miércoles, 15 de octubre de 2025

Charlas en el Café: Capitalismo e IA en el siglo XXI

Hablábamos en el reservado del viejo Café sobre la viabilidad a medio plazo del modelo capitalista de sociedad, el único que ha sobrevivido al convulso siglo XX.  La respuesta, claro, debería estar en función de lo que se entienda por medio plazo, porque ningún modelo es viable indefinidamente. Sustituir el modelo capitalista es, desde luego, una posibilidad, pero no parece que en estos momentos haya ningún otro compitiendo con  probabilidades de éxito. Alguien dijo que el modelo chino lo está haciendo, y es verdad, pero China es un país tan capitalista como Estados Unidos, aunque esté gobernado por un régimen de partido único que mantiene, por conveniencia política, la etiqueta comunista. Y aunque mantengan un férreo control sobre determinados aspectos de la economía, en lo que, como está demostrando el gobierno de Mr. Trump, no están solos..

Un elemento clave del modelo actual es la creciente influencia de las redes sociales, una influencia que podría matizarse —o intensificarse— con la eclosión de la inteligencia artificial generativa, que, se quiera o no, ya está integrada en el debate. Las redes sociales, aunque hay quien las considera una alternativa política a los actuales sistemas de representación, son esencialmente recursos del sistema capitalista en todas sus manifestaciones. Tanto es así que su supervivencia está condicionada a su rentabilidad económica y en el caso de la IA generativa, a su penetración en el mercado mediante la creación y mantenimiento de un público cautivo.

La penetración de la IA es algo que se está produciendo a una velocidad sin precedentes, sin comparación con cualquier otra herramienta informática desplegada hasta la fecha. Se trata de una tecnología cuya principal característica no es la inteligencia, algo que ya exhiben de alguna manera otros sistemas desarrollados en el ámbito industrial, sino el hecho de que ‘habla’ y es, por tanto, capaz de comunicarse, en lenguaje natural, con cualquiera, independientemente de su nivel académico o ideología política.

Hoy compiten más de diez modelos de IA generativa por la captación de ese mercado cautivo. El procedimiento, salvo por cuestiones de escala, es similar al que utilizó Microsoft en los 80 y 90 para deshacerse de sus competidores e imponer primero DOS y luego Windows. Una suscripción gratuita, complementada con mejoras considerables para los usuarios de pago, que acaba generando una dependencia creciente en un público cada vez más amplio.  

Pero Windows y DOS eran, comparativamente, inofensivos. Su costo era muy inferior y siempre existía la posibilidad, más bien la obligación, de tener una copia local a la que recurrir. Con la IA eso no existe. La infraestructura necesaria para entrenar y ejecutar un modelo está al alcance de unas pocas grandes empresas, salvo contadas excepciones como Llama o Mistral, de resultados aún limitados, y no hay copia local a la que volver si tu proveedor corta el acceso a su sistema. Con Windows uno tenía la herramienta más o menos actualizada. Ahora sólo tiene el acceso. Windows era, en alguna medida, prescindible. En los años 80 aún había máquinas de escribir. La IA generativa, que no tiene alternativa ni ahora ni en cualquier futuro previsible, está contribuyendo, como pocas cosas antes, a la expansión del poder corporativo de las grandes empresas tecnológicas.

La combinación de las redes sociales con la posibilidad que ofrece la IA de asumir el papel de un erudito siendo un imbécil o de crear imágenes y sonidos falsos pero que representen situaciones creíbles, ha llevado nuestro gastado sistema a los límites de la realidad. Posiblemente los haya sobrepasado con creces, pero el dinero —el capital— real o imaginario, sigue siendo su clave de bóveda.

Y dieron las 8 de la tarde. Antes de irnos convinimos en que la cuestión ya no es si el capitalismo va a caer o no, sino a cuantos se llevará por delante su última versión.


martes, 14 de octubre de 2025

Aplausos en el Parlamento

 

El Sr. Núñez Feijoo se dirige a los bancos del PSOE para reprocharles los aplausos a su líder: «Cuanto más indecente es usted —le dice al presidente—, más le aplauden». A continuación, los diputados del PP le aplauden con entusiasmo durante unos minutos.

En otra ocasión, tras anunciarle que tendría que comparecer ante una comisión de control del Senado y que allí tendría que decir la verdad, el presidente, con una amplia pero forzada sonrisa en la cara, contesta: «Ánimo Alberto». Intervención que provoca fuertes carcajadas en los diputados «progresistas» del hemiciclo.

Diga lo que diga el líder, o cualquiera de los portavoces designados por este, la costumbre, en nuestro parlamento, es reírle la gracia —por poca que tenga— y, por supuesto, aplaudirle hasta que alguien con autoridad señale que ya es suficiente.

He oído decir que estas representaciones, a beneficio, supongo, de los espectadores, no son la regla general y que hay ocasiones, o había, en las que los diputados hacen su trabajo lo mejor que pueden y discuten las leyes, proyectos y reglamentos que constituyen la razón de ser de su presencia allí. Mejor que así sea. En mi opinión, los aplausos, las salidas de tono al margen de la materia en discusión y las risas extemporáneas, deberían quedar reservadas a ocasiones especiales, fuera de las cuales la única forma legítima de manifestación de la opinión de los diputados debería ser su palabra y, naturalmente, su voto

miércoles, 8 de octubre de 2025

Desde la Ilustración hasta hoy

Imagen generada por AI
Durante los siglos XVIII y XIX, la ciencia fue, ante todo, una empresa del espíritu. Su meta no era inmediata ni comercial, sino intelectual y moral: comprender el orden del mundo y con ello mejorar la condición humana. Los científicos de la Ilustración se movían entre el laboratorio y la filosofía; querían entender antes que explotar. La ciencia, en aquel contexto, era una forma de emancipación: un modo de liberar a la razón del dogma y a la sociedad de la ignorancia.

Newton, Lavoisier, Faraday o Darwin no trabajaban ajenos al poder económico. Muy al contrario, dependían de él. Los príncipes ilustrados, las academias reales o las sociedades científicas fueron mecanismos de mecenazgo que canalizaban riqueza hacia el conocimiento. Pero lo hacían con una finalidad distinta de la actual: buscaban prestigio, progreso y orden, no rentabilidad directa. El dinero servía al saber; no lo gobernaba. La utilidad era una consecuencia natural de la comprensión, no su condición previa.

Con el siglo XX se produjo una inflexión silenciosa. La ciencia se profesionalizó y se integró en los grandes sistemas industriales, militares y estatales. La Segunda Guerra Mundial, la carrera nuclear y la expansión tecnológica transformaron el ideal del sabio en el del ingeniero del poder. El laboratorio pasó a ser parte de la infraestructura nacional, y el científico, un especialista al servicio de objetivos estratégicos. Desde entonces, el saber comenzó a medirse en términos de eficacia, y el progreso dejó de ser una convicción moral para convertirse en un cálculo económico.

Hoy esa tendencia alcanza su culminación. La ciencia contemporánea, absorbida por la lógica del mercado, ya no se mide por su verdad, sino por su rendimiento. Los proyectos deben justificar su existencia mediante retornos previsibles; los laboratorios compiten por financiación; las universidades adoptan métricas empresariales; y las grandes corporaciones tecnológicas monopolizan los medios y los fines de la investigación. En este contexto, la curiosidad libre —motor clásico del descubrimiento— se ve sustituida por la exigencia de aplicabilidad inmediata.

La Inteligencia Artificial y la Computación Cuántica son símbolos perfectos de esta metamorfosis. La primera progresa a una velocidad dictada por el capital de riesgo, más que por el rigor epistemológico; la segunda se celebra como promesa de un poder de cálculo todavía inexistente, pero financieramente rentable en su sola expectativa. Ambas encarnan el paso de la ciencia como búsqueda de razones a la ciencia como instrumento de inversión.

