sábado, 18 de febrero de 2012

Ponencias económicas comparadas

PP

PSOE


He aquí los textos de las ponencias de economía aprobadas en los congresos del PP y el PSOE procesados con el programa, gratuito, wordle. El tamaño de cada palabra es proporcional al número de veces que aparece en el texto. Puede verse que ambos partidos hablan de crecimiento, pero los del PP más, que los dos hablan mucho de innovación y nuevas tecnologías y menos, mucho menos, de energía. Las palabras reforma monetaria no aparecen juntas, por supuesto, en ninguno de los dos textos y en el texto del PP sale mucho la expresión Partido Popular mientras que en el del PSOE no sale nunca Partido Socialista. Puede que no sea demasiado científico ni riguroso,  pero es curioso.


martes, 14 de febrero de 2012

Un futuro muy imperfecto


El futuro, que no se presenta nada halagüeño a nivel global, es aún más alarmante si nos limitamos a España, un país sin petróleo ni gas natural, con poco carbón y de difícil acceso, con un modelo económico basado en la construcción y el turismo que, sobre todo por lo que respecta a la construcción, se ha venido abajo en los últimos años, con la consecuencia de un aumento espectacular del paro y con una deuda pública y privada a la que sólo se podría hacer frente con tasas de crecimiento  utópicas e inalcanzables. Un país, además, donde todo el discurso oficial, tanto del gobierno como de la oposición, se basa en una hipotética y altamente improbable vuelta al crecimiento que se anuncia, con la esperanza de acertar alguna vez, un día sí y otro también, sin considerar ninguna otra posibilidad, ni dar la más mínima credibilidad a teorías, como la del Peak Oil, que apuntan claramente a la imposibilidad de que ese crecimiento, más allá del sostenido artificialmente con trucos financieros, llegue a materializarse nunca.

Pero fuera de España, las cosas no están mucho mejor. Al interminable vodevil griego hay que añadir la posibilidad, bastante elevada, de que lo que allí está pasando sea un anticipo de lo que puede ocurrir en España, Portugal, Italia, etc. en un plazo más o menos breve. Lo que tienen en común la mayor parte de los problemas que afectan hoy a la civilización industrial, es que su tendencia, la de todos ellos, es a agravarse. La deuda es impagable pero sigue aumentando día a día, hemos alcanzado el pico de petróleo pero seguimos consumiendo energía como si los pozos de Pennsylvania siguieran a pleno rendimiento, mientras el estado del bienestar, construido para favorecer el consumo desbocado, necesario para dar salida a la inagotable producción propiciada por la disponibilidad de energía abundante y barata que, durante casi cien años, ha proporcionado el petróleo, se va diluyendo poco a poco.
La ingeniería financiera, los derivados y toda la estúpida parafernalia construida por los economistas de Harvard, en su beneficio y en el de los tenedores de capital, también llamados inversores, permite que mantengamos la ilusión de que todavía existe una actividad económica propiamente dicha, aunque un elevado porcentaje de la misma, en los países occidentales, consista simplemente en mover dinero de un lado a otro y permite, también, contabilizar como energía disponible la obtenida con tasas de retorno que, en un mundo real en el que el dinero representara algo tangible, serían inasumibles. Todo ello, evidentemente, al precio de agravar más y más la crisis y de hacer imposible una salida no traumática a la misma. Llegará un momento, inevitablemente, en el que todo este castillo de naipes se desmoronará de golpe y para entonces el tamaño del problema hará inviable cualquier intento de solución.

Antes de eso, todavía hay quien cree posible, e incluso necesario, pensar en una salida ordenada a la crisis actual, aceptando, desde luego,  que nuestro modo de vida actual, el American Way of Life, iniciado en  la posguerra mundial y que ya estaba agotado en los años 70, es cosa del pasado. Una salida que, al menos en teoría, debería pasar por aceptar una muy importante disminución de la energía disponible y en consecuencia, de nuestros niveles de consumo. El problema es que la civilización industrial es un sistema extraordinariamente complejo, autosostenido, de comportamiento  impredecible e incontrolable incluso con la ayuda de los más sofisticados computadores, de tal manera que una actuación mal medida en cualquiera de sus puntos puede producir efectos indeseables e incluso catastróficos en otros. Una reducción drástica del consumo, por ejemplo, se sustanciará, casi inevitablemente, con  un cierre masivo de fábricas y un incremento del paro. Por otra parte, esta economía globalizada funciona razonablemente bien en crecimiento pero, ni un sistema monetario basado en la deuda, ni una población cuyo tamaño se ha doblado en los últimos 50 años permiten aventurar otra salida que  colapso para el caso de que el crecimiento se detenga o se haga negativo. Es posible, claro, que ese colapso no sea el fin del mundo e incluso, como sostienen los optimistas moderados,  que sea el principio de un nuevo modelo, más sencillo y menos competitivo donde, los que queden, sean más felices.  Lo que ya no parece muy probable es que ese nuevo modelo permita sostener a una población de 7000 millones en las condiciones actuales, ni que la reducción de complejidad a la que estamos abocados, se lleve a cabo sin un proceso de adaptación violento y revolucionario.

