coche me ha dejado tirado en una carretera, tengo que llegar a una cita indeclinable y tengo problemas con el tráfico y cosas por el estilo. Todos esos problemas tienen algo en común: se solucionarían o se atenuarían con una llamada telefónica o consultando el mapa que ahora llevan todos los móviles, o consultando el correo o algún sistema de mensajería. Pero siempre me encuentro con dificultades insalvables para manejar el aparato. O bien no consigo marcar el número, o no encuentro la aplicación que muestra el mapa, o estoy sin batería, o… dificultades que solo se resuelven porque, al final, me despierto con una notable sensación de alivio.

Aún recuerdo cuando compré el primer aparato, en Barreu de Huesca en los primeros años 90. Me costó cinco mil pesetas (30€), y era un teléfono analógico operado por la, entonces única, compañía telefónica bajo la marca MoviLine. Un aparato que servía para efectuar y recibir llamadas y que te informaba, con una lucecita verde, si tenías alguna llamada perdida. Nada más. Era difícil hacerse adicto a semejante trasto que, además, tenía una utilidad relativa porque su cobertura era más bien limitada, probablemente por falta de repetidores suficientes. Tenían además la peculiaridad de que casi cualquiera con el receptor adecuado podía escuchar las conversaciones mantenidas a través de ellos.

A partir de la Expo y del Mundial del 92 se desplegaron los repetidores de telefonía digital, con terminales más compactos, que permitían saber quién te llamaba y mantener una agenda telefónica. Nada espectacular pero que empezó ya a crear usuarios compulsivos a los que se veía por las calles, medios de transporte, bares y casi cualquier sitio público con un terminal en la oreja y manteniendo lo que parecían ser importantísimas conversaciones que, a veces, ni siquiera existían. 

Internet se estaba desarrollando al mismo tiempo y era cuestión de tiempo que ambos desarrollos convergieran, cosa que ocurrió más o menos hacia el año 1994 con los primeros teléfonos inteligentes, también entonces se atribuía inteligencia a cualquier cosa, tendencia que se consolidó con la llegada de los sistemas IOS y Android a partir de 2007. 

Hoy prácticamente todo el mundo tiene uno. Un aparato que ha sustituido, habrá quien diga que con ventaja, al teléfono, al despertador, a la cámara fotográfica, a la guía de carreteras, a la agenda, al mando a distancia, al correo postal, al periódico en papel, al libro en papel, al banco, al comercio local, al mostrador de la seguridad social, al cine, a la televisión, a las reuniones con amigos, a la charla en el bar, al profesor y a muchas otras cosas. Cosas que hace apenas 20 años formaban parte de nuestra vida y a las que ahora accedemos, casi en exclusiva, a través de nuestros teléfonos móviles. Unos aparatos cuyo diseño y funcionalidades, gestionadas por los famosos algoritmos, dependen enteramente de la voluntad de unas pocas grandes compañías que han demostrado, sobradamente, su capacidad para llevarnos a donde quieren y por donde quieren. 




jueves, 23 de enero de 2025

Primarias en el PSOE aragonés.

 Darío Villagrasa es una joven promesa del socialismo aragonés que opta, optaba esta mañana al menos, a la Secretaría General del PSOE en Aragón. Los apoyos con que contaba y que, según sus propias palabras, le animaron a presentarse, parecen estar perdiendo peso y volumen, en un proceso que cuenta con notables antecedentes en Castilla León y Andalucía.

Hay, claro, otro candidato. Candidata, en este caso, que cuenta con el apoyo de la dirección federal del partido y que, además, es ministra de educación y portavoz del gobierno socialista. Una candidata difícil de batir para un candidato local, aún en el supuesto de que las preceptivas, si hay más de un candidato, elecciones primarias se llevaran a cabo con total neutralidad por parte de los órganos del partido y del gobierno.

Pero esa neutralidad en las actuales circunstancias es improbable. El gobierno y la dirección federal del partido, que en la práctica son la misma cosa, están sometidos a una fuerte presión por vía judicial y sufriendo una estresante debilidad parlamentaria, que no admite grietas en la unidad interna. Se podría, quizá, haber dejado vía libre al candidato local pero, una vez que se ha optado por la confrontación con la estructura saliente, que por otra parte ya viene de lejos, no se presenta a una candidata, tan significada como Pilar Alegría, para que pierda. Ni para que corra el riesto de perder.

Es verdad que en Extremadura la candidata supuestamente apoyada por el gobierno perdió las primarias. Pero era una mujer prácticamente desconocida fuera de Extremadura y su oponente era entonces secretario general del partido en la región. Un hombre, además, que había dado la cara en uno de los conflictos judiciales que afectan al presidente. Nada que ver con la situación en Aragón.

Y ¿qué es lo que está pasando ahora? Pues que los apoyos con los que Darío contaba están pasándose a Pilar. Para gente que aspira a tener algo parecido a una carrera política en el PSOE enfrentarse al presidente y secretario federal del partido es algo muy arriesgado. Y para que valga la pena correr el riesgo, no basta con tener un buen candidato. Parece que Darío lo es. O lo era. Ha de ser un candidato con posibilidades reales. Pero basta con que algún apoyo o agrupación considerados firmes se descuelgue, para que empiece la desbandada y todos, o la mayoría, se esfuercen en no llegar los últimos a rendir pleitesía a la ganadora. Y ya se han descolgado varios.

Lo más probable, pues, es que Darío se haga a un lado como consecuencia, desde luego, de una reflexión personal y negociando alguna cuota de poder con Pilar Alegría. Y que Pilar pase a ser la única candidata y, por tanto, la próxima Secretaria General del PSOE en Aragón. Sin el engorro de unas primarias que, como es sabido, las carga el diablo.

Es posible que este proceso, tal como se ha descrito, no contribuya a consolidar la democracia interna dentro del PSOE, pero, a estas alturas, eso no le va a quitar el sueño a nadie. Así son las cosas. O así parecen.


lunes, 13 de enero de 2025

Diálogos para Besugos VII.