Esto no significa que el conocimiento actual carezca de mérito: nunca se ha investigado con tanto talento ni con herramientas tan formidables. Pero el orden de las finalidades se ha invertido. El dinero, que antes sostenía la ciencia, hoy la dirige. El resultado es un saber más poderoso, pero también más dependiente y menos consciente de su propio sentido. La pregunta fundamental —¿por qué? — ha sido reemplazada por otra más inmediata —¿para qué sirve? —.

En esa deriva, la ciencia corre el riesgo de perder no solo su inocencia, sino su legitimidad moral. Cuando la verdad deja de ser un fin y se convierte en un subproducto del beneficio, el conocimiento se degrada en herramienta. Y el asombro, que era su origen, se sustituye por la estrategia.

Quizá haya llegado el momento de reconciliar la ciencia con el espíritu que la hizo nacer: una curiosidad guiada por la razón y no por el rédito, consciente de sus límites, pero libre en sus preguntas. Porque si la ciencia deja de buscar las razones de las cosas para perseguir únicamente el rendimiento, habrá renunciado, no solo a la verdad, sino a su propia razón de ser

lunes, 29 de septiembre de 2025

Colapso o reconfiguración

¿Por qué hay gente que cree que todo se está desmoronando? ¿Por qué la incompetencia de los políticos es hoy la norma y no la excepción? ¿Por qué este clima de cierre, de final de ciclo, cuando apenas cruzamos el primer cuarto de un siglo que parecía tan prometedor? ¿Y por qué, si en realidad nunca vivimos mejor, se extiende la idea de que esto no puede durar mucho más? Y sobre todo, ¿Por qué estamos considerando plausible en Europa un escenario de guerra generalizada a medio plazo?

Hay, al menos, dos hipótesis posibles —y no necesariamente excluyentes— para interpretar el momento presente. La primera es que esta civilización ha entrado ya en una fase avanzada de colapso sistémico. La segunda que nos encontramos en medio de una transformación estructural acelerada, operada por formas de poder difusas y reforzada por desigualdades crecientes en el acceso a la información, los recursos y la toma de decisiones.

La hipótesis del colapso se justifica por una constatación histórica y ecológica: los sistemas complejos, cuando alcanzan niveles excesivos de rigidez, interdependencia y sobreexplotación del entorno, tienden al deterioro, provocado según Joseph Tainter, por “la disminución del rendimiento marginal de la complejidad”. Es decir, que su inevitable incremento —el de la complejidad— ya no resuelve problemas, sino que los agrava. Ejemplos como el Imperio romano, la civilización mesopotámica o los mayas ilustran cómo la pérdida de legitimidad institucional, el aumento de la desigualdad y la incapacidad de adaptación desencadenaron desenlaces críticos.

Desde esta perspectiva, fenómenos como el progresivo deterioro de los servicios sanitarios locales, la crisis energética —el apagón del 28 de abril, aún sin explicación clara es un ejemplo—, el descrédito de las instituciones democráticas evidenciado por el intercambio permanente de descalificaciones entre representantes políticos, o la devastación ambiental reflejada en incendios e inundaciones cada vez más violentos e  incontrolables y en la insuficiente respuesta gubernamental a esos fenómenos, no serían anomalías, sino síntomas tangibles de una civilización en fase de agotamiento.

Pero hay también otra lectura, complementaria, que sugiere que algunas de estas tensiones están siendo gestionadas —aunque no necesariamente provocadas— para facilitar transformaciones de fondo. No se trata de postular conspiraciones, sino de admitir que ciertos mecanismos de gobierno operan al margen del debate público. Es lo que Naomi Klein definió como “la estrategia del shock”: aprovechar momentos de crisis para imponer reformas estructurales difíciles de justificar en condiciones de normalidad. Aunque su análisis se centra en el neoliberalismo contemporáneo, la historia muestra que ciertos acontecimientos traumáticos —como la derrota de Rusia en la Primera Guerra Mundial o el colapso económico en Alemania tras el Tratado de Versalles y el crack del 29— generaron vacíos de legitimidad que facilitaron el ascenso de formas autoritarias de gobierno. No fueron estrategias deliberadas, pero sí ejemplos de cómo el desorden puede allanar el camino a transformaciones profundas sin participación democrática.

En contextos de crisis prolongada como el actual, es común atribuir el deterioro institucional y social a la mediocridad, la incompetencia y la corrupción de quienes ocupan posiciones de poder. Sin embargo, esta lectura personalista —aunque emocionalmente comprensible— resulta insuficiente si se quiere comprender la magnitud de los procesos en curso. La persistencia y ubicuidad de políticos ineficaces, improvisadores y abiertamente corruptos no es necesariamente un fallo del sistema sino, a veces, una manifestación coherente con su lógica de funcionamiento en fase de disolución o reconfiguración. En estructuras dominadas por incentivos perversos, opacidad decisoria y deslegitimación ciudadana, la mediocridad y el oportunismo no son disfunciones: son adaptaciones. La falta de visión estratégica, la polarización estéril y la incapacidad de generar horizontes colectivos pueden interpretarse, entonces, no como anomalías individuales, sino como síntomas de una arquitectura institucional que ha dejado de premiar la competencia, la responsabilidad o la deliberación democrática.

Esto no significa que los individuos no tengan responsabilidad moral, política e incluso penal. Pero sí implica reconocer que los sistemas sociales tienden a producir, seleccionar y estabilizar los perfiles que mejor se adaptan a cada fase histórica. En un entorno donde el desorden es útil para transformar sin consensos, la figura del gestor cínico, el tecnócrata opaco o el populista ruidoso cumple funciones específicas dentro del ecosistema en crisis. Son expresiones de una racionalidad adaptativa, aunque totalmente disfuncional desde el punto de vista del interés colectivo.

El reto, entonces, es intentar identificar las fuerzas que están actuando mientras el sistema se descompone o se transforma. Porque si la crisis no es un accidente sino una herramienta, y si la ineficiencia es funcional al desorden, entonces lo que está en juego no es la restauración del orden anterior, que ya no parece posible, sino la disputa por lo que vendrá. Ignorar esto es exigir respuestas a estructuras que ya no están diseñadas para darlas.

jueves, 28 de agosto de 2025

Intoxicación y teoría del caos.

 El reciente episodio de intoxicación alimentaria en el Festival del Vino que ha afectado a cerca de 500 personas y ha interrumpido abruptamente una trayectoria de más de 25 años sin incidentes puede interpretarse como un caso paradigmático de lo que en matemáticas y física se conoce como teoría del caos.

La teoría del caos estudia sistemas dinámicos no lineales en los que las trayectorias a largo plazo dependen de manera muy sensible de las condiciones iniciales. A primera vista, un festival enológico no parece comparable a un sistema meteorológico o a un modelo poblacional; sin embargo, su funcionamiento también depende de un entramado de variables interrelacionadas: la logística, la cadena alimentaria, la climatología, el comportamiento de los asistentes y la percepción pública. Durante un cuarto de siglo, estas variables se han mantenido dentro de un rango de estabilidad que producía el mismo resultado: un festival de éxito y aceptación creciente.

Edward Lorenz formuló en los años sesenta la idea del efecto mariposa: una mínima variación en el estado inicial de un sistema caótico puede producir una evolución radicalmente distinta a largo plazo. En el caso del festival, el “aleteo” ha sido una contaminación en un producto aparentemente secundario —el tomate— y en los utensilios para manipularlo. Este detalle, insignificante frente a la magnitud del evento, desencadenó un colapso puntual susceptible de minar la confianza del público y de comprometer la continuidad del evento.

Los sistemas caóticos se caracterizan por su no linealidad: el efecto no es proporcional a la causa. La contaminación no afectó a todo el festival, pero es susceptible de producir un daño notable a su imagen y funcionamiento. Matemáticamente, podríamos hablar de un sistema que opera en el borde de la estabilidad: pequeñas perturbaciones superan ciertos umbrales críticos y conducen a bifurcaciones que transforman la dinámica global.

