viernes, 1 de mayo de 2009

A vueltas con lo de siempre

Gran Scala, vaya nombrecito, por cierto, ha tenido siempre una ventaja, desde mi punto de vista. Que parecía una estupidez, y de las de libro, cuando lo presentaron en la sede del Gobierno de Aragón, lo parece meses después y lo seguirá pareciendo en el supuesto, afortunadamente cada vez más improbable, de que finalmente se materialice en algo concreto.

Y eso sin necesidad de añadidos tan pintorescos como el motor, eficientísimo, que los mismos promotores también querían, según el Periódico, vendernos. En realidad lo del motor me parece un colofón perfectamente lógico: la filosofía imperante en el mundo de los pícaros, y estos lo son y de mucha categoría, exige que una vez que se encuentra un filón se explote hasta el final, y eso es lo que están haciendo estos pícaros tan simpáticos, y por lo que he leído, generosos, de ILS, o como se llamen.

Pero esto de Gran Scala es sólo un síntoma. Vivimos en un mundo de metáforas, medias verdades, fantasías y encantamientos que flota, cada vez con más dificultades, sobre la contumaz realidad. No hay desarrollo sostenible que valga en un entorno finito, pero seguimos dale que te pego con objetivos del 2 y el 3% anual. No hay alternativas al petróleo, ni ahora ni en un futuro previsible, que sean capaces, entre otras muchas cosas para las que también es imprescindible, de mover una flota de 850 millones de vehículos, pero seguimos apostando por una economía globalizada basada en la movilidad y el crecimiento, a pesar de que el petróleo barato y a corto plazo también el caro, se está acabando.

La gracieta de beberse el agua resultante de la oxidación del hidrógeno en una célula de combustible no sirve para explicar de dónde ha salido el hidrógeno utilizado y envía un mensaje, falso, a la sociedad. Tan falso como cuando se presentan, a bombo y platillo, plantas de producción de biocombustibles mientras los terrenos y el agua, necesarios para la producción de alimentos para personas y animales, son cada vez más escasos. Y hablando de agua, tenemos un problema muy serio en España, no solamente en Aragón o en Cataluña, y en lugar de resolverlo o callarse, los que cobran, bastante, para arreglar estas cosas, pierden su tiempo y el nuestro, haciendo declaraciones idiotas para hacerse perdonar otras, aún más idiotas, prodigadas a lo largo de los últimos años. Estamos en medio de una crisis financiera que todo el mundo, menos los políticos, veía venir y los mismos que la han consentido, por no decir que la han provocado, se dedican ahora a minimizarla, a acotar su duración después de haber sido incapaces de preverla y, sin tener ni idea de lo que están diciendo, a prometer una recuperación de la tasa de crecimiento, a niveles aún más insostenibles, en uno o dos años. O a anunciar medidas económicas para que, los que han estado especulando con el ladrillo, no dejen de ganar dinero, a nuestra costa, por más tiempo del imprescindible.

Esto es lo malo. Lo peor es que no hay alternativa o la que hay es como para salir corriendo. No hay más que ver la reacción inicial a Gran Scala de todos los políticos aragoneses, cuando conocieron el engendro y la desfachatez con que están pidiendo explicaciones cuando les parece que el asunto se viene abajo. Quizá con la excepción de Izquierda Unida, pero esos ya hace tiempo que no son alternativa. O el comportamiento de los del PP dándose de dentelladas para recoger lo que quede del partido después de lo que consideran una inexplicable e inmerecida derrota. El problema es estructural, no coyuntural. Hemos tomado, hace tiempo, la decisión de vivir al día y acabar con todo y en eso estamos. A ver cuanto tardamos.