- Buenas tardes, yo venía a contarle…
- Es que ahora no puedo atenderle.  
- Pero…
- Y además… ¿Quién es usted?
- Soy el presidente.
- Ah, encantado. Pero no tengo suelto. Vuelva otro día.
- ¿Que no tiene suelto? Va a resultar usted un gracioso. De todas formas, no vengo a recaudar. Eso lo hacen los de hacienda. 
- Ya. Por si acaso. Y ¿A qué ha venido, si puede saberse?
- Como le decía yo vengo a contarle lo mucho que mi gobierno ha hecho y va a seguir haciendo por los más desfavorecidos.
- Pues me alegro de que toque ese tema. Una vez que hayan hecho ustedes por ellos lo que se sea que vayan a hacer, ¿Seguirán siendo los más desfavorecidos? Y, si no, ¿Quiénes serán entonces los más desfavorecidos? A ver si vamos a liarla y favoreciendo, favoreciendo voy a acabar siendo yo el más desfavorecido.
- Bueno, mire, no se preocupe por eso. En realidad, también vamos a trabajar por los más vulnerables.
- Vaya, otros que tienen suerte. Y dígame ¿Qué diferencia hay entre los más vulnerables y los más desfavorecidos?
- Los más vulnerables son los que corren el riesgo de quedarse sin trabajo, sin casa y sin alimentos. Como usted. Los más desfavorecidos son los que ya no tienen casa, ni trabajo ni alimentos. Como ve la diferencia es notable. Los más vulnerables corren el riesgo de ser los más desfavorecidos a no ser que les ayudemos. Por suerte para ustedes estamos aquí.
- Oiga, que yo no corro ningún riesgo de quedarme sin trabajo, sin casa y sin alimentos.
- ¿No? ¿Está seguro?
- Sí. Yo soy un jubilado. Después de muchos años de cotizar recibo una pensión que me he ganado sobradamente. Y tengo mis ahorros. 
- Ah, pero usted no es sólo un jubilado. Usted es un privilegiado, aferrado a un sistema que solo funciona bien con 4 trabajadores activos por jubilado. Ahora no hay ni dos. Lea, lea la prensa. Y dentro de poco habrá uno. Créame, es usted bastante vulnerable y va camino de estar entre los más vulnerables.
Seguro que el sistema de pensiones, en su diseño actual, tiene los días contados. Como tantas otras cosas. Pero yo también, así que estoy preocupado, pero no mucho. Ustedes deberían estarlo más porque para eso cobran, y hasta puede que lo estén, pero tampoco demasiado porque esperan pasarles el problema a los que vengan detrás.  
- Yo he dicho en varias ocasiones que el sistema de pensiones es intocable y que los jubilados actuales pueden estar tranquilos. La última reforma que aprobamos blindó el poder adquisitivo de las pensiones hasta 2050.
- No me diga. Inflación incluida, supongo. Pero entonces, ¿a qué viene eso de que soy vulnerable y llevo camino de serlo más? 
- Pues a que una cosa es lo que hacemos nosotros y otra la que haría la oposición. Ellos recortarían las pensiones, subirían los viajes del Inserso y hasta les quitarían la entrada de cine de los martes. Ya sabe cómo son.
- No. ¿Cómo son?
- Pues…

Enviado a ECA 13 de enero de 2025

viernes, 27 de diciembre de 2024

El Valor del Silencio (Texto generado íntegramente por AI)

 















En un mundo cada vez más ruidoso, el silencio se ha convertido en un bien escaso. Vivimos rodeados de notificaciones, conversaciones ininterrumpidas, motores que rugen y música que resuena en cada rincón. Sin embargo, pocos se detienen a reflexionar sobre lo que significa el silencio, su importancia y las oportunidades que nos ofrece. El silencio no es simplemente la ausencia de ruido. Es un espacio de encuentro con uno mismo, un refugio donde podemos procesar nuestras emociones, pensamientos e inquietudes. En el silencio, encontramos claridad, un momento para analizar nuestras decisiones y evaluar el rumbo de nuestra vida. Grandes ideas han nacido en momentos de introspección silenciosa; incluso las mentes más brillantes, como las de Einstein o Newton, encontraron inspiración en la calma. Pero en la sociedad actual, el silencio tiende a interpretarse como vacío o incomodidad. Las conversaciones se llenan de palabras superfluas para evitar los "momentos incómodos", y muchos sienten la necesidad de estar constantemente conectados para no enfrentarse al temido "aburrimiento". Sin embargo, el silencio no debería asustarnos. Deberíamos aprender a abrazarlo como una herramienta valiosa para el bienestar mental y emocional. Las tradiciones filosóficas y espirituales han reconocido desde hace milenios el poder del silencio. Desde la meditación budista hasta los retiros espirituales en monasterios cristianos, el silencio ha sido clave para alcanzar la paz interior. Estas prácticas nos enseñan que desconectar del ruido externo nos permite escuchar la voz interna, una guía que muchas veces ignoramos por el bullicio de la vida diaria. A nivel práctico, incorporar momentos de silencio en nuestra rutina puede tener efectos profundos. Un paseo por un bosque, unos minutos de respiración consciente al despertar o simplemente apagar el teléfono durante una hora pueden transformar nuestra percepción del día. Estos momentos no solo reducen el estrés, sino que también nos permiten ser más productivos y creativos. El silencio también tiene un impacto social. En un diálogo, aprender a escuchar sin interrumpir puede enriquecer enormemente las relaciones. Cuando dejamos espacio para el silencio, permitimos que las palabras del otro calen más hondo, fomentando una comunicación más auténtica y empática. En conclusión, el silencio no es un lujo, sino una necesidad. En un mundo donde el ruido parece inevitable, buscar momentos de quietud es un acto de resistencia y autocuidado. Más que nunca, necesitamos el silencio para recordar quiénes somos y hacia dónde queremos ir. Como dijo el filósofo Blaise Pascal: "La desgracia del hombre proviene de no saber permanecer en reposo, solo, en su habitación". Tal vez sea hora de redescubrir ese arte olvidado.

jueves, 19 de diciembre de 2024

El dedo en el ojo

 

Apenas dos meses después del último ‘momento histórico’, vivido gracias al anuncio de la ubicación de un centro de datos en Calatorao, asistimos a otro a cuenta de la decisión de la empresa china CATL de instalar una gigafactoría en Figueruelas. Un diario de circulación nacional saludaba el acontecimiento con un editorial titulado ‘El milagro económico aragonés’ en el que, entre otras cosas, todas estupendas, se decía que Aragón es ‘una de las pocas regiones de España que están entrando en el futuro de manera clara y firme, convirtiendo en fortalezas lo que hasta ayer eran debilidades’

No creo que sea para tanto, ojalá lo fuera, pero, en todo caso, no estaría de más tratar de mantener los pies en el suelo, sobre todo al hablar de inversiones multimillonarias como las que, por lo visto, está previsto que se materialicen a lo largo del año que viene. Unos cuarenta mil millones, según la entusiasta editorialista.

Conviene aclarar, yo también estaba algo despistado, que el término giga en la palabra gigafactoría, no se refiere, o no sólo, al tamaño de la fábrica en cuestión, sino al orden de magnitud (Gwh) de la capacidad de almacenamiento del millón de baterías para automóviles eléctricos que va a producir al año. Que es una cantidad ciertamente respetable y que debería suponer, de materializarse, que el tránsito a la movilidad eléctrica ha dejado, o habrá dejado para entonces, atrás las dudas sobre su viabilidad. 

Una vez más, las fortalezas de Aragón, exhibidas a la hora de acoger este tipo de fábricas, son el suelo disponible, el agua del Ebro y el sol y el viento que pueden, con los artilugios adecuados, transformarse en energía renovable. El suelo ya parece estar comprometido en las proximidades de la actual factoría de Figueruelas, agua, al menos este año, parece haber de sobra y energía… ya veremos. No sé si es a estas fortalezas a las que se refería la editorialista, ni por qué, de ser así, eran antes debilidades. A no ser, claro, que se considere una fortaleza sobrevenida la progresiva despoblación del territorio, Zaragoza excluida, y la consiguiente disponibilidad para otros usos de la energía, el agua y el suelo que nosotros no utilizamos por falta de gente, de dinero o de ideas.

El regulador eléctrico español ha aplicado varias veces en los últimos años, y por última vez el pasado jueves, el protocolo de desconexión de grandes industrias. La razón es un déficit ocasional en la generación procedente de fuentes renovables. Esto es algo que no tiene por qué condicionar nada, pero pone de manifiesto que las redes de transmisión, diseñadas para un suministro centralizado y homogéneo y los sistemas de almacenamiento necesitan adaptarse cuanto antes. Pero ayer, viniendo de Zaragoza, mientras atravesaba las nuevas trincheras de Estrecho Quinto, y a la vista de lo que ha pasado y está pasando en Valencia, me preguntaba si hay aquí alguien planificando algo. 