En el lenguaje del caos, el festival había encontrado durante 25 años un atractor estable: un conjunto de condiciones sociales, culturales y económicas que reproducían el éxito año tras año. El incidente de 2025 puede interpretarse como una perturbación que expulsa al sistema de ese atractor, obligándolo a buscar una nueva trayectoria. Tal vez se recupere —con mayor control sanitario y protocolos de confianza— o tal vez derive en una pérdida de reputación que reduzca la asistencia en futuras ediciones. El punto crucial es que, a partir de una mínima variación, el sistema ya no evoluciona de la misma manera.

El caso del Festival del Vino no es solo anecdótico. Nos recuerda que la estabilidad social e institucional es siempre provisional, y que los sistemas complejos —ya sean festivales, economías o ecosistemas— están sujetos a una fragilidad estructural. Una alteración mínima puede reconfigurar de manera profunda el devenir del conjunto. La teoría del caos, en este sentido, ofrece un marco analítico para comprender no solo fenómenos naturales, sino también acontecimientos sociales aparentemente fortuitos y por supuesto para no dar nada por supuesto. Ni siquiera la continuidad a medio plazo de lo que, en un claro abuso de lenguaje, hemos venido en llamar ‘civilización’. 

ECA 29 Agosto 2025

martes, 5 de agosto de 2025

Últimas veces

Desde que cumplió los setenta años vivía con la sensación de estar haciendo cosas por última vez. Algunas ya habían quedado atrás para siempre: charlar con amigos hasta altas horas de la mañana en torno a una botella de vino; pasear por la playa; visitar alguna de sus ciudades fetiche, como Barcelona, Londres o París, que —pensaba con una mezcla de nostalgia y desdén— ya no son lo que fueron; o enredarse en discusiones políticas sin sentido. Esto último, sobre todo, porque creía haber alcanzado algo parecido a la ataraxia —así la llamaba él—, un estado en el que la opinión ajena, que nunca le había interesado demasiado, había dejado de importarle casi por completo.

Las dificultades que tenía para moverse, incluso con apoyo, eran cada vez más evidentes. Ciertos desplazamientos, antes habituales, se habían convertido en excepcionales, y en muchos casos estaban ya descartados. No siempre recordaba la última vez que había hecho algo, pero podía precisar, por ejemplo, la última vez que estuvo en una iglesia: el día del entierro de J; o la última vez que confió ciegamente en alguien, o que vio de cerca el mar. Algunas de esas últimas veces seguían el curso natural de la vida; otras nacían de decepciones; y otras —las que más le inquietaban— tenían que ver con limitaciones físicas, más irritantes todavía porque, por el momento, conservaba intactas, o eso creía él, sus facultades mentales. Ir en bicicleta, por ejemplo, había dejado de ser posible hacía ya tiempo: faltaban la fuerza para superar las cuestas y, sobre todo, el equilibrio, cada vez más precario, que podía perderse en cualquier momento.

Últimamente estaba obsesionado con una posible última vez relacionada con una de sus pasiones: los libros. Su mujer y él habían reunido con los años una buena biblioteca. Más de 5.000 libros repartidos en distintas ubicaciones, más o menos accesibles, aunque alcanzar los ejemplares de las baldas más altas empezara ya a ser problemático.

El verdadero desafío estaba en la biblioteca principal, instalada en una gran habitación abuhardillada, con estanterías en dos niveles unidos por una estrecha escalera de madera. Cuando se construyó, hacía más de treinta años, el conjunto parecía útil y, sobre todo, espectacular. Esto último lo seguía siendo, pero la pendiente de la escalera vista desde arriba resultaba ahora amenazadora. Sabía que llegaría el día en que tendría que subirla y bajarla por última vez. La subida, y sobre todo la bajada, eran ya un riesgo, pero admitir que no volvería a acceder a una parte de sus libros le producía una sensación desagradable. Y eso que estaba convencido de que, cuando él y su mujer no estuvieran, toda su biblioteca acabaría, sin ceremonias ni homenajes, en uno de esos mercadillos de segunda mano que, no sin cierta sensación de lástima, habían visitado en alguna ocasión.

El caso es que pensaba seguir subiendo y bajando mientras pudiera y dejarlo solo cuando fuera imposible. La cuestión estaba en si la constatación de esa imposibilidad llegaría antes o después de un accidente grave. Y en eso, y en lo inexorable de la ley de la gravedad, estaba pensando cuando, tras perder el apoyo de la barandilla, bajó -por última vez, con la cabeza por delante y a una velocidad que le sorprendió- al nivel inferior de la vieja biblioteca.




miércoles, 16 de julio de 2025

Financiación

 Una característica de esta sociedad es la práctica imposibilidad de llegar a conclusiones generalmente aceptadas sobre un número cada vez mayor de cuestiones.

Consideremos, por ejemplo, el caso de la financiación de la autonomía catalana, de acuerdo con el nuevo sistema acordado por representantes del gobierno y del partido ERC. Estos últimos sostienen, porque así conviene a sus intereses electorales, que se trata de una singularidad que beneficiará a Cataluña y acabará con el crónico déficit de ingresos de su hacienda. Una situación popularizada con la consigna ‘España ens roba’, empleada frecuentemente en el discurso independentista catalán para denunciar el déficit fiscal percibido.

Los representantes del gobierno, en cambio, admiten que el cambio recaudatorio beneficiará a Cataluña, pero sostienen que no se trata de una singularidad sino de un nuevo y beneficioso modelo de cálculo, extensible a cualquier otra autonomía que lo solicite sin que nadie resulte perjudicado y todos, se acojan a él o no, vean mejorada su financiación.

Para los partidos de la oposición, PP y Vox, y para la mayoría de las autonomías, exceptuadas Navarra y el País Vasco que ya gozan de sistemas similares al que ahora se pretende extender a Cataluña, el nuevo sistema perjudicará a la hacienda general y a la mayoría de las haciendas autonómicas, generando una diferencia importante en relación con la cantidad que perciben con el sistema actual.

Pero se trata, en principio, de una cuestión computable. No debería ser difícil hacer números, cuantificar la situación actual y evaluar la resultante de la aplicación del método propuesto, algo que no parece que haya nadie interesado en hacer. No, al menos, de manera consensuada. Cada cual exhibe sus números, que son los que le conviene exhibir para sostener su particular visión. Una visión más política que económica ya que la cuestión se genera a partir de la necesidad gubernamental de contar con el apoyo de los sectores independentistas catalanes.

lunes, 7 de julio de 2025

Doce sillas.

Doce jugadores. Doce sillas. Empieza la música y los jugadores comienzan a moverse en torno a las sillas. Cada vez más rápido. Alguien retira una silla. Son ahora doce jugadores y solo once sillas. La música sigue sonando con una cadencia cada vez más lenta. Cuando pare, los jugadores deberán localizar una silla en la que sentarse. El que no lo consiga quedará excluido del juego.

La música ha parado. Los once jugadores que se han sentado sonríen satisfechos y relajados. Pero la orquesta está tocando en la cubierta del Titanic. 

sábado, 21 de junio de 2025

Cuando la política tenía gracia


Hace no tanto —aunque parezca que han pasado siglos— hubo un programa de televisión en el que los políticos aparecían convertidos en muñecos de guiñol. Literalmente. Marionetas de látex, con rasgos grotescos, voces impostadas y guiones afilados, que decían verdades como puños mientras uno reía sin parar. Me refiero a 'las noticias del guiñol' que emitía Canal+, en una época, finales de los 90, en que pagar por ver la tele aún parecía una excentricidad de urbanitas.

Recuerdo con cierta nostalgia aquellos programas. Por lo que decían, y por cómo lo decían. Allí estaban Aznar, González, Anguita, Pujol, incluso Jesulín y algún futbolista despistado, todos pasados por el tamiz de una sátira que conseguía lo más difícil: hacernos reír con ellos y de ellos al mismo tiempo. Y nadie —o casi nadie— se sentía insultado. La caricatura no era sinónimo de odio, sino una forma de representación de la realidad.

