
Parece que se van a recuperar las viejas fuentes del Azud y del Vivero en la calle de las Fuentes. Para mí, que nací, y viví quince años, en una casa que está justo encima, estas fuentes fueron un elemento imprescindible del paisaje. Las fuentes, sobre todo la del Azud, porque en la del Vivero no se podía beber, suministraban agua en verano y, a veces, también en invierno ya que la incipiente red de suministro se congelaba con bastante facilidad y, sobre todo, nunca proporcionaba agua a la temperatura adecuada, cosa que sí hacía la fuente. Las escaleras que llevaban a las fuentes eran también la vía de acceso al cauce del río y a la chopera, la arbolera, en el lenguaje del barrio, a través del muro de contención del Azud, en el tramo final del desague del Moliné. Esta chopera era impresionante, o me lo parece ahora, con árboles enormes que se levantaban por encima de los tejados, pero cayó antes que las fuentes. A los pequeños chopos que sustituyeron a los que habían cortado se los llevaron las riadas y puede que también las rogativas, no creo que pasaran de ahí, de algunas vecinas más que satisfechas con el sol poniente que los árboles caídos no dejaban pasar. Fue una pena porque aquella chopera era un magnífico parque, en tiempos en los que no había nada mejor y la gente veraneaba en casa, y su desaparición, aunque nos permitió ampliar nuestros horizontes y ver el Ayuntamiento y el puente del Portillo desde casa, dejó un considerable vacío. Pero el río seguía allí. Pastaban entonces un par de cabras, una de ellas bastante agresiva, puede que también ovejas y algunos patos de los vecinos, se pescaban barbos, se lavaba la ropa, que luego se aclaraba en la fuente, se dirimían a cantazos los conflictos con los barrios vecinos, se organizaban meriendas y otros actos sociales y se construían pequeñas casetas de barro y pedazos de ladrillo. Como campo de juegos parecía inabarcable e insustituible, sobre todo durante el largo verano que empezaba antes de las fiestas de San Ramón y acababa bastante después de las de septiembre. Dos hogueras rivales, la de la calle de las Fuentes en la orilla izquierda y la del Arrabal en la derecha, se quemaron allí, una frente a otra, durante algunos años y ahora me parece un auténtico milagro que no provocaran un incendio que se llevara por delante media ciudad. En ocasiones una de las hogueras ardía antes de la fecha señalada, como consecuencia de alguna incursión de los promotores de la hoguera rival. Pero aquel río, que en condiciones normales era poco más que un arroyo, tenía sus prontos y, de tanto en tanto, sobre todo coincidiendo con el final del verano, hacía una muy notable demostración de fuerza y se convertía en una furiosa avenida de color marrón que arrastraba todo lo que encontraba a su paso. Una vez, al menos, se metió dentro de mi casa, dejó en el patio una marca de más de un metro de altura, que encontramos al volver a la mañana siguiente, y causó en la ciudad daños más que considerables. No sé si aquel desastre, los problemas sanitarios que ya empezaban a dar que hablar o una profecía apócrifa de San Ramón que circulaba por la calle y según la cual a esta ciudad se la llevaría una de aquellas riadas, convencieron a las autoridades de entonces de la necesidad de canalizar el tramo urbano del río. Aquella obra, que nos parecía de lo más impresionante, que incluyó la voladura controlada del salto, la rotura de algún que otro cristal como consecuencia de las explosiones y muchos meses de incesante trajín en la, hasta entonces, pacífica calle suburbana, acabó con las fuentes y cambió completamente el aspecto del río que quedó prácticamente inaccesible. Aunque las fuentes habían dejado de ser imprescindibles, la gente tenía ya nevera y lavadora y hacía años que había agua corriente en las casas, su desaparición levantó algunas protestas que se mantuvieron, faltaría más, en los cauces establecidos por la democracia orgánica felizmente imperante. Ahora, casi cuarenta años después y como consecuencia, parece que imprevista, de unas obras de mejora en la calle, las fuentes del Azud y del Vivero van a salir a la luz. Ya no serán lo que eran ni servirán para lo que servían, tampoco nosotros, pero está bien que se recuperen, coincidiendo, además, con la restauración de las fachadas de la margen derecha que, a imagen y semejanza de la del Ayuntamiento, eran una auténtica vergüenza. Es una forma más de dejar de dar la espalda a un río que, aunque un poco raquítico, es un privilegio para esta ciudad como lo son todos los ríos para todas las ciudades. Y aquí no hay mucho más.
(Artículo publicado el día 30 de diciembre de 2005 en ECA)