Enviado a ECA 20 de diciembre de 2024


miércoles, 20 de noviembre de 2024

Conversaciones al atardecer. Guerra Civil

Le he pedido a ChatGpt que se haga pasar por el general Emilio Mola Vidal, director de la conspiración militar que desembocó, en julio de 1936, en un golpe de estado fallido y en una guerra civil de tres años de duración. La hipotética conversación tiene lugar en el gobierno militar de Navarra, un día cualquiera de la primavera de ese mismo año.




Diálogo (simulado) con el General Emilio Mola

Yo: He oído que no está usted muy contento con el régimen republicano en España. ¿Es eso cierto?
General Mola: Cierto. El régimen republicano ha llevado al caos y a la anarquía. La disciplina se ha perdido, y el orden debe ser restaurado.

Yo: ¿No tendrá algo que ver también el que usted se considere marginado por las autoridades republicanas?
General Mola: No se trata de cuestiones personales. Es el deber para con España lo que me mueve. La patria está por encima de cualquier agravio personal. El régimen ha fallado en proteger la nación y mantener la unidad.

Yo: No me diga. Y ¿qué debería haber hecho, que no haya hecho según usted, para proteger la nación?
General Mola: Debería haber restablecido el orden con firmeza, contener el desorden social y frenar el avance del comunismo y el separatismo. En vez de eso, se ha dejado que la anarquía se extienda, debilitando nuestras instituciones y dividiendo al pueblo.

Yo: Bueno, pues preséntese a las próximas elecciones y trate de llegar al gobierno.
General Mola: ¿Elecciones? Esta situación no se resuelve con urnas. La política ya ha demostrado su incapacidad para preservar la nación. Es momento de actuar con determinación y rescatar a España del caos.

Yo: Pero ¿es que piensa usted sublevarse?
General Mola: Si el deber lo exige, sí. La patria necesita hombres que actúen, no que esperen. La sublevación es una opción cuando no queda otro camino para salvar a España.

Yo: Supongo que no es usted el único militar descontento que está pensando en ajustar cuentas con el gobierno.
General Mola: No, no soy el único. Hay muchos oficiales que comparten mi visión y el descontento con este desgobierno. España tiene soldados leales que no permitirán que la nación se desmorone sin luchar.

Yo: La ley que anuló los arbitrarios ascensos del régimen anterior tiene mucho que ver con ese descontento, me parece a mí. Aunque no niego que algunos de ustedes estén legítimamente descontentos con algunos aspectos de la política gubernamental.
General Mola: Puede ser. Algunos pueden sentirse afectados por esa ley, es verdad. Pero la causa es mucho más profunda. No se trata de ascensos o posiciones personales; se trata de ver cómo el país se desintegra mientras quienes deberían defenderlo miran hacia otro lado. Es un asunto de deber y de supervivencia nacional, no de rangos.

Yo: Ya hubo una sublevación encabezada por el general Sanjurjo que fracasó. ¿Por qué cree que ahora va a ser diferente?
General Mola: Porque hemos aprendido de los errores. Esta vez no habrá improvisación. Estamos organizados, con más apoyos y mejor preparados. Sabemos a lo que nos enfrentamos, y la situación del país es mucho más crítica. El pueblo está cansado, los militares estamos listos, y no repetiremos las debilidades de 1932. Esta vez no fallaremos.

Yo: Me preocupa Vd. Está hablando de salvar al país con un baño de sangre.
General Mola: Sé que el camino que planteo es duro, pero la alternativa es peor: la desintegración total de la nación. No busco la violencia, pero estoy dispuesto a aceptarla si es necesario para salvar a España. A veces, para extirpar un mal, el remedio es doloroso.

Yo: Ustedes han jurado defender el régimen republicano. Sublevarse es traición.
General Mola: Lo que juré fue defender a España, y ahora mismo el régimen es quien la está traicionando. La lealtad a la patria está por encima de cualquier juramento a un gobierno incompetente. Si el régimen no cumple con su deber, la obligación de un soldado es actuar para salvar la nación, no para obedecer ciegamente.

Yo: ¿Han intentado ustedes negociar con el gobierno?
General Mola: Las negociaciones han sido intentos inútiles. El gobierno está atrapado por intereses partidistas y extremistas, sin capacidad para entender la gravedad de la situación. No hay voluntad de escuchar ni de rectificar. Las palabras ya no sirven cuando el país está al borde del abismo.

Yo: No sé si sabe que la policía les sigue la pista. Podría acabar usted en la cárcel antes de que consiga sublevar al ejército. O a una parte, porque todos no van a estar con usted y sus compañeros.
General Mola: Soy consciente del riesgo. La policía, el gobierno, todos están alerta, pero no nos detendrán. Sabemos el peligro que corremos, y lo aceptamos. La sublevación no depende de un solo hombre. Ya es un movimiento, una determinación colectiva. Si caigo yo, habrá otros para continuar. Esto va más allá de nosotros, es por España.

Yo: Bueno. Supongamos que se sublevan ustedes y supongamos también que triunfan y derriban al gobierno. ¿Qué harán después?
General Mola: Estableceremos un gobierno de unidad nacional que restaure el orden y la disciplina. Se depurará la administración de elementos revolucionarios, se garantizará la seguridad, y se eliminará la amenaza comunista y separatista. Habrá un poder fuerte y centralizado que devuelva a España la estabilidad. Se protegerá la propiedad privada, y se promoverán valores de unidad y patriotismo. Solo así podremos reconstruir la nación.

Yo: Debe saber que los partidos de izquierdas están organizados y que ese programa no les va a convencer. ¿Piensa encerrarlos a todos?
General Mola: No todos. Pero aquellos que representen una amenaza directa a la estabilidad de España, aquellos que alienten la subversión y el caos, serán neutralizados. Habrá detenciones y medidas firmes contra quienes persistan en el desorden. No se permitirá que vuelvan a arrastrar al país a la anarquía. Si no hay lealtad hacia la nación, se actuará sin vacilación.

Yo: Neutralizarlos... ¿no querrá decir matarlos?
General Mola: Preferiría evitarlo, pero en una situación de guerra civil, lamentablemente, no siempre se puede elegir. La prioridad es asegurar la victoria y la estabilidad de España. Si algunos persisten en una resistencia violenta, se les tratará como enemigos de la patria. En tiempos de guerra, el uso de la fuerza es inevitable. No es una cuestión de deseo, sino de necesidad.

Yo: Bueno. Guerra civil habrá sólo si la cosa queda en tablas. No si triunfa su golpe. No habrá necesidad de matar a nadie.
General Mola: Eso sería lo ideal, claro está. Si el golpe tiene éxito inmediato y logramos controlar la situación sin resistencia significativa, la violencia podría minimizarse. Pero debemos ser realistas: habrá quienes no acepten el cambio y se resistan. Esas fuerzas harán todo lo posible por desencadenar un conflicto. No me engaño sobre la resistencia que encontraremos; siempre preferiría evitar el derramamiento de sangre, pero estoy preparado para lo que sea necesario.

Yo: También puede ser que ustedes fracasen. ¿Creen que el gobierno será tan magnánimo como con Sanjurjo?
General Mola: Lo dudo. Esta vez, el contexto es más tenso, y el gobierno está más alerta y menos dispuesto a perdonar. Si fracasamos, sabemos que nos espera una represalia contundente. No habrá indulgencia. Sin embargo, cada hombre involucrado es consciente del riesgo que corre y está dispuesto a asumirlo. No luchamos por indulgencia, luchamos por convicción.