Aquello se acabó. Los guiñoles desaparecieron, y con ellos se fue también una forma de ver la política. Ya no se puede hacer humor de ese tipo. O, mejor dicho, ya no se puede emitir. La televisión es ahora otra cosa. Canal+ dejó de existir, se convirtió en Cuatro, y las marionetas fueron arrinconadas por realities, talent shows y tertulias donde el guiñol es el invitado de turno.

La culpa no es solo de la televisión. La política también ha cambiado. Se ha vuelto tan grotesca, tan escandalosamente teatral, que resulta difícil parodiarla sin caer en lo obvio. ¿Cómo se hace una sátira de un ministro que ya habla como si estuviera en una comedia bufa? ¿Qué se puede exagerar cuando los protagonistas hacen el ridículo sin que nadie les obligue? La política se volvió imparodiable, y eso fue el principio del fin del humor político.

Además ahora vivimos rodeados de prejuicios morales, de colectivos hipersensibles y de censores a tiempo completo. Todo se analiza, todo se fiscaliza. Cualquier chiste puede ser ofensivo y cualquier ironía tomada como una agresión. La sátira, que consiste en provocar, en rozar el límite y en  incomodar, ya no tiene espacio. Nadie quiere ofender. Nadie quiere meterse en líos. Y así, uno a uno, van cayendo todos los reductos donde el humor político aún resistía.

Alguien dirá que ahora está Twitter, TikTok o los memes de WhatsApp y ahí hay sátira para rato. Y es verdad: en Internet no parece que falte el ingenio. Pero es otra cosa. Es un humor tribal, rápido, sin poso. Se ríe uno con los suyos, pero no se construye ninguna mirada común. Cada bando tiene su propia risa, y ninguna sirve para comprender mejor al otro. Es un humor de barricada, no de salón.

Quizá el problema de fondo sea que ya no tenemos ganas de reírnos. Estamos demasiado cansados, enfadados, y un poco resignados. Y la resignación es el estado ideal para que las cosas no cambien.

Echo de menos aquellos guiñoles. Un poco por nostalgia, pero sobre todo por lo que representaban: una sociedad que aún creía en la inteligencia, en la crítica y en la risa compartida. Una sociedad que no había perdido del todo la capacidad de tomarse en serio lo importante… sin dejar de tomarse a broma lo ridículo.

Es posible que recuperemos algún día la capacidad de reírnos sin miedo, incluso de nosotros mismos, pero, de momento, seguimos en esta tragicomedia sin guion reconocible donde los títeres no tienen hilos. Tienen cargos que están decididos a mantener.

viernes, 6 de junio de 2025

La Lealtad Política en España.

El caso PSOE: Un Análisis Teórico

La persistente fidelidad electoral que ciertos sectores de la sociedad española mantienen hacia el Partido Socialista Obrero Español constituye un fenómeno complejo que trasciende el mero cálculo electoral. Para comprender esta lealtad aparentemente inquebrantable, resulta necesario examinar las diferentes perspectivas teóricas sobre la fidelidad política y su aplicación al contexto español contemporáneo.

Desde una perspectiva maquiavélica, la lealtad política se concibe como un contrato tácito basado en la utilidad mutua. Nicolás Maquiavelo sostenía que esta fidelidad perdura mientras resulte ventajosa para ambas partes. En el caso del PSOE, sectores de los trabajadores industriales, empleados públicos y colectivos sindicales mantienen su apoyo porque creen que el partido defiende eficazmente sus intereses económicos y sociales.

Esta dimensión utilitaria se complementa con la visión hobbesiana del pacto social. Thomas Hobbes entendía la lealtad como el cumplimiento de un acuerdo mediante el cual los individuos ceden ciertas libertades a cambio de seguridad y orden. Para muchos votantes tradicionales del PSOE, existe la convicción profunda de que este partido garantiza la estabilidad política y un marco socioeconómico que previene la precariedad laboral y los retrocesos en el Estado de bienestar. La idea de que "peor sería dejar el poder a la derecha" refuerza esta lealtad incluso en momentos de dificultad.

Sin embargo, la fidelidad hacia el PSOE no se explica únicamente por consideraciones pragmáticas. Siguiendo la tradición aristotélica, existe también una dimensión identitaria y moral en esta lealtad. Aristóteles concebía la amistad virtuosa como aquella basada en la admiración mutua por los valores compartidos. Para muchos electores, el vínculo con el PSOE trasciende el análisis coste-beneficio y se fundamenta en la identificación con los valores que tradicionalmente ha defendido el partido: la igualdad, la justicia social y la lucha contra la exclusión. Esta afiliación se convierte en parte integral de su visión de la sociedad.

La perspectiva de Edmund Burke sobre la continuidad histórica aporta otra clave interpretativa fundamental. Burke enfatizaba la importancia de la lealtad a las tradiciones políticas construidas a lo largo del tiempo. En España, la Transición democrática y la consolidación del sistema constitucional estuvieron, para una parte de la población, íntimamente vinculadas al PSOE. Las primeras leyes de modernización social, el impulso de la seguridad social y la integración europea consolidaron una narrativa histórica de progreso asociada a este partido. Para la generación que vivió aquellas transformaciones, votar al PSOE representa un modo de preservar la memoria democrática y el legado de modernización del país.

Jean-Jacques Rousseau ofrece una tercera dimensión explicativa a través de su concepto de "voluntad general". Según el filósofo ginebrino, la verdadera lealtad política consiste en cumplir las leyes que los ciudadanos han decidido como voluntad común. Cuando un grupo de electores percibe que el PSOE representa la voluntad general de su entorno —especialmente en comunidades autónomas con fuerte presencia socialista—, surge una fidelidad que trasciende el carisma de líderes individuales. Este voto se interpreta como la materialización de un contrato social comunitario que, no obstante y como se ha visto en Andalucía, no es inamovible.

El contexto sociológico español añade factores específicos a este fenómeno. Los vínculos históricos entre el PSOE y sindicatos como Comisiones Obreras y UGT han consolidado en determinados sectores la ecuación "votar PSOE equivale a defender derechos laborales". Aunque el clientelismo tradicional ha disminuido, persisten formas de clientelismo simbólico basadas en narrativas de defensa de la clase trabajadora. Asimismo, la transmisión generacional de la identificación política ha convertido el voto socialista en parte de la identidad cívica familiar, adquiriendo rasgos tanto de amistad virtuosa aristotélica como de costumbre en el sentido de Burke.

Para el electorado que valora la intervención estatal en la economía y mantiene expectativas de movilidad social, la promesa de reformas progresistas sigue siendo atractiva. Aunque se critique la gestión concreta, muchos votantes permanecen fieles porque creen que las alternativas conservadoras ofrecerían menos garantías para las políticas sociales. Así, pueden ocasionalmente ignorar, o incluso valorar positivamente, aspectos polémicos como la amnistía a los sediciosos catalanes, la creación y mantenimiento de mayorías afines en órganos como el CGPJ o el control político de instituciones como el Banco de España, Red eléctrica y otras.

No obstante, esta lealtad no es inmutable. Las últimas elecciones autonómicas y en parte también las generales han evidenciado que la fidelidad electoral se tambalea cuando los votantes perciben incoherencias que lesionan la idea de proyecto común. Cuando sectores del electorado creen que el partido ya no defiende sus intereses o que actúa más por cálculo que por convicción, la lealtad instrumental puede volverse efímera.

En conclusión, la persistente fidelidad hacia el PSOE resulta de la confluencia de tres dimensiones complementarias: el interés pragmático por las políticas sociales, los vínculos identitarios y culturales forjados históricamente, y la percepción de representar una voluntad general legítima. Un quiebro en estas tres dimensiones, junto con el relevo generacional del electorado, podría registrar un desgaste significativo de esta lealtad multifactorial, que combina raíces tanto pragmáticas como emocionales e históricas.

