sábado, 28 de octubre de 2017

Otoño catalán

Con todo este jaleo de la independencia, o de lo que sea que estén haciendo en Cataluña, nadie se preocupa del otoño tan anormal que estamos teniendo o del precio del petróleo, que sigue siendo la sangre de esta civilización y que, poco a poco y muy lentamente, por ahora, sigue su marcha ascendente y a pesar de la brutal caída en el consumo, está ya en los 60$ por barril. De paso tampoco se habla mucho de las andanzas de los Pujol y otros referentes del Catalanisme, a uno de ellos lo han pillado trapicheando hasta en la cárcel, o de las conclusiones de la fiscal del caso Gürtel. Y casi mejor. Bastante hacemos con ocuparnos de lo nuestro y de otra cosa a la vez. De todas formas en Cataluña, como en todo, incluída la evolución del precio del petróleo, una cosa es lo que parece que pasa y otra, distinta, es lo que pasa en realidad. Y una cosa es lo que dicen en público y otra, ya se ha visto, lo que se dicen entre ellos y lo que hacen. Ahora tenemos a una parte, significativa pero probablemente no mayoritaria, del pueblo de Cataluña dispuesta a echarse al monte, al menos mientras siga el buen tiempo y en fin de semana, como se lo han contado y con la moto que le han vendido, pero sus líderes, que no han proclamado en realidad nada, que han votado un infumable pasquín que ya firmaron en público, ahora en secreto y metiendo en la urna dos votos en blanco para dificultar su imputación y que pretenden seguir viviendo de esto, aunque eso igual no lo tienen tan fácil, no parece que estén por la labor. Sobre todo porque saben que el monte es muy peligroso y la moto que tienen no sirve ni para ir por carretera. Y no hay más que ver a los payasos que más están dando la cara en este procés, como Cucurull, Forcadell, Puigdemont o Junqueras y otros, para darse cuenta de la poca seriedad de todo el asunto. Desde luego que es posible y podría ser hasta justificable pedir la independencia, incluso con las razones espurias, las falsedades y medias verdades y las tonterías que se han esgrimido, debidamente interiorizadas y transformadas en agravios, pero al frente tiene que haber, sobre todo, además de alguien solvente, gente con las ideas claras, equivocadas o no y dispuesta a jugarse la libertad y si hace falta, y suele hacerlo, la vida. Y hoy por hoy, tienen demasiados majaderos, bastantes vividores y algún rufián. Nada con lo que se pueda construir una república catalana.

Actualización de las 14:46 (28/10). Puigdemont, cesado ayer por el gobierno como presidente de la Generalitat, ha aparecido hoy en una supuesta comparecencia institucional grabada (como presidente en ejercicio) para decir que se opone democrática y pacíficamente al cese y a todos los decretos amparados en el art. 155 de la CE y a los suyos que sigan con las manifestaciones o con lo que sea pero, sobre todo, pacíficamente. Mientras tanto él estaba en un bar de Girona tapeando. Este chico es un crack.

domingo, 1 de octubre de 2017

Mala suerte


La deuda per capita en Cataluña en 2016 (10.092 €) casi triplica a la andaluza (3.966 €) y supera en más de 1.000 € a la siguiente más elevada de España que es la de la Comunidad Valenciana y en términos absolutos, casi dobla a esta última. Esto no es muy razonable y no hay más remedio que atribuirlo, en alguna medida, al menos, al reparto hecho por el Estado entre las comunidades de régimen común, todas menos dos, donde Cataluña y tres más son contribuyentes netos y el resto receptores netos. Cuentan que, en su momento, Suárez ofreció a Tarradellas un régimen similar al cupo vasco y parece que,por razones que a mí se me escapan, la oferta fue rechazada  pero eso, en todo caso, tiene ahora una importancia relativa porque entonces tampoco se sabía lo que iba a pasar y además en una situación económica como la actual las razones, que en algún momento haya podido haber, para mantener una solidaridad inter regional por encima de lo razonable son cada vez más escasas y más difíciles de explicar a los que ponen el dinero. El caso es, pues, que en mi opinión lo anterior, la economía, en suma, es la causa principal del descontento que ha llevado a los catalanes a sostener, quizá no mayoritariamente, de no mediar las torpezas del gobierno central, pero casi, las veleidades de una parte de su clase política que ya no encuentra mejores argumentos para seguir en el poder. Como puede verse en la pintoresca coalición que ha propiciado este referéndum y ha sostenido en el parlamento de Cataluña las leyes que lo amparan y que, en su caso, regularán un proceso independentista que, aunque puede que siga siendo utópico, cada vez cuenta con más apoyos, los viejos clichés de izquierda y derecha cuentan poco a la hora de optar por la permanencia en España o la secesión. Seguramente esto podría haberse resuelto de una manera menos traumática, al final sólo es cuestión de hacer, bien, los números, pero parece que, una vez más en la historia de este país, una crisis ha estallado cuando sus destinos no están en las mejores manos. Mala suerte.