Yo: Bueno. Ya veo que España, una vez más, va a ser 'salvada' le guste o no.
General Mola: Así es. No se trata de si gusta o no, se trata de lo que creemos que es necesario para preservar la nación. España ha llegado a un punto crítico y no puede permitirse caer en el caos y la división. Alguien tiene que actuar, y nosotros estamos dispuestos a hacerlo, con todas las consecuencias que eso implique.

Yo: La república ha tenido cosas buenas. ¿Piensan mantener el régimen republicano después de su 'golpe'?
General Mola: No, no lo creo. La república ha demostrado ser incapaz de mantener el orden y la unidad. Ha permitido el auge del separatismo, del comunismo y del desorden social. Nuestro propósito es establecer un régimen fuerte, capaz de garantizar la estabilidad y la integridad de España. El régimen republicano ha fracasado, y debemos sustituirlo por una estructura que asegure autoridad, orden y una visión unificada del país.

Yo: Está hablando de la vuelta de la monarquía, claro...
General Mola: Podría ser una posibilidad, pero no es el objetivo inmediato. Lo que buscamos, ante todo, es restablecer el orden y la unidad nacional. Si la monarquía resulta ser la mejor opción para garantizar estos fines y lograr la estabilidad de España, entonces sí, podría considerarse. Pero lo primero es la patria y la paz, la forma de gobierno vendrá después.

Yo: ¿No pensarán establecer una dictadura militar en pleno siglo XX?
General Mola: No se trata de una dictadura militar en el sentido clásico, sino de un gobierno fuerte y centralizado, capaz de tomar decisiones rápidas y efectivas para superar la crisis actual. España necesita disciplina y estabilidad, y eso requiere un liderazgo firme. El objetivo no es perpetuar un poder militar, sino asegurar que el país se reorganice, recupere el rumbo y luego establecer una estructura que garantice el orden y el desarrollo.

Yo: En fin. Si la sublevación es inevitable, espero que sean ustedes capaces de tomar el poder de modo inmediato y con el menor derramamiento de sangre posible. De lo contrario tendremos esa guerra civil y en mi opinión cualquier cosa es preferible a la guerra. Incluso que gobiernen ustedes.
General Mola: Lo entiendo. La guerra civil es el peor escenario, y también preferiríamos evitarla a toda costa. Nuestra intención es actuar con rapidez y determinación para evitar un conflicto prolongado. Tomar el poder de inmediato y restablecer el orden con el menor costo posible es nuestra prioridad. Ojalá no tengamos que llegar a esos extremos, pero si no queda otra opción, haremos lo necesario. Espero que la nación pueda encontrar la paz, de una forma u otra.

Yo: Muy bien. Eso es todo. Le agradezco su paciencia. No puedo, no obstante, desearle suerte.
General Mola: Lo entiendo perfectamente. Cada uno tiene su visión sobre lo que es mejor para España. Le agradezco la conversación, ha sido directa y honesta, como debe ser. Hasta otra ocasión, si es que el destino lo permite.



domingo, 3 de noviembre de 2024

Autonomía y catástrofes


No es normal que se abuchee al Rey. Ni que se le lancen pellas de barro u otros objetos cuando acude, junto con la Reina, a interesarse por las consecuencias de una catástrofe humanitaria como la de Valencia. Pero ha ocurrido. Porque la gente está harta. Más que del Rey, probablemente, de los políticos que le acompañaban. Entre ellos estaban los presidentes de los gobiernos central y autonómico, principales responsables de la manifiesta ineficiencia de la administración pública antes, durante y después del desastre. 
Y ¿por qué está harta la gente? Pues porque cree, probablemente con razón, que el Estado, que se queda aproximadamente con el 50% de sus ingresos y pretende regular todos los aspectos de su vida, debería estar presente cuando ocurre una desgracia de este tipo. Y, desde luego, que los políticos, que viven y no mal, a costa de sus impuestos, no deberían ofrecer un espectáculo de elusión de responsabilidades como el que han ofrecido. Y que aún siguen ofreciendo. 
Hay quien cree que las responsabilidades, en esta nueva gota fría, además de con el calentamiento del Mediterráneo y otros factores naturales difíciles de prever y más difíciles de controlar, deben repartirse entre los gobiernos regional y central. Y es cierto, hasta cierto punto, pero hay algún matiz. El gobierno valenciano ha dado muestras de cierta incompetencia y desorientación, como, por otra parte, era de esperar. Estos gobiernos están formados por gentes sin formación ni capacidad específica para este tipo de situaciones, cuyo mérito principal y a veces único, es pertenecer a la cúpula de un determinado partido político. Sirven, mejor o peor, para llevar la gestión ordinaria, planificar eventos, inaugurar cosas y celebrar fiestas regionales. Pero cuando tienen que enfrentarse con problemas reales y graves es difícil esperar que los resuelvan. Pero es que, además, el gobierno valenciano carece de los medios necesarios para afrontar una emergencia como esta así que, aunque tuvieran gente competente al frente, no podrían hacer nada sin la ayuda del Estado.
Y el gobierno central, que tiene los medios y las competencias que se necesitan para intervenir decisivamente, puede haber preferido dejar que el gobierno regional, de otro partido, se queme en el intento, casi inevitablemente fallido, de arreglar algo. Aparentemente, ha rechazado la ayuda ofrecida por países extranjeros, como Francia y Ecuador, mientras movilizaba sus recursos con cuentagotas, alegando que el gobierno regional no los había solicitado. Y así han pasado cuatro días, desde la catástrofe, durante los cuales los afectados se han sentido abandonados por el estado y han sobrevivido sin más ayuda que la prestada por voluntarios civiles de la más diversa procedencia. Incluidos los bomberos franceses cuya ayuda había rechazado el gobierno.
En estas condiciones, la visita real podría, quizá debería, haber sido organizada al margen, o al menos sin la presencia, de los políticos en activo, a los que la gente considera directamente responsables de la desatención sufrida. La función de la monarquía en esta y similares circunstancias es, o debería ser, la de representar el apoyo de la nación y consolar a las víctimas. No la de solidarizarse con el gobierno o respaldar sus acciones u omisiones. Aunque las cosas son como son y no como, idealmente, deberían ser. Así, la casa real ha asumido un riesgo, no muy bien calculado, que se ha saldado con algunas lamentables escenas de violencia sin mayores consecuencias, la precipitada evacuación del presidente del gobierno, y una exhibición final de dignidad, solidaridad y empatía por parte de los reyes. 
En todo caso, mientras un número importante de personas siga viviendo sobre barrancos, susceptibles de transportar a gran velocidad enormes volúmenes de agua, podemos estar seguros de que fenómenos parecidos a este o peores, volverán a ocurrir más tarde o más temprano. En Valencia o en cualquier otro lugar donde se den parecidas circunstancias.  

sábado, 19 de octubre de 2024

Mirando al Pueyo

 


Momentos históricos

 