La lealtad militante: estabilidad, cálculo y ruptura

La lealtad de los militantes hacia un líder partidario constituye una dimensión específica del fenómeno más amplio de la fidelidad política. A diferencia del voto, acto episódico, individual y relativamente volátil, la militancia se articula en torno a estructuras organizativas, rutinas internas y vínculos personales o simbólicos de mayor densidad. En ese contexto, la lealtad hacia el líder no responde únicamente a la identificación ideológica, sino que incorpora elementos de estrategia interna, cálculo de oportunidades y adaptación al poder vigente.

La legitimidad de un líder coyuntural dentro del partido se sostiene mientras converjan tres factores: la percepción de que su liderazgo garantiza el acceso o mantenimiento del poder institucional; la idea de que representa, de forma más o menos genuina, el ideario compartido por la mayoría de la organización; y la ausencia de una alternativa viable que pueda concentrar descontento sin generar un riesgo de fractura interna. Mientras estas condiciones se mantengan, la militancia tiende a cerrar filas en torno a la dirección, incluso en contextos de desgaste externo.

Sin embargo, la lealtad militante es condicional. Cuando se debilita alguna de estas tres columnas —especialmente la percepción de eficacia o la coherencia con el ideario— pueden activarse mecanismos de desafección que, aunque discretos en su origen, se vuelven rápidamente acumulativos. El malestar comienza en sectores periféricos, donde los costes de la disidencia son menores, pero se extiende si el liderazgo muestra señales de desconexión con la organización o si las decisiones tomadas se perciben como lesivas para el conjunto. A diferencia del votante, cuya retirada es silenciosa, el militante puede canalizar su desafección en forma de abstención orgánica, oposición interna o incluso ruptura programática.

Este tipo de procesos suele requerir un elemento catalizador: una figura —no necesariamente de primer nivel— que actúe como “iniciador” y articule, con lenguaje político interno, lo que hasta entonces eran inquietudes dispersas. Es entonces cuando se pasa del malestar pasivo al cuestionamiento activo, y se produce una redistribución del poder interno. En contextos de alta centralización, la reacción de la dirección ante estos movimientos puede ser determinante: una respuesta torpe o excesivamente autoritaria no solo no detiene la erosión, sino que puede acelerarla y dotarla de una legitimidad reactiva.

La historia reciente del PSOE, como la de otros partidos europeos consolidados, muestra que la lealtad militante no es incondicional, sino adaptativa. Está mediada por la historia orgánica de cada agrupación, por las promesas explícitas o implícitas del liderazgo, y por el horizonte de poder que se vislumbra en cada coyuntura. Entender esta lealtad no como una constante moral, sino como un fenómeno político estructurado y revocable, es clave para anticipar posibles crisis de liderazgo en partidos que, como el PSOE, mantienen una densa base organizativa, pero enfrentan crecientes tensiones entre aparato y bases.

Dinámicas recientes del liderazgo socialista

La situación actual —tras la intervención en agrupaciones territoriales como Aragón o Madrid, donde las mayorías preexistentes han sido sustituidas por otras más afines a la dirección federal— constituye un ejemplo paradigmático de liderazgo aparentemente incontestable, pero en el que empiezan a aparecer ciertas grietas. Los casos de corrupción que afectan a personas próximas al secretario general y una política subordinada a los intereses de minorías regionales identitarias como Junts, ERC o Bildu, podrían poner en riesgo el futuro electoral del partido y en consecuencia el estatus político de muchos de sus militantes y amenazar seriamente la continuidad de la dirección actual.

De momento no hay, o no parece haber, ninguna alternativa con posibilidades reales de hacerse con el control del partido, pero eso es algo que se construye rápidamente si las circunstancias son favorables. No conviene olvidar que buena parte de los apoyos del actual secretario general, incluyendo algunos  ministros y altos cargos del partido, estuvieron anteriormente alineados en su contra y solo cambiaron de bando cuando el viento empezó a soplar a su favor. Estos fenómenos necesitan, como ciertas reacciones químicas, un iniciador. Alguien que empiece a pedir cuentas y a sembrar la alarma sobre las consecuencias de seguir sin presentarlas. Eso es todo.

lunes, 2 de junio de 2025

¿Soy de los nuestros?


Hay distintas formas de analizar la realidad. Y también, claro, de contarla. La gente, sobre todo en el tercer
[1] grupo, tiene una acusada tendencia gregaria. Necesita ser parte de algo. Especialmente durante la adolescencia y en la vida laboral, etapas en las que la sensación de pertenencia puede llegar a ser una necesidad existencial. Pero eso no es fácil. Ni gratis. Es posible que haya que comulgar con un catecismo cuyos postulados varían con el tiempo. En función de quién los enuncie en cada momento. Y puede que no sea suficiente hacerlo con alguno de esos postulados. Ni siquiera con la mayoría. Puede que haya que comulgar con todos.

Por concretar un poco y bajar de los cerros de Úbeda, supongamos que estamos hablando de un individuo, hombre o mujer, que, por razones personales, familiares o de trabajo, está obligado a relacionarse en el entorno político vigente en la tercera década del siglo XXI. En teoría esta persona podría observar la realidad y callarse, u opinar sobre lo que ve en el sentido que en cada ocasión le pareciera más conveniente. Ambas posturas le conducirían, probablemente, al ostracismo y al aislamiento social. Pero también podría aspirar a formar parte de algún colectivo o partido existente y, para hacer méritos rápidamente, podría manifestarse en contra de las corridas de toros o, incluso, a favor de la independencia judicial.

La primera de esas dos posibilidades es inocua. Apta, quizá, para obtener una cierta pátina progresista pero irrelevante a la hora de asegurarse la bienvenida en un partido. Estar a favor de la independencia judicial es más prometedor, pero hay que evitar peligrosas generalizaciones. Separar cuidadosamente a los jueces cuya independencia es defendible de aquellos que utilizan su poder para perjudicar al gobierno de turno. La independencia de estos últimos debe ser cuidadosamente supervisada. Pero en todo caso, son posturas que, en el mejor de los casos, sólo servirían para señalar una peligrosa tendencia a tener ideas propias.

Así que nada de esto es significativo a la hora de asegurar su pedigrí como miembro, o incluso como reconocible simpatizante a tiempo completo, de uno u otro colectivo. Lo que, como ya he dicho, no es cosa sencilla. Para eso hay que prestar atención al discurso actual del partido o asociación que elija -mejor si se puede acceder a una actualización diaria-, y atenerse estrictamente a su contenido en cualquier actividad o conversación. Y para ello hace falta, y eso es lo que se pide, fe. Y poca memoria. Y fuertes convicciones, como diría alguno de los más carismáticos líderes actuales. O al menos lo suficientemente fuertes como para comprender que, si lo que dicen ahora es distinto de lo que decían antes, por algo será.

Una vez alcanzado este estado de pertenencia, que hay que cuidar y actualizar día a día, se puede acceder a una realidad que hasta ahora ha permanecido oculta. Historias antes inverosímiles adquieren para nuestro personaje, desde una nueva y más amplia perspectiva, las características de una verdad revelada, quizá contrafactual pero que los hechos ya no pueden desvirtuar. Y así, como Winston Smith, a fuerza de repetir el discurso del Gran Hermano, terminará creyéndoselo. Y amándole.

Enviado a ECA 13 junio 2025

[1] No leer más allá de la línea 11. Publicado el 11 de abril.

martes, 27 de mayo de 2025

A Joaquín Ferrer. En memoria

Conocí a Joaquín hace muchos años, cuando llegó como profesor al instituto Hermanos Argensola, donde yo era alumno de cuarto de bachillerato. Con su muerte en Zaragoza, el 26 de mayo de 2025, se apaga la luz de un hombre íntegro que, con su capacidad de trabajo y su sólida formación, deja tras de sí una huella imborrable para cuantos tuvimos el privilegio de conocerle.