martes, 30 de mayo de 2017

Divagaciones a la sombra de una morera

‘La democracia, Mr. Cromwell, es una bufonada griega basada en la absurda idea de que existen posibilidades extraordinarias en las gentes más ordinarias’. Esta frase, puesta en boca de Carlos I Estuardo (Alec Guinness), y dirigida a Oliver Cromwell (Richard Harris) en la película Cromwell de Ken Hughes (1970), resume bastante bien el pensamiento conservador, incluso el ilustrado, acerca de una forma de gobierno que, sin ser universal, está hoy bastante extendida por mor de los errores, la desidia, la corrupción y la incapacidad de los regímenes autoritarios europeos de los siglos XVII en adelante, como respuesta y mecanismo de protección frente a la brutalidad del fascismo y el comunismo y sobre todo, por necesidades de un sistema cuyo principal motor es el consumo masivo y el liberalismo económico que se compadece, mal, con el autoritarismo en política.  Una de las virtudes, probablemente no la más importante, que tradicionalmente se atribuyen a la democracia, dejando aparte el argumento, no demasiado consistente, de que es el mejor de los sistemas conocidos hasta ahora, es que es un sistema que permite a cualquiera llegar al gobierno. La idea, supongo, era evitar que el acceso al poder político quedara restringido a los miembros de una determinada clase social o a los poseedores de un elevado nivel económico pero, a la vista del resultado de las últimas elecciones norteamericanas, parece que el un nivel intelectual bajo o incluso muy bajo, la falta de honestidad, la chabacanería y los malos modales tampoco son ya óbice para alcanzar, democracia mediante, la más alta magistratura en la primera potencia militar y al menos hasta hace poco, económica del mundo. Lo que se necesita, en teoría, es tener más votos que tus oponentes, si los hay. La cosa, claro, no es tan sencilla. Un majadero multimillonario tiene, en estos tiempos y sobre todo en los Estados Unidos, muchas más posibilidades de llegar a ser presidente que otro individuo, igual, más o incluso menos majadero que el anterior pero cuyos ingresos no le permitan financiarse una carísima campaña electoral. En democracia se supone que la soberanía reside en el pueblo, o en la gente, como se dice ahora. Y por lo tanto es la gente la que, al menos en última instancia, ha decidido poner a Trump en el poder y también la que ha dejado fuera de él, por el momento, a Marine Le Pen en Francia. Así que no resulta ocioso preguntarse ¿por qué vota la gente a una u otra opción? y sobre todo ¿por qué creen los políticos que les vota, o no, la gente? Las respuestas a la primera pregunta pueden ser muchas. Quizá tantas como votantes individuales y probablemente tengan tanto, o más, que ver con antipatías hacia los demás candidatos que con simpatías hacia el elegido. Para contestar a la segunda me vienen a la memoria los cuatrocientos euros que Zapatero prometió en una ocasión entregar a cada contribuyente o pensionista, si ganaba las elecciones, iniciativa que no desmerece, salvo por la publicidad y la imputación directa y sin tapujos al presupuesto, de las prácticas caciquiles de la restauración, o este texto que reproduzco y que he rescatado de un blog que escribía yo en 2006:

El miércoles son las elecciones en Cataluña y a estas alturas ya no parece que Carod Rovira vaya a producir ninguna otra boutade espectacular, si dejamos de lado, claro, el anuncio donde aparece afeitándose y con un mensaje en catalán que, más o menos, viene a decir: Somos humanos, como tú. No sé qué querrá decir con eso. El viernes Mas desayunó con el presidente del Barcelona (el equipo de fútbol, claro) y ayer Montilla se las arregló para desayunar él también con el Sr. Laporta. Lo que me lleva a preguntarme, una vez más, por las razones que hacen que la gente vote a uno u otro candidato. Y no me refiero, claro, a los muy pocos que se enteran de algo, que evalúan críticamente o al menos, se leen los programas electorales y que deciden su voto por razones más o menos objetivas, o, al menos, objetivables, ni tampoco a esa mayoría de la población que ya tiene su voto decidido desde 1975 o antes y no lo cambia aunque su partido presente a un perfecto imbécil, cosa que, por lo demás, no es nada extraordinaria. Me refiero a ese voto flotante, de gente sin preferencias por ningún partido, cuya fuente de información es la televisión o el boca a boca y que no se sienten particularmente beneficiados ni especialmente amenazados por el triunfo o la derrota de tal o cual partido y que, en cada elección, son los que deciden de qué lado se inclina la balanza. Claro que, quizá lo importante no son las razones por las que la gente escoge una u otra opción política sino las razones por las que los políticos creen que la gente les vota. Por ejemplo, a Montilla ha podido pasarle por la cabeza que si su rival desayunaba con Laporta y él no, los forofos de ese equipo, que en Cataluña deben ser legión, se decantarían automáticamente por Convergencia y Unió. Así que, quizá, el problema no es que seamos idiotas, lo que tampoco es descartable, sino que los políticos están convencidos de que lo somos y actúan en consecuencia. No sé si me explico.

Escrito para El Cruzado (mayo 2017)

lunes, 22 de mayo de 2017

Primarias en el PSOE

Pedro Sánchez será el nuevo secretario general del PSOE. No voy a decir que este chico me entusiasme, a veces me recuerda a Zapatero, pero ¿alguien se imagina a la señora Díaz y su limitado repertorio, compuesto básicamente por perogrulladas, a la cabeza del partido y con cierto riesgo, no demasiado pero, claro, ahí está Trump y aquello son los Estados Unidos, de que llegara a presidir el gobierno? Bueno, parece que ese riesgo, de momento, está conjurado. Ahora lo que hace falta es que Sánchez sepa gestionar su victoria. Detrás tiene un partido con más de 150.000 militantes activos, que han mostrado no ser fácilmente manipulables, que ha apostado por él. A Zapatero le dijeron 'no nos falles' y falló, sobre todo al final de su mandato, estrepitosamente. A este, que hizo un buen discurso, le decían ayer 'sigue así' pero la idea era la misma. El entorno sociopolítico no es el más favorable para la llamada izquierda clásica y a él no se lo van a poner fácil ni los que han perdido, que no están todos en el PSOE, ni la prensa, ni los independentistas, ni el resto de la izquierda, ni nadie y si falla es muy improbable que le den una segunda, que en este caso sería ya tercera, oportunidad.
Pedro Sánchez resultó ser un fiasco. Aún hoy es difícil decir hasta donde puede llegar este hombre.