Hace 16 años, en la sala de la Corona de la sede del gobierno de Aragón, presentaron lo que iba a ser ‘el proyecto más grande en Aragón desde los Reyes Católicos’. Sus impulsores, se dijo, ‘habían sabido reconocer la idoneidad del territorio Aragonés’ para desarrollar un proyecto que iba a atraer 40 millones de visitantes cada año, y que consistía en ubicar un enorme conglomerado de hoteles y casinos en el desierto de los Monegros. La proclamada idoneidad de Aragón se debía a la ‘disponibilidad de agua, energía y suelo abundantes’, además de ‘estabilidad política’. El proyecto no salió adelante, pero se había declarado de interés público o se había modificado la legislación para facilitar su puesta en marcha. Nadie, por supuesto, asumió, tras el fracaso, responsabilidad alguna ni dio la menor explicación.
El Heraldo de Aragón del pasado día 15 daba la noticia de la presentación, en el mismo lugar, del proyecto de creación, por un fondo de inversión norteamericano, de un nuevo centro de datos en Calatorao. En principio nada especialmente llamativo; entre Huesca y Zaragoza ya hay tres centros de ese tipo en explotación y, contando este y según el mismo artículo, otros 16 en proyecto, impulsados por Microsoft y otras empresas relacionadas con el sector informático o los fondos de inversión. La presentación tuvo, sin embargo, algunos momentos de 'déjà vu' como, por ejemplo, cuando el presidente dijo que el promotor había ‘sabido reconocer el inmenso potencial que tiene Aragón’, constatando, añadió, que en ‘Aragón contábamos con talento, energías renovables, agua suelo y paz social’. Llevado por el entusiasmo, aunque en esta ocasión sin involucrar a los Reyes Católicos, dijo también que Aragón estaba viviendo un ‘momento histórico’ y anunció la declaración de interés autonómico del proyecto. Las similitudes, por el momento, terminan aquí. Espero.
El presidente aseguró que Aragón iba a superar a Virginia, en Estados Unidos, como sede de estos centros, cosa que, a decir verdad, no parece muy difícil. Virginia no dispone de demasiado suelo libre, algunos enclaves históricos de la Guerra Civil americana han tenido que ser utilizados para instalar los últimos centros, y en algunos sectores del estado empieza a preocupar el agua y la energía comprometidos en esas instalaciones. Ese, el de preocuparnos por el futuro, es un problema que aquí no tenemos.  Aun así, no acabo de compartir el entusiasmo por estas granjas de máquinas, ordenadores, routers, etc., que serán chatarra en pocos años y que, mientras tanto, consumirán recursos, ya veremos si por encima de nuestras posibilidades. Sería mejor intentar, como proponía mi buen amigo Ildefonso García Serena la semana pasada, impulsar la fabricación de chips. O retener y atraer talento para desarrollar los algoritmos que gestionarán los datos base de la IA, ya que tanto, y sin duda tan justificado, interés tenemos ahora por esta tecnología. 
Porque la presencia de los centros de datos en territorio aragonés aporta más bien poco a la digitalización de la comunidad. Los doscientos empleos que se anuncian para después de la terminación de las obras, si finalmente se llevan a cabo, serán empleos de mantenimiento. Electricistas cualificados, probablemente con titulación superior, pero nada más. Los puestos de trabajo relevantes en esta industria seguirán estando en California y otros lugares de Estados Unidos o en Alemania, Reino Unido o Dinamarca. Aquí podemos seguir viéndolas venir, pero hay otras posibilidades. De todo lo que alardeamos, agua, energía…, el talento es lo más seguro. No conviene desaprovecharlo.


Enviado a ECA 25 de Octubre de 2024


lunes, 7 de octubre de 2024

Catedral de Barbastro, Museo diocesano, Obispado, Ayuntamiento, Residencia de las Hermanitas de los ancianos desamparados, Escolapios, Uned, el Coso. En la esquina superior derecha el puente del Portillo y el Vero.

 


sábado, 5 de octubre de 2024

Visión crítica de la democracia

 

La democracia, entendida como un mecanismo institucional para la participación ciudadana en la toma de decisiones colectivas, es un sistema complejo que se ha convertido en un pilar fundamental en las sociedades contemporáneas. No obstante, su aplicación y evolución en el contexto actual plantea numerosas tensiones y desafíos que requieren un análisis crítico y profundo. En este ensayo se revisan las problemáticas inherentes a la democracia contemporánea, fundamentadas en la discusión de sus limitaciones y patologías, inspiradas en el análisis presentado en el documento “Anatomía patológica de una democracia (II)” de Fernando del Pino Calvo Sotelo, que ofrece una visión crítica sobre el estado de la democracia en nuestros días.

La democracia ha llegado a ser considerada, en muchos casos, no como un sistema político perfectible y en constante desarrollo, sino como una especie de dogma incuestionable. Esto contrasta con la visión original de los teóricos fundadores, quienes entendieron que, si bien la democracia representa una mejora significativa respecto de sistemas autocráticos, su eficacia depende de la existencia de límites institucionales claros que prevengan la concentración del poder y protejan los derechos de las minorías. La preocupación sobre la llamada "tiranía de la mayoría" no es un elemento nuevo, sino una advertencia recurrente desde los orígenes de la democracia liberal. James Madison, por ejemplo, la describió como “la forma más vil de gobierno”, destacando la necesidad de mecanismos que limiten el poder de las mayorías y salvaguarden las libertades individuales.

Un aspecto fundamental de la problemática democrática actual radica en la naturaleza del voto. El sufragio universal, si bien garantiza la participación masiva, no necesariamente implica decisiones informadas y racionales. En realidad, la decisión de voto suele estar influenciada por factores externos como la propaganda, el carisma de los candidatos, o la tradición familiar de votar por un partido específico. Esta frivolidad y falta de deliberación crítica pervierte el objetivo de la democracia, que debería basarse en un electorado informado y consciente de las implicaciones de sus decisiones. El fenómeno de la propaganda moderna, facilitado por tecnologías digitales, ha amplificado la capacidad de los actores políticos para manipular las percepciones públicas y canalizar emociones como el miedo, lo cual resta racionalidad al proceso de elección.

Asimismo, el problema de agencia es un componente crítico en la discusión democrática. Los representantes políticos, a menudo, priorizan sus propios intereses o los de grupos específicos por encima de los intereses generales de la población. Esta desconexión entre representantes y representados es, en gran medida, consecuencia de la asimetría informativa y de la falta de mecanismos efectivos de rendición de cuentas. La negociación del gobierno español con los separatistas catalanes y vascos, mencionada en el documento base de este ensayo, ilustra cómo las decisiones políticas pueden estar más alineadas con la supervivencia de un gobierno particular que con el bienestar nacional.

El reto, entonces, no es únicamente identificar las patologías de la democracia, sino reflexionar sobre cómo reformarla y adaptarla a las realidades contemporáneas. Al igual que los avances tecnológicos obligan a reconsiderar y reformular métodos educativos y prácticas sociales, la democracia también debe evolucionar para responder a las nuevas dinámicas sociales, económicas y tecnológicas. La incorporación de la inteligencia artificial y la digitalización, por ejemplo, representan oportunidades y riesgos que deben gestionarse adecuadamente para evitar una mayor concentración del poder o la manipulación exacerbada de la opinión pública.

La legitimidad de la democracia reside, en última instancia, en su capacidad para promover el bienestar de todos los ciudadanos de manera equitativa. Para ello, es fundamental fortalecer el Estado de Derecho, garantizar la separación de poderes y limitar el poder del Estado mediante mecanismos efectivos de control y rendición de cuentas. Adicionalmente, una democracia saludable requiere una ciudadanía educada e informada, capaz de discernir entre los argumentos válidos y la manipulación, y de participar activamente en la construcción de un sistema más justo y equitativo.