Al frente de la Secretaría y, posteriormente, como subdirector del Centro de la UNED puso su energía y su afán de trabajo al servicio de la cultura, lo que se tradujo en innumerables iniciativas. Coordinador del área de Lengua y Literatura, atrajo proyectos, conferencias y jornadas que enriquecieron el panorama educativo local, siempre con una mirada rigurosa y una pasión contagiosa por el conocimiento.

Durante décadas ejerció como profesor de Lengua y Literatura, Latín, Arte…, entregándose con entusiasmo al desarrollo intelectual de sus estudiantes. Su voz, su erudición y su respeto por la dimensión humana de la enseñanza, convertían cada clase en un espacio de diálogo y descubrimiento, en el que no faltaba nunca el sentido del humor.

Era también, quizá él hubiera dicho que, sobre todo, un cura. Y eso en Barbastro no era, no es, poca cosa. Los curas que yo he conocido fueron, son, los que quedan, una parte fundamental de la élite intelectual de la ciudad, sobre todo en una época en que la fe y la cultura se entrelazaban para impulsar el progreso social y el enriquecimiento colectivo.

Joaquín encarnó la figura del humanista clásico: un hombre que supo compaginar la vocación cultural, la docencia y la fe con un esfuerzo constante, sin buscar protagonismo, con la única meta de servir. Su legado —hecho de rigor intelectual, generosidad y compromiso social— continuará inspirándonos para valorar el poder transformador de la educación y del trabajo bien hecho.

Descansa en paz, viejo amigo, maestro y compañero. Tu memoria seguirá viva en el recuerdo de los que seguimos creyendo en la fuerza del humanismo. 


Enviado a ECA 30/5/2025

lunes, 26 de mayo de 2025

Experimento o imprudencia

Según un artículo de The Telegraph del 23 de mayo de 2025, el apagón del 28 de abril en España, calificado como "incidente" por la REE, podría haber sido causado por un experimento del gobierno para evaluar la capacidad del sistema eléctrico de integrar energías renovables. Este supuesto experimento estaría relacionado con la preparación para el cierre progresivo de centrales nucleares a partir de 2027. Sin embargo, el gobierno español ha negado rotundamente estas afirmaciones, calificándolas de "bulo" y asegurando que las causas del apagón aún están bajo investigación y se esclarecerán en los próximos meses.

A pesar de la falta de confirmación oficial, hay indicios que sugieren que, en el momento del apagón, la red eléctrica pudo llevar un exceso de energía procedente de fuentes renovables, que no aportan de forma directa la frecuencia ni la inercia necesarias para estabilizar el sistema frente a desviaciones. La presencia de la ministra de Transición Ecológica en la sede de Red Eléctrica de España (REE) media hora antes del incidente podría respaldar la hipótesis de un experimento controlado, aunque también podría tratarse de una coincidencia o de una gestión imprudente por parte del operador.

Un "experimento" implicaría una acción deliberada, lo cual sería grave si se descontroló y causó el apagón, pero podría considerarse un paso necesario para garantizar la estabilidad de la red ante la creciente integración de renovables. La alternativa, introducir renovables sin pruebas previas y esperar que "no pase nada", es aún más grave. Sea como fuere, la falta de transparencia sobre las causas reales del apagón alimenta la especulación y subraya la importancia de esclarecer si fue un experimento fallido o una imprudencia operativa.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Inteligencia artificial, sociedad y empleo.

La inteligencia artificial afectará al 40% de los empleos en todo el mundo, según un informe publicado por el Fondo Monetario Internacional en enero de 2024. Ese proceso ya ha empezado y no va a detenerse, mientras la mayoría sigue sin tener la menor idea de cómo funciona esta tecnología. Es cierto que algo similar ha ocurrido, aunque en menor medida, con muchas otras herramientas que usamos a diario: su funcionamiento es opaco para casi todos, y su adopción ha supuesto en más de una ocasión la transformación y también la desaparición— de empleos existentes. Sin embargo, esta vez el impacto será más profundo y acelerado.

Una parte significativa del trabajo hoy disponible puede ser automatizado mediante modelos de inteligencia artificial. Y esa capacidad no hará sino ampliarse a medida que esos modelos evolucionen, lo que implicará transformaciones laborales con una velocidad que probablemente supere la capacidad de adaptación de los mercados de trabajo. Esto, como advierte el FMI, agravará la desigualdad: entre quienes entienden lo que está ocurriendo —o al menos lo intentan— y quienes se conforman con intuir que algo está pasando.

¿Es esta una tecnología accesible? Para ingenieros informáticos y sobre el papel, construir desde cero un modelo "pequeño" puede parecer una tarea abordable. Bastaría, en teoría, con leer y comprender —entre otros fundamentales— el texto seminal Attention is All You Need de Vaswani, Shazeer y otros; dominar herramientas como PyTorch o TensorFlow y tener experiencia en la programación de redes neuronales; contar con un corpus de datos adecuado y asumir los costes de entrenamiento del modelo, tanto en tiempo como en dinero. Todo ello serviría, en el mejor de los casos, para obtener un producto limitado cuya utilidad, incluso dentro de un campo específico y en comparación con los desarrollos comerciales de gigantes como OpenAI, DeepSeek o Google, sería prácticamente nula.

Más allá del resultado final, el proceso de creación ofrece, por supuesto, un valioso aprendizaje. También es posible explorar modelos ya entrenados, como los disponibles en la plataforma Hugging Face Transformers, para aproximarse al funcionamiento de la IA generativa sin necesidad de programar. O bien se puede ignorar todo esto y esperar a ver qué pasa. Es lo que hace mi gata, que no parece creer que su ración diaria de comida y su caja de arena vayan a depender, algún día, de su relación con esta tecnología. Y tiene razón. Por ahora.

Pero este no es, claro, un problema individual. Cada cual gestiona su currículo como quiere o como puede. Afecta directamente a gobiernos de cualquier nivel, a las universidades y organizaciones empresariales o a España como país. Incorporar los modelos actuales a tareas rutinarias, utilizarlos como atajos para pensar aún menos o resignarse a enviar a los mejores cerebros del país a los grandes centros de desarrollo en Estados Unidos no es, ni de lejos, suficiente. La tan traída y llevada “digitalización”, que aparece en boca de responsables políticos de toda laya a la menor ocasión, no puede reducirse a eso. La tecnología que hay detrás de lo que en este artículo hemos venido en llamar inteligencia artificial, tiene un alcance y unas consecuencias que superan, probablemente con creces, lo que hasta ahora hemos podido intuir.

Por otra parte, somos, o vamos camino de ser, un referente, como se dice ahora, en el alojamiento de los centros de datos fundamentales para el desarrollo de la IA en su estado actual. Unas instalaciones que nos permitirán dar salida a nuestros ¿excedentes? y, en pocos años, montar prometedoras empresas de reciclaje de chatarra informática. 

La instalación de estos centros se considera en Aragón una buena noticia. Y, al menos a corto y medio plazo, seguro que lo es. Pero no deberíamos conformarnos con alojar la infraestructura, poner el terreno, el agua y la energía y quedarnos con la basura mientras otros, desde fuera, desarrollan la tecnología y controlan el futuro. En fin... A ver si a alguien se le ocurre algo después del verano. Cuando no haga tanto calor.

Enviado a ECA 18 julio 2025

viernes, 16 de mayo de 2025

Ideología y energía

 La política energética española lleva años atrapada entre eslóganes ideológicos y decisiones incompletas. Hoy, que da la impresión de que el mundo se reorganiza para garantizar una transición lo más segura posible, seguimos paralizados por el coste político de las decisiones. Ni el Sol es suficiente, ni la energía nuclear sobra. La madurez política podría empezar por asumir eso.

El apagón del 28 de abril, que dejó a oscuras a toda España, fue más que un fallo técnico: fue una señal de alarma. Un síntoma de que la seguridad y coherencia de nuestro sistema eléctrico no puede sostenerse indefinidamente sobre promesas genéricas. Mientras muchos países combinan pragmatismo tecnológico con visión estratégica, aquí seguimos encerrados en un falso dilema: ¿renovables o nuclear?