Dicho esto, cabe preguntarse y desde luego, hay gente que se lo pregunta, por la utilidad que tiene hablar, o escribir, sobre estas cosas, si es que realmente todo va a ir tan mal. De hecho, la mayor parte de la gente no aprecia en absoluto este tipo de disquisiciones y prefiere creer en que el ingenio humano, que según el sentir popular ya nos ha sacado, en otras ocasiones, de problemas parecidos, vendrá también en esta ocasión en nuestra ayuda y nos proporcionada nuevas y fantásticas fuentes de energía, depósitos de materiales, una atmósfera limpia, terreno agrícola y todo el sentido común necesario para gestionar tanta maravilla. Incluso en medio de una crisis como ésta, con cientos de miles de puestos de trabajo destruidos y asistiendo la sistemática demolición del estado del bienestar, la gente prefiere, preferimos, seguir aferrados a la idea de que todo esto es meramente coyuntural y debido a los turbios e incompetentes manejos de unos cuantos y de que, en consecuencia, se solucionará en algún momento y las cosas volverán a donde estaban. Incluso los que, como yo, creen saber que  las consecuencias de vivir en un entorno finito y la inexorabilidad de las leyes de la termodinámica acaban siempre por imponerse al optimismo más recalcitrante, tienen, tenemos, la esperanza de que las cosas empezarán  a ir definitivamente mal justo después de que eso ya no tenga ninguna importancia para nosotros, aunque esa esperanza se va diluyendo a medida que los acontecimientos van confirmando las hipótesis más... realistas.

Y, ¿Cuáles son esas hipótesis? La primera es que la era del petróleo barato y abundante, principal fundamento energético de la revolución industrial que nos ha llevado hasta aquí, ha terminado, aunque ese final esté todavía enmascarado con distintos subterfugios  y la segunda que no hay, a la vista, alternativas capaces de sustituirlo. Como esta economía depende absolutamente del petróleo para su funcionamiento, cabe esperar que, si se produce una disminución real del suministro, los países que dispongan de la fuerza militar necesaria para ello intentarán hacerse con el control de los pozos y los oleoductos lo que, inevitablemente, conducirá a una guerra que, si no se ventila con armas nucleares suficientes para solucionar definitivamente y para siempre, todos los problemas, dejará el suministro de petróleo en unas pocas manos. Cabe esperar que eso sea, también, el final de una economía globalizada en la que resultaba indiferente el lugar donde se produjeran los bienes de consumo y también los alimentos y el  comienzo de una etapa de transición en la que la resiliencia local tenga una importancia decisiva. Quizá durante algún tiempo sea posible sobrevivir en pequeñas comunidades que dispongan de agua y terrenos agrícolas fértiles pero, con el inconveniente de que eso tampoco será tan abundante como para que no haya que luchar por ello. Y  por ahora, nada más que desear que los muchos que aún creen que todo esto son tonterías, tengan toda la razón. Amén.

sábado, 11 de febrero de 2012

Invierno



Invierno en el Somontano de Barbastro. Frío y seco. Puede que se pierdan las cosechas y que los pantanos estén vacíos cuando empiece el verano, pero mientras haya combustible para las calefacciones y los camiones de suministro sigan rellenando las estanterías de los supermercados con todo lo necesario para los que puedan pagarlo, ningún problema. Una de las ventajas de la globalización es que permite abstraer los problemas locales. Pero eso también es un inconveniente. Nuestra relación con el medio que, en un tiempo pasado, nos sostuvo,  es ahora tan endeble que, si tuviéramos que volver a él, no sabríamos cómo comportarnos.