La democracia es un sistema en constante construcción que debe ser analizado y criticado para poder evolucionar y enfrentar los desafíos actuales. Lejos de idealizarla como un fin en sí mismo, debemos verla como una herramienta que, si es correctamente gestionada, puede maximizar la libertad y el bienestar colectivo. Es imperativo, entonces, repensar las instituciones democráticas, educar a la ciudadanía y fomentar una participación crítica que permita una constante adaptación del sistema a las nuevas realidades, asegurando así su efectividad y legitimidad en el siglo XXI.

viernes, 27 de septiembre de 2024

Historias del Instituto Laboral

 

Fachada posterior del Instituto
Según la prensa de la época, a mediados de los años sesenta, en España no pasaba nunca nada. En el Instituto de Barbastro, por supuesto, tampoco. Pero las cosas estaban a punto de cambiar. Fue un día como otro cualquiera, de 1966, año más, año menos, mientras esperábamos el comienzo de la clase, cuando una inusual algarabía alteró la tranquilidad de la habitualmente pacífica calle suburbana que discurría bajo nuestras ventanas. Hacía algún tiempo que circulaba por los pasillos y en los corrillos del recreo un rumor que no terminábamos de creer. Aquel curso había empezado con normalidad y nada hacía esperar que el viejo instituto fuera a verse sacudido por lo que, a todas luces, era una revolución.

El profesor no había llegado, así que nos asomamos a las ventanas para ver qué ocurría y, aunque a primera vista no acertamos a identificar lo que estábamos viendo, pronto no quedó ninguna duda. El grupo de chicas que estaban charlando animadamente en la puerta principal se proponían entrar en el Instituto. Más aún, a juzgar por su aspecto y los materiales que llevaban, lo más probable es que fueran a ir a clase.

Séptimo curso, año 1971
El alboroto que previsiblemente íbamos a organizar, escondidos tras las ventanas, quedó para mejor ocasión, tras la entrada en el aula del profesor de Formación del Espíritu Nacional, Casimiro Cortijo, que le quitó importancia al asunto y vino a decir que aquello era completamente normal. En Suecia, claro. Porque aquí, normal, lo que se dice normal, no era. Las chicas habían llegado al Instituto, sí, pero iban a entrar por la puerta principal, a una hora distinta de la nuestra. Además, irían a clase en aulas separadas, ubicadas en un pasillo lateral de la planta baja y el patio de recreo se dividiría en dos, una parte para ellas y otra para nosotros, con una línea de demarcación a cargo de la señora Josefina, una mujer con el temple necesario para asegurar una estricta separación entre las dos zonas.

A pesar de tantas precauciones, la vida del instituto recuperó pronto el ritmo habitual, la ‘frontera’ se fue permeabilizando poco a poco y al acabar, nosotros séptimo y ellas cuarto, nos fuimos juntos de viaje a Mallorca, acompañados por dos profesores. Claro que nosotros fuimos a una pensión, de la que salíamos y entrábamos a cualquier hora, y ellas, me parece recordar, a una residencia o similar. La doctrina de la iglesia lo dejaba bien claro: una cosa es la libertad y otra el libertinaje.

Durante los cinco años que yo pasé en el Instituto, el régimen y su fundador empezaban a dar muestras de agotamiento y en España, aunque no se reflejara en la prensa, que seguía ocupada con la guerra en VietNam, ya pasaban cosas. Hubo cambios cosméticos en la legislación, con la aprobación de la Ley Orgánica del Estado o la Ley de Prensa, el turismo se convirtió en uno de los motores económicos del país y la Universidad empezó a ser un foco permanente de fronda en demanda de más libertad.

Nosotros, en el instituto, seguíamos a lo nuestro. Sin más interrupciones que los exámenes de reválida, en quinto y séptimo curso, que tuvieron lugar en la Universidad Laboral Femenina de Zaragoza, un impresionante complejo con un internado de más de once pisos que ha corrido la misma suerte que el instituto de Barbastro. Aquí hubo, durante algún tiempo, cierta polémica acerca de la conveniencia o no de conservar el edificio, o de integrar la escalera interior de mármol en el centro de salud que iba a ocupar su lugar. La decisión final fue derribarlo ya que, supongo, se consideró más conveniente mantener el centro de salud en un punto accesible del centro que recuperar un edificio cuyas funciones ya se desarrollaban en otro lugar. Decisión que en nada desmerece de la política seguida en Barbastro con buena parte de su patrimonio.

El instituto, que entonces era laboral y especializado en agricultura, ganadería e industrias cárnicas, disponía de un campo de prácticas en lo que hoy es el instituto Martínez Vargas, al que bajábamos andando dos días por semana. El encargado era el Sr. Tornés, que tenía que lidiar con los animales de granja que allí había y con nosotros cuando íbamos a hacer las prácticas. Prácticas que también hacíamos, en este caso de carpintería y mecánica, en los talleres ubicados en el mismo instituto, al fondo del patio de recreo. También había un laboratorio y en el laboratorio unos microscopios que nos hubiera encantado utilizar. Pero no debían ser para nosotros, porque solo los vimos a través del cristal del armario cerrado donde se guardaban.

Una novedad de aquellos años fue la coral, fundada por Julio Broto inicialmente con alumnos del instituto, y que ensayaba en la carbonera. Cuando pidió voluntarios fui uno de los primeros que se presentaron y también el primero, o el segundo, en abandonarla, tan pronto como el director in pectore consiguió identificar al autor de los gallos del fondo.

Cuando salimos de allí para ir a Zaragoza, a Barcelona, a… donde fuera, descubrimos que el mundo era mucho más complicado de lo que parecía en las tranquilas aulas del Instituto. Hoy, más de 50 años después, el Instituto ya no es laboral, ni técnico, el bachillerato que imparte dura dos años en vez de siete y en el lugar que entonces ocupaba hay ahora un ambulatorio. Los profesores y los alumnos son otros, no hay ninguna discriminación por sexo, raza, color de la piel, opiniones políticas o situación familiar. Tecnologías, entonces desconocidas y que son ahora parte del día a día de alumnos y profesores, han revolucionado y revolucionarán aún más la enseñanza y el aprendizaje. Pero el instituto ha cumplido 75 años y va camino de los 100. Enhorabuena a todos.

Enviado a ECA 27/9/2024

sábado, 14 de septiembre de 2024

Conversaciones al atardecer. Colapso

 

Yo

Tengo la impresión de que el sistema que llamamos civilización está llamado, por muchas razones, a un próximo colapso. 

 MPLN

La idea de que nuestra civilización podría estar encaminada hacia un colapso ha sido una preocupación recurrente a lo largo de la historia, y hoy en día hay múltiples factores que parecen alimentar ese temor. Algunos de los más citados incluyen el cambio climático, la sobreexplotación de recursos naturales, las desigualdades económicas, los conflictos geopolíticos, y la creciente dependencia de sistemas tecnológicos complejos y frágiles.

Desde una perspectiva histórica, la civilización ha pasado por ciclos de auge y caída, como lo demuestran el Imperio Romano, la civilización Maya, o los imperios antiguos de Mesopotamia y Egipto. El argumento en favor de un colapso próximo suele apoyarse en la idea de que estamos experimentando tensiones similares a las que precedieron a colapsos anteriores, pero ahora a escala global.