La apuesta del gobierno por las renovables es acertada, pero insuficiente. El sol y el viento son abundantes en España, pero no constantes ni gestionables. La intermitencia, la falta de respaldo firme y la vulnerabilidad de la red no se solucionan con entusiasmo y fe tecnológica. Insistir en un modelo 100% renovable sin rediseñar el sistema de base es una temeridad.

La energía nuclear tiene riesgos, residuos y altos costes iniciales. Pero también es estable, proporciona inercia mecánica a la red, no emite CO₂ en operación, y puede ayudar a reducir nuestra dependencia energética. Francia, Finlandia o Corea del Sur la han reactivado o no la han abandonado y no por nostalgia. Lo hacen porque la descarbonización, inevitable a medio plazo, necesita redundancia, estabilidad y firmeza.

Pero mientras tanto, se cierran centrales que funcionan, se prohíbe la explotación de uranio sin debate, y fingimos creer que todo se solucionará con fotovoltaica y retórica. Esa estrategia, por llamarla de alguna manera, ya está mostrando sus límites: precios elevados, importaciones crecientes y una red vulnerable a cualquier incidente.

Es cierto que no se puede prever todo. Pero eso no puede servir de excusa para no prever nada. No tomar decisiones es también una forma de decidir: perpetuar el desorden, externalizar el coste y aplazar el problema. Necesitamos una política energética seria, que combine la visión a largo plazo con medidas inmediatas.

Algunas son obvias: revisar la ley que impide explotar uranio en suelo español, con criterios técnicos y ambientales; aprobar una moratoria nuclear revisable, vinculada a objetivos de estabilidad y descarbonización y definir un mix realista que incluya renovables, hidráulica, almacenamiento y energía nuclear. Y, sobre todo, impulsar un pacto de Estado que proteja la transición energética de las sacudidas parlamentarias de cada legislatura. Desgraciadamente el nivel de consenso político necesario, en un contexto de fragmentación parlamentaria y polarización extrema, no parece fácil de alcanzar.

Esa transición tiene que ser eficaz, socialmente justa, y gestionada con responsabilidad. No hay solución limpia sin decisiones difíciles. Y no hay progreso sin asumir que, en energía como en democracia, el idealismo sin pragmatismo está condenado al fracaso

Enviado a ECA 16/5/2025

lunes, 5 de mayo de 2025

Algo de luz sobre el apagón del 28 de abril.

 El apagón ocurrido el pasado lunes, atribuido por Red Eléctrica Española a la desconexión repentina de dos plantas fotovoltaicas en Extremadura y la subsiguiente pérdida de 15 GW de potencia, ha vuelto a poner de manifiesto las dificultades de gestión que, casi inevitablemente, acompañan a las situaciones críticas. Aunque el origen técnico del incidente parece relativamente fácil de explicar, su trasfondo tiene que ver con la complejidad del sistema eléctrico y las implicaciones, también políticas, de la transición energética.

La energía eléctrica que llega a nuestras casas procede de diversas fuentes: centrales nucleares, térmicas de carbón o gas (ciclo combinado), hidroeléctricas, así como instalaciones eólicas y fotovoltaicas. En cada momento, el operador del sistema, Red Eléctrica Española (REE), decide cuál es la contribución de cada fuente al sistema, teniendo en cuenta su disponibilidad, el coste de generación y otros factores estratégicos o técnicos.

La política energética del gobierno español está orientada a reducir la dependencia de fuentes fósiles y nucleares, favoreciendo el desarrollo de las energías renovables, especialmente la eólica, la solar y la hidroeléctrica. Se trata de una estrategia razonable desde el punto de vista ambiental y económico, pero siempre que se tengan en cuenta las limitaciones técnicas inherentes a estas formas de generación.

La electricidad generada por estas fuentes circula en forma de corriente alterna a través de la red de transporte de alta tensión, gestionada por REE. Esta red opera normalmente a tensiones de hasta 400 kV y con una frecuencia estándar de 50 Hz, que debe mantenerse de forma extremadamente precisa. Las centrales convencionales (nucleares, térmicas, hidroeléctricas) utilizan grandes generadores rotatorios sincronizados con la red, que giran típicamente a unas 3.000 revoluciones por minuto, produciendo de forma natural corriente alterna con la frecuencia requerida. Estos generadores también aportan inercia mecánica al sistema, lo que permite amortiguar de manera automática pequeñas variaciones de demanda o generación.

En cambio, la energía fotovoltaica produce corriente continua, que debe transformarse en corriente alterna con la frecuencia, fase y forma de onda adecuadas. Por su parte, los aerogeneradores modernos producen corriente alterna, pero a una frecuencia variable, determinada por la velocidad del viento. Ambos sistemas necesitan inversores electrónicos que adapten la energía a las condiciones de la red. Este proceso, aunque tecnológicamente resuelto, introduce costes adicionales y no proporciona inercia natural, lo que reduce la capacidad del sistema para reaccionar de forma inmediata ante desequilibrios.

Por este motivo, la estabilidad del sistema requiere mecanismos adicionales, como almacenamiento, control de frecuencia avanzado o inercia sintética. Si el sistema cuenta con una proporción muy alta de energía renovable y carece de suficiente respaldo convencional o mecanismos de compensación, puede volverse más vulnerable a perturbaciones. Esta vulnerabilidad está, casi con toda seguridad, entre las principales sino la principal, causas del apagón.

Dicho esto, y considerando el compromiso del gobierno y de REE con el despliegue de energías renovables y el progresivo cierre de las centrales nucleares, es lógico preguntarse si el mix eléctrico actual garantiza siempre la robustez necesaria para evitar caídas de frecuencia o apagones ante imprevistos. La transición energética es inevitable y deseable, pero exige una gestión técnica rigurosa y realista de sus desafíos.

jueves, 24 de abril de 2025

¿No era para tanto?

Hace tiempo que escribo, de forma ocasional, sobre energía. Una cuestión en la que, en pocos años, los observadores desapasionados y medianamente informados pasamos de una relativa seguridad a una profunda desorientación. Aquella “seguridad” consistía en la, por entonces, aparente inevitabilidad del desastre: un colapso económico y social tras la llegada —que parecía inminente— del pico en la producción mundial de petróleo.

Al abrigo de esa convicción se organizaron congresos —dos de ellos en Barbastro—, se crearon y mantuvieron páginas web de referencia, como The Oil Drum, y se celebraron debates universitarios sobre extracción de petróleo, límites físicos, ecología o economía. Se construyeron gráficos y se elaboraron estudios, algunos muy elaborados y convincentes. Yo mismo escribí artículos que pretendían dejar claro que el crecimiento económico, impulsado por una política monetaria asentada en la expansión del crédito, sólo era posible gracias a un aporte creciente de energía; aporte que, a su vez, sólo un suministro también creciente de petróleo podía garantizar.

Hoy, aquella certeza se ha difuminado. Muchos dirán que, afortunadamente; otros, que en realidad nunca existió más allá de las teorías alarmistas de unos pocos. Lo cierto es que el pico del petróleo convencional, predicho por M. King Hubbert en 1956, se alcanzó efectivamente en Estados Unidos en 1970 y, a escala global, hacia 2008. Sin embargo, el impacto fue amortiguado por varias vías: el desarrollo de fuentes no convencionales como el fracking, la expansión de las energías renovables, mejoras de eficiencia y una reducción del consumo asociada, en parte, a contracciones económicas. En volumen total de “todos los líquidos” —incluyendo no convencionales y biocombustibles— la producción mundial incluso continuó creciendo, aunque con un rendimiento energético decreciente (menor EROEI), lo que implica costes y vulnerabilidades adicionales.