viernes, 10 de febrero de 2012

Cosas que pasan


Menuda sorpresa. Gran Scala era un timo. Bueno, sorpresa para quien quiera sorprenderse porque yo ya lo dije aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y en algún artículo de prensa que no conservo. Como el asunto siempre ha tenido el mismo aspecto, un engañabobos, lo extraordinario hubiera sido que, finalmente, hubiera devenido algo serio, si es que puede haber algo de seriedad en proyectar un engendro como el que presentaron, muy mal, por cierto, tres o cuatro tipos con aspecto de trileros, a costa del gobierno de Aragón y en su sede hace ya casi cinco años. Inexplicablemente, o quizá no tanto, los engañados han sido políticos de casi todo el espectro político aragonés. Se opusieron IU y los de la Chunta, pero habría que ver lo que hubieran hecho en caso de tener alguna responsabilidad de gobierno en el momento en que se planteó el asunto. Claro que esta no es la única historia surrealista que llega a su fin, aparente, en estos días. El procesamiento de Baltasar Garzón por supuesta vulneración del derecho de defensa en el caso de las escuchas de la trama Gurtel, ha acabado en una condena a 11 años de inhabilitación para el desempeño de la función jurisdiccional. Condena que, no por esperada, ha traumatizado menos a todo un colectivo de almas bien pensantes para las que Garzón es ahora un modelo de equidad y buen juicio. Claro que este Garzón, el Garzón que tanto le complicó la vida a Pinochet, es también el que reabrió el sumario de los Gal, nada más abandonar con manifiesta frustración el gobierno de Felipe González, sumario en el que es público y notorio que utilizó procedimientos extraordinarios, jaleados entonces por los mismos que ahora celebran su inhabilitación y con el propósito de encarcelar a algunos de los que ahora se manifiestan a su favor con el argumento, no excesivamente elaborado, de que casos similares han sido resueltos sin afectar a la carrera del juez implicado. No lo sé y la verdad es que tampoco me importa mucho. Lo siento por él, es decir, siento que lo empapelen precisamente por cuestiones relacionadas con la trama Gurtel y la represión franquista, pero este país tiene ahora otros problemas más importantes que el futuro de D. Baltasar, como, por ejemplo, la crisis que, ajena al advenimiento de un gobierno que iba a arreglarlo todo, sigue a lo suyo, destrozando empleo, cerrando empresas y justificando una vuelta de tuerca tras otra al estrangulamiento del estado del bienestar. Y mientras tanto el precio del petróleo crudo, que hace ya tiempo que no baja de los 100$/b, anda ya por los 118 por razones que puede que sean coyunturales, como quieren hacernos creer los que anuncian un día sí y otro también, desde hace cinco años, el inminente retorno al crecimiento, pero lo más probable es que algo tenga que ver el hecho de que la producción está estancada al menos desde el año 2005 y que la mayor parte del consumo sea estructural, es decir, indispensable para el mantenimiento de la estructura básica del sistema e  independiente de una hipotética recesión y no disminuya, o disminuya de manera inapreciable, por muchas industrias que se destruyan, al menos, claro, mientras haya que mantener una economía globalizada que permita alimentar a 7000M de personas y garantizar lo que aún consideramos un razonable nivel de vida para los felices habitantes del primer mundo. 

domingo, 5 de febrero de 2012

Rubalcaba


es ahora el nuevo Secretario General del PSOE por sólo 22 votos de diferencia, en un congreso con cerca de mil delegados con derecho a voto. La única alternativa era Carmen Chacón, representante de la franquicia semiindependiente del partido en Cataluña, una mujer cuyo discurso, no excesivamente sólido, se vio fuertemente perjudicado por los gritos y los gallos de su intervención final. Rubalcaba, por su parte, dijo lo que tenía que decir, teniendo en cuenta a quién se lo tenía que decir, gesticulando menos que de costumbre y aún así bastante, pero huyendo, en lo posible, del desacompasado tono mitinero de su rival, más adecuado, acaso, para un acto de campaña. Es muy probable que algún delegado, sorprendido por las formas de Chacón, decidiera cambiar su voto en el último momento dando así la victoria, por estrecho margen, a Rubalcaba. En todo caso y en mi opinión, ha triunfado la opción más razonable para los intereses del partido. Dejar ahora el PSOE en manos de lo que parece una segunda y nada mejorada, por cierto, edición del zapaterismo, era una opción excesivamente arriesgada para un partido que tiene que afrontar, en un plazo muy breve, dos elecciones regionales, una de las cuales, la de Andalucía, puede representar la diferencia entre el desastre total y una suave travesía del desierto. Lo más negativo que se puede decir de Rubalcaba, aparte de que es hombre, viejo, pequeño, calvo y feo es que ha perdido estrepitosamente las últimas elecciones generales pero, en su favor, hay que decir que aceptó la candidatura en unas condiciones desesperadas y que dió la cara, para que se la rompieran, por otro que, como el capitán del Concordia, abandonó, cuando se estaba hundiendo, el barco que había hecho naufragar. Por cierto que Rubalcaba, en su discurso de aceptación del cargo, dijo que buscar la sostenibilidad energética era de izquierdas y no dijo nada de volver a retomar, en cuatro días, la dichosa senda del crecimiento. Algo es algo.