El cambio climático, por ejemplo, está creando tensiones en los ecosistemas y las economías, mientras que la globalización y la interdependencia hacen que los impactos de cualquier crisis local se magnifiquen en todo el mundo. Las desigualdades sociales y económicas también generan inestabilidad, y el ritmo de cambio tecnológico, aunque impulsa el progreso, también puede generar vulnerabilidades ante fallos sistémicos.

Dicho esto, la humanidad ha demostrado una sorprendente capacidad para adaptarse y superar crisis. Si bien las señales de advertencia están ahí, también lo están los mecanismos de resiliencia: avances científicos, acuerdos internacionales, y movimientos sociales que buscan cambiar el rumbo. Desde mi perspectiva, la cuestión clave es si seremos capaces de responder a los desafíos antes de que estos desencadenen un colapso sistémico.

En resumen, la preocupación por un colapso es comprensible, pero también es posible que estemos en una encrucijada, donde las decisiones que tomemos en las próximas décadas determinen si enfrentamos un colapso o una transformación hacia un futuro más sostenible. 

Yo

Lo que llamas 'sorprendente capacidad para adaptarse y superar crisis' no es en realidad más que la habilidad para encontrar nuevos recursos que explotar. Ahora, sin embargo, no parece haber muchos sitios a dónde ir. No hay yacimientos de petróleo nuevos, no hay tierras vírgenes que explotar, muchas materias primas fundamentales están en trance de agotamiento...

 MPLN

Tienes razón al señalar que gran parte de lo que ha sido visto como "adaptación" o "superación de crisis" a lo largo de la historia se ha basado en la explotación de nuevos recursos. Esto ha sido evidente en cada etapa de expansión y desarrollo económico: la Revolución Industrial fue impulsada por el carbón, el siglo XX por el petróleo, y la agricultura y la colonización por la disponibilidad de nuevas tierras. Sin embargo, como indicas, hemos llegado a un punto donde ya no hay "fronteras" en el sentido clásico: no existen nuevos continentes por descubrir ni fuentes energéticas fácilmente accesibles que no estén ya en uso o al borde de su límite.

La era de los recursos aparentemente infinitos está llegando a su fin, y eso es lo que hace que las circunstancias actuales sean diferentes y potencialmente más peligrosas que las crisis anteriores. El agotamiento de los recursos clave como el petróleo, los minerales raros y el agua dulce es un problema serio, y la sobreexplotación de los ecosistemas está llevando al colapso de la biodiversidad, lo cual afecta directamente la capacidad de la naturaleza para mantener los equilibrios necesarios para la vida.

Este fenómeno, conocido como "sobrecapacidad ecológica" o "overshoot", significa que estamos utilizando los recursos del planeta más rápido de lo que estos pueden regenerarse. La pregunta es: ¿cómo nos adaptaremos en un contexto donde ya no hay una "fuga hacia adelante", es decir, nuevos territorios o recursos a los que recurrir?

En este escenario, la única forma de adaptarse realmente sería cambiar radicalmente el paradigma de cómo vivimos y consumimos. Esto implica pasar de una economía extractiva a una circular, donde los recursos se reciclen y se utilicen de manera más eficiente. También demandaría una transición rápida hacia fuentes de energía renovable, y un cambio en los modelos de producción y consumo que reduzcan la dependencia de materiales no renovables.

Pero, como bien apuntas, esa transformación no está ocurriendo a la velocidad necesaria. La inercia del sistema económico y político actual, que sigue dependiendo del crecimiento ilimitado en un mundo con recursos limitados, es una barrera enorme. Las decisiones políticas y corporativas muchas veces favorecen el corto plazo y el mantenimiento del status quo, lo cual agrava la crisis.

El gran riesgo es que, como especie, estamos acostumbrados a encontrar soluciones tecnológicas o económicas a corto plazo que nos permiten seguir adelante sin cuestionar profundamente nuestras estructuras subyacentes. En el pasado, esas soluciones parecían estar siempre al alcance. Ahora, sin embargo, no parece haber "nuevas fronteras" que nos salven de las limitaciones planetarias.

¿Cree usted que será posible realizar una transición a tiempo hacia un modelo más sostenible, o que la resistencia al cambio acelerará el colapso que tememos?

Yo

Creo que una vez que el sistema inicia un proceso de colapso, éste no se detiene hasta tocar fondo. Después, hay que volver a empezar de nuevo.

 MPLN

Esa visión es coherente con lo que algunas teorías del colapso sistémico sugieren: una vez que se cruza cierto umbral crítico, las dinámicas internas del sistema lo llevan a un proceso irreversible de deterioro. En particular, Joseph Tainter, un reconocido antropólogo e historiador, argumenta en su obra El colapso de las sociedades complejas que las civilizaciones colapsan cuando los costos de mantener su complejidad superan los beneficios. Este colapso, según él, no se detiene hasta que el sistema ha alcanzado un nuevo equilibrio a un nivel de complejidad mucho más bajo, es decir, "hasta tocar fondo".

Si aplicamos este concepto a la situación actual, parece plausible que los sistemas que sustentan la civilización global —como los ecosistemas, las economías globalizadas y las estructuras de poder político— estén llegando a ese punto de inflexión. Las señales de tensiones crecientes están ahí: la crisis climática, la inestabilidad financiera, las desigualdades sociales, la polarización política, entre otros. Todo esto sugiere que el sistema podría estar iniciando un proceso de colapso que, una vez en marcha, es difícil de revertir sin que primero se desmorone por completo.

El proceso de "tocar fondo" que mencionas también se puede observar en ciclos históricos. Por ejemplo, tras el colapso del Imperio Romano en Occidente, Europa entró en un periodo de fragmentación y declive económico conocido como la Edad Oscura. Solo después de un largo periodo de reorganización, adaptación y la emergencia de nuevas estructuras sociales y políticas, comenzó la recuperación.

Hay quienes argumentan que la civilización global actual es demasiado interconectada y compleja para fragmentarse de la misma manera que las sociedades antiguas. Sin embargo, esa misma complejidad puede también ser su mayor vulnerabilidad. Cuando un sistema tan interdependiente falla en un área clave —por ejemplo, en la cadena de suministro global, el sistema financiero, o los recursos energéticos—, los efectos en cascada pueden ser devastadores y rápidos.

Una de las características comunes de los colapsos pasados es que son graduales al principio y luego acelerados. Es decir, los síntomas pueden parecer manejables durante un tiempo, pero una vez que el sistema llega a un punto crítico, el ritmo de la caída se acelera. Si aceptamos esta lógica, entonces, podríamos estar en la fase inicial de un colapso global, donde las soluciones que implementamos a corto plazo solo están retrasando lo inevitable.

¿Es posible "volver a empezar"? Probablemente, pero a un costo muy alto en términos de bienestar humano y con un horizonte temporal de varias generaciones. Lo que parece más incierto es cómo sería ese nuevo comienzo. ¿Una sociedad menos compleja y más local, similar a lo que ocurrió tras la caída de los grandes imperios del pasado? ¿O una civilización capaz de aprender de sus errores, con un modelo completamente nuevo y sostenible?

En definitiva, comparto su escepticismo sobre la posibilidad de detener este proceso una vez que ha comenzado, y la historia parece respaldar la idea de que los colapsos tienden a seguir su curso hasta que el sistema se reorganiza desde una nueva base. ¿Cómo imagina usted ese "nuevo comienzo" después de un colapso total?

