martes, 30 de mayo de 2017

Divagaciones a la sombra de una morera

‘La democracia, Mr. Cromwell, es una bufonada griega basada en la absurda idea de que existen posibilidades extraordinarias en las gentes más ordinarias’. Esta frase, puesta en boca de Carlos I Estuardo (Alec Guinness), y dirigida a Oliver Cromwell (Richard Harris) en la película Cromwell de Ken Hughes (1970), resume bastante bien el pensamiento conservador, incluso el ilustrado, acerca de una forma de gobierno que, sin ser universal, está hoy bastante extendida por mor de los errores, la desidia, la corrupción y la incapacidad de los regímenes autoritarios europeos de los siglos XVII en adelante, como respuesta y mecanismo de protección frente a la brutalidad del fascismo y el comunismo y sobre todo, por necesidades de un sistema cuyo principal motor es el consumo masivo y el liberalismo económico que se compadece, mal, con el autoritarismo en política.  Una de las virtudes, probablemente no la más importante, que tradicionalmente se atribuyen a la democracia, dejando aparte el argumento, no demasiado consistente, de que es el mejor de los sistemas conocidos hasta ahora, es que es un sistema que permite a cualquiera llegar al gobierno. La idea, supongo, era evitar que el acceso al poder político quedara restringido a los miembros de una determinada clase social o a los poseedores de un elevado nivel económico pero, a la vista del resultado de las últimas elecciones norteamericanas, parece que el un nivel intelectual bajo o incluso muy bajo, la falta de honestidad, la chabacanería y los malos modales tampoco son ya óbice para alcanzar, democracia mediante, la más alta magistratura en la primera potencia militar y al menos hasta hace poco, económica del mundo. Lo que se necesita, en teoría, es tener más votos que tus oponentes, si los hay. La cosa, claro, no es tan sencilla. Un majadero multimillonario tiene, en estos tiempos y sobre todo en los Estados Unidos, muchas más posibilidades de llegar a ser presidente que otro individuo, igual, más o incluso menos majadero que el anterior pero cuyos ingresos no le permitan financiarse una carísima campaña electoral. En democracia se supone que la soberanía reside en el pueblo, o en la gente, como se dice ahora. Y por lo tanto es la gente la que, al menos en última instancia, ha decidido poner a Trump en el poder y también la que ha dejado fuera de él, por el momento, a Marine Le Pen en Francia. Así que no resulta ocioso preguntarse ¿por qué vota la gente a una u otra opción? y sobre todo ¿por qué creen los políticos que les vota, o no, la gente? Las respuestas a la primera pregunta pueden ser muchas. Quizá tantas como votantes individuales y probablemente tengan tanto, o más, que ver con antipatías hacia los demás candidatos que con simpatías hacia el elegido. Para contestar a la segunda me vienen a la memoria los cuatrocientos euros que Zapatero prometió en una ocasión entregar a cada contribuyente o pensionista, si ganaba las elecciones, iniciativa que no desmerece, salvo por la publicidad y la imputación directa y sin tapujos al presupuesto, de las prácticas caciquiles de la restauración, o este texto que reproduzco y que he rescatado de un blog que escribía yo en 2006:

El miércoles son las elecciones en Cataluña y a estas alturas ya no parece que Carod Rovira vaya a producir ninguna otra boutade espectacular, si dejamos de lado, claro, el anuncio donde aparece afeitándose y con un mensaje en catalán que, más o menos, viene a decir: Somos humanos, como tú. No sé qué querrá decir con eso. El viernes Mas desayunó con el presidente del Barcelona (el equipo de fútbol, claro) y ayer Montilla se las arregló para desayunar él también con el Sr. Laporta. Lo que me lleva a preguntarme, una vez más, por las razones que hacen que la gente vote a uno u otro candidato. Y no me refiero, claro, a los muy pocos que se enteran de algo, que evalúan críticamente o al menos, se leen los programas electorales y que deciden su voto por razones más o menos objetivas, o, al menos, objetivables, ni tampoco a esa mayoría de la población que ya tiene su voto decidido desde 1975 o antes y no lo cambia aunque su partido presente a un perfecto imbécil, cosa que, por lo demás, no es nada extraordinaria. Me refiero a ese voto flotante, de gente sin preferencias por ningún partido, cuya fuente de información es la televisión o el boca a boca y que no se sienten particularmente beneficiados ni especialmente amenazados por el triunfo o la derrota de tal o cual partido y que, en cada elección, son los que deciden de qué lado se inclina la balanza. Claro que, quizá lo importante no son las razones por las que la gente escoge una u otra opción política sino las razones por las que los políticos creen que la gente les vota. Por ejemplo, a Montilla ha podido pasarle por la cabeza que si su rival desayunaba con Laporta y él no, los forofos de ese equipo, que en Cataluña deben ser legión, se decantarían automáticamente por Convergencia y Unió. Así que, quizá, el problema no es que seamos idiotas, lo que tampoco es descartable, sino que los políticos están convencidos de que lo somos y actúan en consecuencia. No sé si me explico.

Escrito para El Cruzado (mayo 2017)

lunes, 22 de mayo de 2017

Primarias en el PSOE

Pedro Sánchez será el nuevo secretario general del PSOE. No voy a decir que este chico me entusiasme, a veces me recuerda a Zapatero, pero ¿alguien se imagina a la señora Díaz y su limitado repertorio, compuesto básicamente por perogrulladas, a la cabeza del partido y con cierto riesgo, no demasiado pero, claro, ahí está Trump y aquello son los Estados Unidos, de que llegara a presidir el gobierno? Bueno, parece que ese riesgo, de momento, está conjurado. Ahora lo que hace falta es que Sánchez sepa gestionar su victoria. Detrás tiene un partido con más de 150.000 militantes activos, que han mostrado no ser fácilmente manipulables, que ha apostado por él. A Zapatero le dijeron 'no nos falles' y falló, sobre todo al final de su mandato, estrepitosamente. A este, que hizo un buen discurso, le decían ayer 'sigue así' pero la idea era la misma. El entorno sociopolítico no es el más favorable para la llamada izquierda clásica y a él no se lo van a poner fácil ni los que han perdido, que no están todos en el PSOE, ni la prensa, ni los independentistas, ni el resto de la izquierda, ni nadie y si falla es muy improbable que le den una segunda, que en este caso sería ya tercera, oportunidad.
Pedro Sánchez resultó ser un fiasco. Aún hoy es difícil decir hasta donde puede llegar este hombre.