La economía global sigue dependiendo de un crecimiento que hoy resulta problemático, debido a su anclaje en un sistema monetario basado en deuda e interés compuesto. Sin embargo, está perdiendo parte del carácter global que tuvo no hace tanto, en favor de un enfoque más localista y proteccionista. Esto se refleja en políticas industriales estratégicas, en controles de exportación de tecnología crítica y en la configuración de cadenas de suministro “seguras” o friend-shoring.

No hace tanto creíamos, sobre la base de los datos y proyecciones de entonces, enfrentarnos a una catástrofe inminente y de alcance planetario. Incluso pensamos que todos éramos parte del problema y también de la solución. Pero, una vez constatado el aplazamiento del colapso, aquel incipiente orden global ha dado paso a un escenario de bloques autárquicos, más preocupados por la resiliencia —asegurar el suministro propio— que por la eficiencia global. El resultado es un retorno a la competencia, especialmente entre grandes potencias, por unos recursos que siguen siendo finitos: los últimos yacimientos rentables de combustibles fósiles, las cadenas de producción de alta tecnología y, no menos importante, la inteligencia —humana y artificial— necesaria para controlarlos.

Cronología resumida del “pico” y su contexto

AñoHitoRelevancia
1956M. King Hubbert publica su modelo de producción de petróleo.Predice el pico de producción en EE. UU. hacia 1970 y, más adelante, un pico global.
1970Pico del petróleo convencional en EE. UU.Inicio de dependencia creciente de importaciones y exploración fuera del país.
1973–1979Crisis del petróleo (OPEP, Irán).Primera señal de vulnerabilidad energética global.
2005–2008Estancamiento y posterior pico del petróleo convencional a escala global.Coincide con precios récord (Brent >140 $/barril en 2008) y debate sobre “peak oil” en foros académicos y especializados (The Oil Drum).
2008Crisis financiera global.Contracción económica reduce demanda; precios caen abruptamente.
2010–2014Auge del fracking en EE. UU.Expansión de producción no convencional; nuevo récord en “todos los líquidos”.
2014–2016Caída de precios del crudo.Afecta inversión upstream; evidencia la volatilidad del nuevo paradigma.
2018–2020Expansión de renovables y tensiones comerciales EE. UU.–China.Energía y geopolítica empiezan a entrelazarse de forma visible.
2022–2024Crisis energética en Europa (guerra en Ucrania, cortes de gas ruso).Retorno de estrategias de seguridad energética nacional y reconfiguración de mercados.

Continuará.

jueves, 3 de abril de 2025

No leer después de la línea 11


Últimamente he visto dos películas sobre teoría de números —en particular, los números primos—, la criptografía de clave pública y la seguridad de la información. Temas densos, sí, pero más fascinantes de lo que parece: todo ese aparato matemático invisible permite, entre otras cosas, que funcionen las criptomonedas, que se guarden secretos de Estado y que los misiles nucleares no se disparen por error. 

Hablábamos de esto en el viejo Café de Levante. Con cervezas sobre la mesa y servilletas convertidas en pizarras improvisadas, surgió la idea: ¿cómo introducir un mensaje secreto en un texto, al alcance de cualquiera, para que pase totalmente desapercibido? Eso, dije entonces, es fácil: basta con escribir un artículo cualquiera, sobre cualquier asunto, que tenga más de quince líneas. El mensaje, en español corriente, debe ir a partir de la línea once. Nadie lo notaría. En estos tiempos de consumo ansioso y lectura hipnótica de titulares, nadie lee más allá de unas pocas líneas. 

Este experimento trivial, nada más que una broma, esconde una idea preocupante: vivimos en una época donde la forma importa más que el fondo, donde lo visible eclipsa lo estructural, y donde el conocimiento está distribuido de forma profundamente desigual. Eso me llevó a recordar una vieja clasificación social que quizá convenga actualizar. Es la siguiente:

En el mundo hay tres tipos de personas. Que no son, como en el chiste, los que saben contar y los que no. La división, aunque algo más sutil, no es menos cortante. Hay un primer grupo, pequeño, discreto, que sabe cómo funciona su mundo y como gestionarlo. No necesitan aparecer en portadas, convocar ruedas de prensa, o hacer giras promocionales. No se dejan ver en Davos, ni en Cannes, ni en Twitter. Son los arquitectos del sistema, los que toman las decisiones estratégicas y diseñan el marco dentro del cual los demás se mueven.

Luego está el segundo grupo, algo más amplio, compuesto por personas que intentan entender el funcionamiento de su mundo. A veces lo logran, pero no tienen capacidad de decisión. Son observadores rigurosos, científicos sociales, lectores insaciables, ciudadanos atentos. Viven en tensión: saben lo suficiente como para inquietarse, pero no tienen las herramientas para transformar esa inquietud en poder.

Y, finalmente, el tercer grupo, el más numeroso: no entienden nada y tampoco les preocupa, pero son los que toman las decisiones tácticas que condicionan la vida política, económica y cultural del conjunto. Votan, consumen y opinan, aunque no suelen escribir; tampoco leen mucho. Participan en las redes, se exhiben en platós y ante micrófonos encendidos. Su ignorancia no es impostada: es natural, orgánica, y en muchos casos celebrada como forma de identidad colectiva. No obstante, de este grupo pueden salir líderes políticos y también las mayorías que los lleven al poder.

Puede parecer un esquema distópico, y tal vez lo sea. Pero no es nuevo. Esta clasificación remite a la sociología de las élites de Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca, quienes describieron una minoría dirigente que concentra el poder, así como a la triada del Inner Party, Outer Party y Proles en 1984 de George Orwell, que ilustra jerarquías de conocimiento y control. Y resuena con la 'jaula de hierro' de Max Weber, metáfora de las estructuras burocráticas que constriñen la agencia individual. Lo novedoso es la forma en que los límites entre estos grupos se han vuelto más borrosos, más resbaladizos y, a la vez, más impermeables.

Existe una relación simbiótica entre ellos. El primer grupo necesita al tercero para ejecutar sus decisiones, para legitimar el espectáculo democrático, para absorber la tensión de las crisis. Y necesita al segundo para analizar, predecir, amortiguar. Pero ninguno de estos dos puede —o quiere— hacer visibles las estructuras reales del poder. Se puede pasar del tercer grupo al segundo leyendo. El resto de las transiciones son muy raras.

Volvamos a los números primos. Esos entes abstractos, estudiados desde hace siglos sin aparente utilidad práctica, hoy son el núcleo de la criptografía moderna. Gracias a ellos podemos comunicarnos de forma segura, almacenar datos, mover dinero y proteger secretos. Sin ellos, todo colapsaría: desde los sistemas bancarios hasta los misiles balísticos.

A eso se suma otro instrumento aún menos comprendido por la mayoría: la reserva fraccionaria. Este mecanismo, con el que los bancos prestan un dinero que no tienen, es una de las piezas centrales del capitalismo financiero. Su existencia, sin embargo, pasa desapercibida para casi todos. ¿Por qué? Porque comprenderla exige tiempo, esfuerzo, y una voluntad de mirar detrás del decorado que pocos cultivan.

Ambos instrumentos —los números primos y la reserva fraccionaria— pertenecen simbólicamente al primer grupo. Son una parte, quizá pequeña pero no insignificante, de su caja de herramientas. El segundo grupo los estudia, los explica, los cuestiona. El tercero ni siquiera sabe que existen. Y, sin embargo, su vida entera depende de ellos.

Pero no hay un “club secreto” que dirija el mundo desde un sótano lleno de pantallas. Lo que hay es una estructura de poder que opera bajo lógicas técnicas, financieras y algorítmicas que no requieren aplausos ni votos. Basta con que funcionen. Y funcionan.

Hay un mensaje en este texto y no está cifrado. Está a plena vista, como los números primos, como los contratos bancarios o las líneas que pocos llegan a leer. Está a partir de la línea once, si uno quiere. Pero, sobre todo, está en la invitación a leer críticamente, cuestionar las estructuras de poder y reconocer el valor (y la desigual distribución) del conocimiento.

Publicado en ECA 11 de abril de 2025