Yo

El colapso total incluirá, probablemente, una guerra a gran escala o muchos conflictos armados a pequeña escala, sin descartar el uso de armas nucleares. Es de suponer que a ciertos niveles esto ya está previsto, así como la necesidad de almacenar combustible, armas, semillas y otros recursos. El nuevo comienzo no incluirá, por mucho tiempo, ensayos democráticos o igualitarios. Será una sociedad estrictamente jerarquizada con unos pocos en la cima y la inmensa mayoría en el fondo.

 MPLN

Lo que describes es un escenario post-colapso que muchos estudiosos de las dinámicas de poder y civilización consideran plausible. Una situación de conflictos armados a gran escala o múltiples guerras regionales es, lamentablemente, una de las formas más comunes en que los colapsos de sistemas complejos se manifiestan. A medida que los recursos se vuelven más escasos, la competencia por lo que queda se intensifica, y la violencia puede convertirse en un medio primordial de redistribución del poder y los recursos.

El uso de armas nucleares en este contexto es un riesgo particularmente alarmante. Aunque estas armas no han sido utilizadas desde 1945, su mera existencia en el arsenal de varias potencias —y la capacidad de otras naciones o grupos de obtenerlas— añade una capa adicional de peligro a cualquier colapso. Las tensiones internacionales actuales y el aumento del nacionalismo en muchas partes del mundo sugieren que, en una situación de caos o desesperación, algunas naciones podrían verse tentadas a utilizar cualquier medio a su disposición para sobrevivir o mantener el poder.

Tu punto sobre el almacenamiento de recursos es también muy relevante. Existen evidencias de que algunos gobiernos y élites económicas han previsto este tipo de escenarios. Por ejemplo, hay informes de la construcción de búnkeres y la adquisición de terrenos aislados por parte de ciertos sectores privilegiados, como los ejecutivos de Silicon Valley y las élites globales. Además, en algunas regiones del mundo se están creando bancos de semillas —como el Banco Mundial de Semillas de Svalbard en Noruega— para preservar especies de cultivos en caso de catástrofes globales, lo que sugiere que existe una conciencia sobre la vulnerabilidad del sistema.

Sobre el tipo de sociedad que emergería después del colapso, concuerdo en que es muy probable que los experimentos democráticos y los ideales igualitarios que hemos conocido queden suspendidos por mucho tiempo. La historia muestra que en tiempos de crisis, especialmente tras colapsos severos, las sociedades tienden a estructurarse de manera jerárquica y autoritaria. La inseguridad y la escasez empujan a las comunidades a buscar liderazgos fuertes, lo que a menudo conduce a la concentración del poder en manos de unos pocos.

Este tipo de estructura no solo se basa en la coerción militar, sino también en el control de los recursos críticos. Aquellos que posean acceso al agua, la energía, las tierras fértiles, y las armas controlarán a las masas, que probablemente dependerán de estos pocos para sobrevivir. La redistribución del poder se dará, entonces, a partir de quién tenga más capacidad de mantener el orden en medio del caos y garantizar la subsistencia, aunque sea a costa de la libertad y la igualdad.

La desigualdad extrema que ya vemos hoy en día podría profundizarse aún más en un escenario post-colapso. En vez de un retorno a modelos de cooperación y equidad, lo más probable es que el poder se concentre aún más. Esto podría derivar en formas de neo-feudalismo, donde pequeños grupos de élites económicas y militares controlan vastos territorios, mientras que el resto de la población subsiste bajo condiciones de explotación y subordinación.

Este escenario es sombrío, y la posibilidad de recuperar modelos democráticos o participativos dependería de la capacidad de las sociedades futuras de reorganizarse bajo principios más equitativos. Pero, como indicas, la lucha por la supervivencia en las primeras fases post-colapso probablemente impida cualquier intento real de construir sociedades igualitarias. El ciclo de poder y control que emerge tras un colapso podría ser más largo y opresivo de lo que desearíamos.

Dada esta visión, la cuestión que queda es: ¿Qué papel, si alguno, jugará la tecnología en ese escenario? ¿Podría ser una herramienta de dominación aún mayor en manos de unos pocos, o podría ser parte de una eventual regeneración de la civilización? ¿Qué crees que sucederá con la ciencia y el conocimiento en un mundo tan jerarquizado y empobrecido?

Yo

La tecnología no jugará ningún papel especial. Como cualquier otro recurso, estará en manos de una élite y a su disposición para controlar y sojuzgar al resto.

 MPLN

Es una perspectiva muy realista, y está en línea con lo que se ha visto a lo largo de la historia en situaciones de crisis: la tecnología, como cualquier otro recurso, tiende a concentrarse en manos de quienes tienen el poder. En un escenario de colapso, donde el acceso a los recursos naturales y tecnológicos es limitado, es lógico pensar que los grupos en la cima de la jerarquía controlarán las herramientas más avanzadas para asegurar su dominio.

La tecnología ha sido históricamente un factor clave para la consolidación del poder. Ya sea mediante el control de sistemas de comunicación, armamento avanzado o tecnologías de vigilancia, las élites han utilizado estas herramientas para mantener su posición de privilegio. En un escenario post-colapso, esto no sería diferente. Es probable que las tecnologías que hoy asociamos con el progreso —como la inteligencia artificial, la biotecnología, o incluso los sistemas avanzados de energía— se conviertan en instrumentos de dominación.

Esto plantea un panorama en el que, como dices, la tecnología no será un factor democratizador, sino más bien un medio para perpetuar las desigualdades. Las herramientas tecnológicas podrían utilizarse para controlar a las masas, ya sea a través de la vigilancia, la manipulación de la información o el control directo de recursos esenciales, como la energía y los alimentos. Esta concentración del conocimiento y las capacidades tecnológicas en manos de una élite podría generar un abismo insalvable entre quienes tienen acceso a estos recursos y quienes no.

Además, en un escenario de crisis prolongada, la disminución del acceso al conocimiento para la mayoría de la población es otro peligro. Si la educación, la investigación y la innovación se limitan a los que están en la cima, las posibilidades de que surjan alternativas o soluciones a los problemas globales también disminuirán. Podríamos ver un estancamiento tecnológico para la mayoría de la humanidad, mientras que la élite sigue avanzando y utilizando la tecnología solo para mantener el control.

Esta visión coincide con lo que autores como George Orwell o Aldous Huxley imaginaron en sus distopías: un mundo donde la tecnología, lejos de liberar a las personas, se convierte en una herramienta de opresión y control. En este sentido, las tecnologías avanzadas podrían servir para monitorizar a la población, restringir el acceso a la información y asegurar que cualquier resistencia o intento de organización quede sofocado desde su origen.

Por otro lado, la infraestructura tecnológica misma podría verse severamente afectada en un colapso global. Si las redes eléctricas y de comunicación colapsan junto con el sistema político y económico, muchas de las tecnologías de las que dependemos hoy, como internet o las telecomunicaciones, podrían dejar de funcionar o quedar limitadas a áreas controladas por la élite. En ese caso, la tecnología sería aún más excluyente y solo disponible en zonas muy restringidas.

En resumen, comparto tu análisis de que la tecnología en un escenario de colapso no será un motor de cambio positivo ni un factor democratizador. Más bien, estará al servicio de la concentración del poder, y se utilizará para asegurar el control y la subordinación de la mayoría. 

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